Una saludable dosis de escepticismo me vino de parte del Morsa hace unos días en una nota a su viernes digital:
Nota: ¿No cansa ya ese término de “periodismo ciudadano” o “periodismo digital”? Es simplemente periodismo con otros medios (a mi gusto, más estremecedores y potentes). Pablo Mancini Rodrigo Orihuela en un post reciente va por el mismo sentido: “El periodismo es periodismo y punto. Mejor hablar de cobertura digital de las noticias, y lo que se necesita ahí a corto, mediano o largo plazo es dejar de ser un añadido del papel que sirve sólo para el último momento.”
¿De qué estamos hablando cuando decimos «periodismo ciudadano»? Primero intenté establecer que el colapso de las organizaciones de noticias no era lo mismo que el del periodismo, pero eso no quita que el periodismo mismo esté bajo transformación, en particular por el incremento de la participación de los «ciudadanos de a pie» en este espacio. La nota me hizo pensarlo un poco más. El principal problema que yo encuentro, en general, con la categoría de «periodismo», es esta barrera divisoria que existe entre los que saben y los que no. Los que tienen acceso al conocimiento del arte del periodista, legitimados para informar y comunicar los devenires diarios de este nuestro mundo, y los demás, que por lo tanto nos vemos automáticamente asignados al espacio del consumidor de información. Si queremos podemos conversar de las noticias en nuestro foro privado, con nuestras familias y amigos; podemos incluso enviar una carta al editor, el cual, si lo considera pertinente, la imprimirá con el diario. En un mundo donde los nodos transmisores son pocos, esto tiene sentido: cuando el espectro radiofónico es limitado, cuando no cualquiera puede implementar una prensa de árboles muertos, entonces tiene sentido que especialicemos a un grupo de gente para que maneje más adeptamente la tarea de sintetizar, sistematizar y transmitir la información de una manera efectiva.
Cuando estas restricciones técnicas desaparecen, sin embargo, la distinción deja de ser tan clara. ¿Por qué, entonces, si ahora cualquiera puede publicar, tiene sentido que sigamos distinguiendo a unos como «periodistas» frente a los demás? Sobre todo ahora que ya no somos, por defecto, simplemente consumidores de información. La primera respuesta que suele venir en este punto es que los periodistas son aquellos que reciben formación en el tratamiento y el manejo de la información: buscar fuentes, cruzarlas, corroborarlas, guiarse por ciertos criterios de objetividad, de veracidad, y en los casos más extremos, por tal cosa como que el periodismo busca la verdad. Y, por supuesto, la única manera, en principio, de acceder a este conocimiento, es siendo formado dentro del periodismo. Pero esta limitación es triplemente cuestionable: es cuestionable, en primer lugar, porque aunque es un bonito wishful thinking, no necesariamente refleja la práctica efectiva del periodismo cotidianamente -bien puede ser lo que muchos hagan, y les agradezco el hacerlo enormemente, pero no pareciera ser la práctica generalizada-. En segundo lugar, es cuestionable porque quizás ya no sea éste el tipo de información del que derivamos valor: información objetiva y veraz en la cual ya no sentimos que podamos realmente confiar como tal. En tercer lugar, es cuestionable porque los mismos criterios de objetividad y veracidad son, epistemológicamente, bastante menos claros hoy día de lo que lo fuerona hace 150 años cuando estos cánones empezaron a cobrar forma.
La categoría de periodismo se vuelve así una categoría bastante difusa: porque su especificidad no está del todo definida, y porque lo que antes la hacía especial, en la explosión mediática de la era digital, se vuelve algo accesible casi a cualquiera. Y surge allí la figura del «periodismo ciudadano», junto con un cierto pánico de que los códigos morales y profesionales del oficio empiezan a colapsar. Me apoyo aquí una vez más en Jenna McWilliams:
Si pensamos en el periodismo como una profesión, una en la que la tarea del reportaje riguroso recae sobre periodistas de élite en los enclaves mediáticos más respetados, una para la cual existen estándares y códigos de ética que pueden y deben ser transmitidos de maestros a aprendices, entonces sí, el periodismo está en medio de un preocupante declive. Pero si pensamos en el periodismo como, para apropiarme del lenguaje de Clay Shirky, un comportamiento temporal más que una identidad profesional, entonces podemos ver cómo el periodismo está en auge. En lugar de unos cuantos periodistas estacionados estratégicamente alrededor del mundo, ahora tenemos personas estacionadas literalmente en cualquier lugar donde haya personas habitando, cualquiera de las cuales puede tener acceso y, si hacemos bien esto de la revolución cultural, la capacidad para revelar la primicia de la siguiente gran historia. [Traducción mía]
La figura del periodismo ciudadano viene de la mano con una nueva manera para entender las categorías en las que ordenamos la sociedad. Esta nueva manera puede casi entenderse en el sentido de entender una sociedad organizada a partir de carpetas, frente a una sociedad organizada en base a etiquetas -algo que será comprensible a cualquier usuario de Gmail-. Una sociedad organizada en carpetas asume que hay un solo lugar, una sola función, que puede ocupar una persona. Uno cae dentro de la carpeta «periodista», cumple con el rol de periodista siguiendo los criterios que están establecidos para todos aquellos dentro de la carpeta «periodista». De manera similar para las demás profesiones, y siguiendo esta lógica se ha articulado y diseñado todo nuestro sistema educativo y de formación profesional. En una sociedad basada en etiquetas, sin embargo, la figura cambia: no se trata de que yo sea periodista porque tengo el título de periodista o la formación de periodista (es decir, no porque me encuentr dentro de la «carpeta» «periodista»). Una persona puede caer bajo varias etiquetas al mismo tiempo, sin que ninguna defina por completo ni agote las posibilidades de lo que una persona pueda hacer. Bajo esta lógica se entiende el problema del periodismo ciudadano: no es que cualquiera sea periodista, sino que cualquiera puede, en la práctica, actuar como periodista, recoger información y compartirla, evaluarla y criticarla. Luego de hacerlo, volver a lo que hace normalmente, o a cualquier otra cosa, sin que su estatuto ontológico se vea íntimamente modificado. Uno es «periodista» por la simple razón de que se ha comportado como tal: no hay una barrera de conocimiento que separe a los periodistas de los no-periodistas, sino simplemente una cuestión de qué rol está cumpliendo uno en un momento dado.
Ahora, más allá de esta socioepistemología de medianoche, quiero volver a la pregunta del Morsa. Todo esto está bien, y es muy bonito, pero, ¿por qué nos empeñamos en llamarlo periodismo? ¿Qué sentido tiene seguirlo llamando periodismo? ¿Por qué no reconocer que estamos simplemente en presencia de otra cosa, y dejar al periodismo ser lo que es? Creo que sí, y creo que no, y aquí incurriré inevitablemente en una contradicción flagrante que espero me perdonen por el momento.
Creo que sí tiene sentido poner énfasis en la figura del periodismo ciudadano por una cuestión desmitificante: porque ayuda a cimentar la idea de que la barrera tradicionalmente asumida entre periodistas y el resto del mundo ha colapsado, y que, en todo caso, lo que hace especial al periodismo no es que sean ni abanderados de la verdad, ni los únicos legitimados para comunicar la información de lo que está pasando. La figura del periodismo ciudadano refleja que, en la práctica, cualquiera puede en el mundo de hoy cumplir las funciones de un periodista, y que esto será un cambio que muy probablemente no desaparecerá. Si no desaparecerá, eso también significa que debemos hacer algo al respecto: o nos esforzamos por «profesionalizar» a los amateurs, con lo cual destruimos todo el sentido de la amateurización; o nos esforzamos por desarrollar mejores capacidades en los consumidores de información, con lo cual entramos en el terreno de la alfabetización mediática.
Pero, al mismo tiempo, creo que no porque estamos efectivamente en presencia de otra cosa. O, en todo caso, tenemos la posibilidad de estar en presencia de un fenómeno mucho más grande: que este reinterpretación del rol que cumple el ciudadano de a pie frente a la información que lo rodea es efectivamente el vehículo que lo lleva de ser consumidor de la información a ser un emisor el mismo, un productor de contenidos, un creador. Un creador que, por supuesto, no es un hongo, sino que se introduce dentro de todo un ecosistema de información que fluye por múltiples medios y redes al mismo tiempo. El potencial que me resulta aquí interesante no es que estemos en presencia de una nueva ramificación de lo que hemos entendido o queremos seguir entendiendo por periodismo: me resulta más interesante pensar que estamos frente a una reinterpretación del rol y el comportamiento del ciudadano, propiamente hablando. Ahora que los medios para involucrarse en una discusión más amplia sobre los asuntos públicos son mucho más accesibles, el rol del ciudadano adquiere también esta dimensión de filtro y crítico de la información que consume y que comparte con los demás.
Quiero volver más adelante sobre el sentido que esto tiene dentro del «ecosistema mediático» del que vengo hablando. Pero por ahora quiero adelantarme a una primera crítica – y sí, es cierto que todas estas herramientas podrían llevar a una ciudadanía mejor articulada, pero en la práctica los blogs y las redes sociales están llenas de contenido que nada tiene que ver con los «asuntos públicos» o con una ciudadanía fortalecida. Respondo preliminarmente dos cosas. La primera es evidente: una objeción de este tipo presupone lo que son los asuntos públicos, es decir, sigue viniendo desde una perspectiva que pretende estar por encima y más allá de lo que interesa a las personas (de la forma «yo sé lo que es importante más que ellos»). Terreno peligroso: jugamos con la línea de asumir que los asuntos públicos se deberían regir democráticamente, aún cuando sabemos que lo que serían, entonces, asuntos públicos, no serían lo que queremos que sean. Pero un punto válido para tener en cuenta. La segunda es un poco más estructural: y es que, en realidad, la cuestión material de lo que ciudadanos discutan utilizando estos medios (ejerciendo una forma de «periodismo ciudadano», si se quiere) no me es lo más interesante. Lo más interesante es el ejercicio formal de introducirse en estas discusiones en foros públicos (en otras palabras, «el medio es el mensaje»). Porque en el transcurso de este ejercicio, lo que estamos fomentando es el desarrollo de un conjunto de habilidades formales que pueden fácilmente traducirse a otros ámbitos de la discusión pública. No, no necesariamente se traducirán: pero el simple hecho de tener una mayor cantidad de personas acostumbradas a la discusión y participación pública en torno a asuntos que les interesan, hace tanto más posible que una cantidad de ellas escoja, también, participar de otros foros, espacios y discusiones similares.
En el punto en el que nos encontramos, no me siento en un posición como para entender cuál es el rol o sentido que tiene, entonces, hablar de «periodismo ciudadano». Pero por lo pronto veo que es una bisagra útil para cumplir una doble función: por un lado, para desmitificar y ampliar el espectro de lo que se puede hacer con y desde el periodismo. Por otro, porque amplía también el espectro de funciones y roles que estamos encontrando que pueden cumplir los ciudadanos que adoptan un rol participativo y activo en torno a los asuntos que les son de interés particular.
Ahora, si el influjo de «periodismo ciudadano» está desafiando la especificidad de la función periodística, la siguiente pregunta que se nos abre es, dentro del contexto de instituciones noticias que colapsan y formas de periodismo cambiantes, cuál será la nueva configuración que adoptará el rol del periodista.