Observaciones porteñas, 2

El problema de ser peruano en Argentina

No estoy del todo al tanto de las noticias locales aquí en Buenos Aires, pero el tema de la violencia que ha estallado en Villa Soldati es un poco inescapable. La cosa ha salido por completo de control, al punto que el gobierno de la ciudad ha reconocido su incapacidad para manejar el asunto e incluso está pidiendo ahora la intervención de la infantería para desalojar a los invasores que han ocupado el Parque Indoamericano. Pero el tema también ha cogido revuelo internacional por estar fuertemente ligado al problema migratorio de habitantes de otros países latinoamericanos que vienen a la Argentina en busca de trabajo.

El tema migratorio en Argentina es muy complicado porque, por supuesto, la enorme mayoría de migrantes que llegan de países como Bolivia, Paraguay y por supuesto, Perú, lo hacen en muy malas condiciones, y la mayoría de migrantes termina viviendo en las villas en diferentes lugares de la ciudad. Los peruanos ocupan aquí, además, un lugar tristemente célebre:

Según un estudio sobre migración y mercado de trabajo de bolivianos y paraguayos en el Area Metropolitana realizado por la demógrafa Alicia Maguid y el sociólogo Sebastián Bruno, desde los 90 que viene aumentando la población de estas nacionalidades. En la última década, además, se quintuplicó la cantidad de peruanos. Todos vienen en busca de trabajo, que consiguen en talleres textiles, la construcción o, en el caso de las mujeres, como empleadas domésticas. Como la mayor parte trabajan en negro, acceder a la vivienda es muy difícil para estos inmigrantes, que terminan instalándose en villas y asentamientos.

De modo que no es de extrañar que ser peruano en Argentina sea para muchos de ellos una realidad muy compleja. Ayer me tocó, además, ganarme con una tajada de esta realidad cuando terminé pasando buena parte del día en el Consulado General del Perú: como buen peruano, se me ocurrió ir a hacer el trámite de rectificación de domicilio (el trámite necesario para poder votar en el extranjero) en el último día posible, con lo cual me tocó hacer una cola de una cuadra y un trámite que demoró, en total, alrededor de seis horas, rodeado de la idiosincrasia peruana todo ese tiempo. Desde vendedores ambulantes vendiendo tamales, chicha morada y arroz con pollo en tapers, hasta, por supuesto, la acostumbrada y, para mí, absolutamente despreciable presencia de los tramitadores a lo largo de la cola inventándose requerimientos para vender fotocopias y fotos pasaporte que las personas no necesitan.

En seis horas uno se gana con muchas cosas, que no puedo más que recoger desde el punto de vista anecdótico porque no cuento con mayor información que eso. Pero es una experiencia que uno no puede dejar de relacionar con el trasfondo del problema migratorio detrás del crecimiento de las villas – empezando por la impresionante cantidad de personas que estaban haciendo el trámite, o los rumores que se van pasando entre la gente en la cola: que hubo gente acampando desde las 3am en la puerta del consulado, que la cola desde hacía tres días le daba vuelta a la cuadra, etc.

Pero uno empieza además a hacerse una idea de las condiciones en las que vive la comunidad peruana – claro, sin generalizar, pues no son más que conversaciones específicas que pude escuchar. Como la de una mujer que esperaba la llegada de sus hermanos desde Perú en las próximas semanas, porque la compañía en la que trabajaban en Perú había quebrado así que se iban a probar suerte en Argentina. Así que ahora ella debía buscarse una «pieza» donde ella y sus tres hermanos pudieran vivir, pagando unos 20 pesos al día (alrededor de S/.15). Más tarde, estaba el problema de un grupo de mujeres que, aunque habían ido a realizar el trámite de cambio de domicilio, casi al final de todo el proceso cayeron en cuenta de que no sabían realmente cuál era su dirección. «Dile que es una casa tomada», se recomendaban entre ellas antes de hablar con el oficial consular.

Quizás lo que más me sorprendió fue, cuando yo mismo me acerqué a usar el trámite, la reacción del tipo del consulado. Vio la dirección que había escrito, y la releyó con un tono descreído, y yo asentí. «Pero esto es en Recoleta», me dijo, a lo que tuve que asentir de nuevo como para que se diera cuenta de que no me había equivocado, y registrara mi dirección (Recoleta es un barrio de clase media-alta/alta en Bs.As.).

Hay muchas cosas de todo esto que no entiendo, pero que intento contextualizar. En primer lugar, era constatable el grado de desinformación generalizada de la gran mayoría de personas: antes de ir, me tomé el tiempo de revisar el sitio web del consulado, hacer mis averiguaciones, ver qué documentos necesitaba, y luego ir (tarde, pero informado). Pero la gran mayoría de personas llegaba a enterarse en la cola, a menudo a partir de la información de los mismos tramitadores. Lo señalo porque la desinformación era un patrón generalizado: la mayoría de gente presente (al menos de la que pude escuchar) ni siquiera sabía por qué estaba haciendo el trámite, o qué trámite tenían que hacer. No había noción de cuándo eran las elecciones, de para qué se rectificaba el domicilio, de por qué ayer era la última fecha para hacer el trámite. Quizás de lo único que había una idea era de que así se evitaba una multa, que según a quién le creyera uno, estaba entre los 300 y los 700 dólares.

Y me parece que este patrón, claro, se extiende más aún: en, por ejemplo, la desinformación generalizada respecto a las oportunidades a las que uno puede acceder en la economía aquí, versus las que uno podría encontrar en la actualidad en el Perú. Basándome en observaciones aún muy preliminares, me parece que en términos cotidianos uno puede encontrar mejores condiciones económicas y un costo de vida mucho más bajo actualmente en el Perú, que en la Argentina – disponibilidad de productos de consumo, inflación, oportunidades laborales, etc. Por ponerlo de alguna manera: el tipo de trabajo y las condiciones de vida que consigue un migrante peruano en Argentina con enormes dificultades logísticas y legales, no son muy diferentes del tipo de trabajo y condiciones de vida que podría conseguir en el Perú sin esas mismas dificultades (la gran diferencia, sumamente importante, es que aquí es posible acceder a servicios públicos de educación y salud de calidad que no pueden conseguirse en el Perú). Por un tema costo-beneficio, la balanza debería inclinarse hacia quedarse en el Perú, antes de migrar hacia un país donde la tendrá más difícil. Pero el análisis costo-beneficio no se hace en estos términos, sino contra una percepción de las condiciones y oportunidades en la Argentina que está mucho más cerca a la Argentina de los noventas, que a la de la actualidad: es como si la comparación se hiciera entre Argentina en la época de la convertibilidad, y Perú en la época del primer Alan. Papas y camotes, apples and oranges.

Esto tiene mucho que ver con la manera como fluye la información y la gente accede a ella, como gente parada en una cola: la gente que se fue del Perú hace muchos años a una Argentina en mejores condiciones a las actuales recuerda esa comparación, y es quizás la percepción que transmiten a sus familiares al ofrecer el argumento de que ellos también podrían o deberían migrar. Pero las condiciones económicas que efectivamente encontrarán son más complicadas, y menos navegables, que las que encontrarían en su propio país.

Al mismo tiempo, ésa es la percepción generalizada que se va construyendo del peruano. Nunca menos de seis oficiales de policía y dos patrulleros estuvieron alrededor del consulado, «cuidando», no sé exactamente a quién. El mismo personal del consulado se encargó de darnos esa lindísima impresión de ser como ganado pasando por una línea de producción. Y la percepción de los migrantes peruanos es cuestionable, porque las condiciones en las que llegan los migrantes peruanos son cuestionables también. Quizás mi gran aprendizaje del día es que una buena parte del problema migratorio es, justamente, un tema de desinformación – supongo que eso no es novedad para nadie, pero creo que lo que encontré hoy es contenido material mucho más específico para esta comprensión formal.

Wikileaks y la renegociación del poder

A estas alturas es inevitable comentar algo sobre el asunto de Wikileaks y la publicación de más de 250 mil cables diplomáticos estadounidenses que revelan asuntos confidenciales y políticamente incómodos. Pero no quiero comentar aquí particularmente sobre el contenido de los cables (algo que ya se está desentrañando en detalle en muchos, muchos otros lugares) sino más bien sobre algunas cuestiones periféricas que me parece son pertinentes para preguntarnos o entender mejor lo que ha pasado.

En primer lugar, veo que cada vez más el comentario y la cobertura del tema están vinculando el tema de Wikileaks y la presión política que está recibiendo desde diversos flancos, como un tema vinculado directamente con la neutralidad de la red. Pero me parece que esto no sólo es impreciso, sino contraproducente para ambas discusiones, la de neutralidad de la red y la referida a la censura en línea. Me parece que el argumento aquí gira en torno al hecho de que la red debe ser «neutral» entendido como un espacio no controlado o no censurado. Pero ese no es el tema de la neutralidad de la red como se viene discutiendo en los últimos meses, que es un tema de regulación de telecomunicaciones en la interacción entre los proveedores de contenidos y los proveedores de infraestructura: el tema de la neutralidad de la red es que los proveedores de infraestructura deberían ser agnósticos en la transmisión de los datos frente a los proveedores de contenidos, y no privilegiar o perjudicar a uno u otro en función a preferencias arbitrarias o acuerdos comerciales. Los proveedores de infraestructura (las empresas de telecomunicaciones) están en contra de esto, porque quieren la libertad de poder cobrarle a los servicios digitales de manera diferenciada en función al uso que hacen de sus recursos, pero esto termina perjudicando en última instancia al consumidor que ya pagó por un servicio (el acceso a Internet) para poder acceder a los datos que le dé la gana. No garantizar la neutralidad de la red abre la puerta a una fragmentación inmanejable del mercado donde el que peor la pasa es el consumidor final.

Ahora, los lobbies de telecomunicaciones en este tema son muy fuertes, y está claro cómo en EEUU sobre todo los bandos políticos están enardecidos por el tema Wikileaks. Meter todo en el mismo saco es darle argumentos políticos a estos lobbies y a los legisladores involucrados para argumentar que eliminar la neutralidad de la red ya no sería solamente un tema de buena regulación en telecomunicaciones (que no me parece que lo sea), sino que además es algo así como materia de seguridad nacional. Y ya sabemos lo que pasa cuando la cosa entra en ese terreno…

En segundo lugar, está el tema que sí es relevante que es la censura en línea y la reacción de la red a presiones políticas, que el tema Wikileaks ha llevado a su extremo más álgido. Como he leído en algún lugar en Twitter, Wikileaks ha ganado este round simplemente mostrando que era posible hacer algo así. Incluso más fuerte que el contenido mismo de los cables, que es fuerte, es el hecho de que para efectos prácticos, los gobiernos, servicios diplomáticos, incluso instituciones privadas saben que esto podría pasarles en cualquier momento. Y estamos viendo la reacción inmediata de todos los afectados: el dominio de wikileaks.org ha sido suspendido, el hospedaje que tenían con los servicios web de Amazon también, sus servidores se encuentran continuamente bajo ataques intensos, y eso sin contar la presión desde otros lados, como la orden de captura de Interpol sobre Julian Assange, la propuesta de declararlo un grupo terrorista en EEUU, amenazas de muerte, etc. No creo de ninguna manera que Wikileaks sea invencible, sino que esto me evoca uno de los viejos mantras del manifiesto hacker en los 80s: puedes detener a uno de nosotros, pero no puedes detenernos a todos. A pesar de toda la presión, la información sigue difundiéndose, y aunque se caigan los servidores aparecerá de nuevo, en sitios web, en torrents, en repositorios de archivos, etc. La política está experimentando lo que la industria discográfica aún no quiere aceptar: una vez que ya está allá afuera, mientras más intentes detenerlo, más conseguirá crecer.

Para todos los que no somos Wikileaks, sin embargo, queda la pregunta: ¿qué tanto es, realmente, Internet un espacio abierto de participación (etc etc etc)? Si mi dominio puede ser suspendido, mi sitio web eliminado, y demás, queda claro que a menos que uno arme un revuelo del tamaño de Wikileaks donde la misma atención que uno atrae lo tiene a uno protegido, queda puesto en duda que tanto la red es potencialmente un espacio democrático para todos los demás.

En tercer lugar, algo que anoté arriba, es que ahora queda claro que esto puede suceder en cualquier momento. Ahora Wikileaks anuncia que la próxima revelación será con información de una institución bancaria estadounidense, y se dice que tienen tanta información por soltar que incluso han dejado de aceptar nuevos datos. Voy a ponerme filosófico  un momento: si a alguien le quedaba alguna duda a estas alturas, ésta es la última muerte de la intimidad y la privacidad como las conocíamos. Ya no importa si eres un ciudadano privado o público, Wikileaks igual puede revelar información que te afecta. Si al servicio diplomático estadounidense le pudo pasar algo así, ¿qué crees que puedes pasar con la información en tu disco duro, en tu correo, en tu celular, sobre la cual no tienes ningún control?

Las democracias liberales operan a partir del supuesto de que los ciudadanos viven en ámbitos públicos donde discuten asuntos comunes y ámbitos privados donde pueden hacer lo que les venga en gana (en teoría, con sus limitaciones, por supuesto). Esto supone, claro, que en el ámbito privado a uno nadie lo está observando – pero ahora se alza de nuevo la imagen teológica del dios castigador, que observa todo lo que haces, te juzga, y cuando hagas algo malo lo publicará para que todos los vean. Exagero, por supuesto. Mi punto es simplemente que cabe la pregunta de qué ocurre con las democracias liberales y con nuestra conducta privada cuando vivimos siempre bajo el supuesto de que podría ser publicada sin que lo sepamos, en cualquier momento. Es la culminación máxima del Panóptico digital.

En cuarto lugar, y finalmente (lo juro) una nota para resumir todo lo anterior. No creo que el filtrado de Wikileaks sea algo que salgamos a las calles a celebrar como ninguna forma de liberación del poder corrupto ni nada por el estilo. Tampoco creo que sea algo que debamos condenar y decir que deberíamos garantizar que no vuelva a pasar. En cierta manera, creo que Wikileaks está más allá del bien y del mal: argumentos perfectamente válidos pueden formularse a favor y en contra de lo que hacen y han hecho. Pero Wikileaks, finalmente, es sintomático de una época y de las renegociaciones del poder y la información que estamos experimentando.

Por eso mismo, no considero que Assange deba ser celebrado como un héroe o un libertador. Porque, además, esa figura es antitética, precisamente, al tipo de transformaciones que estamos viviendo, en contra de la centralización del poder y de la información en núcleos todopoderosos. Creo que lo más importante que rescatar aquí es que todo esto debería incomodarnos, debe darnos una sensación de incomodidad profunda que no sea fácil de resolver. Me atrevo a decir que, si no es así, en realidad no estamos siendo lo suficientemente críticos. Wikileaks revela fallas en las estructuras, pero eso no quiere decir que sea él mismo la solución a esas fallas, o la estructura alternativa. Debe ser motivo de incomodidad, de pregunta, de reformulación y sobre todo de mucha, mucha discusión. No se trata, creo, de juzgar si estuvo bien o estuvo mal, sino de reconocer que esto ya pasó, y seguirá pasando, y preguntarnos qué hacemos ahora con eso.

¿Voto electrónico?

Luego de las elecciones del último domingo y de las múltiples complicaciones que han aparecido durante el escrutinio y el anuncio de los resultados (cuya versión final aún desconocemos), mucho se ha dicho también respecto al voto electrónico. Lo cual me sorprende y me preocupa al mismo.

Me sorprende porque habría esperado que, a pesar de todo, las opiniones generalizadas estarían mucho menos a favor de implantar este tipo de mecanismos en el Perú. En general, dado que el grado de penetración de diferentes tecnologías digitales sigue siendo relativamente bajo, uno supondría que habría de por medio mayor desconfianza de parte del público. Pero, sobre todo, quizás los que más se opondrían serían los sectores del establishment político, sobre todo dentro de los partidos (no todos ellos, ni todos dentro de ellos, claro), que verían en esto la pérdida de la posibilidad de hacer jugadas en mesa que alteren los resultados electorales. No es que el fraude en votaciones electrónica sea imposible, ni que no puedan suceder irregularidades, pero con un sistema bien diseñado se tienen muchos menos puntos en la cadena del proceso electoral donde las cosas podrían fallar, y por lo mismo, muchos menos puntos donde personeros puedan esgrimir diferentes tipos de leyes y reglamentos que afecten el resultado final.

Pero me preocupa también porque no es algo que deba tomarse a la ligera ni implementarse en un sólo intento. Un sistema que maneje algo tan sensible como una votación nacional debe probarse y probarse hasta que todos estén satisfechos y, sobre todo, hasta que tengamos claramente articuladas las garantías del proceso. De ser mal implementado, lo que tendremos más bien será una caja negra donde entran votos y salen resultados y nadie entiende bien qué pasa, y las complicaciones de esto las hemos visto repetidamente en diferentes procesos electorales en Estados Unidos donde, además, hay todo un tema oscuro respecto a los contratos gubernamentales con los proveedores de los sistemas y las máquinas de votación (Diebold es quizás el proveedor de cajas electorales oscuras del cual más se ha hablado en los últimos años).

Aunque mucho se puede (y se debe) discutir al respecto, quiero mencionar solamente tres nociones que me parecen fundamentales para asegurar la transparencia e integridad del voto electrónico:

1. Rastro de papel. También conocido como el «paper trail», sirve como un mecanismo de respaldo en caso algo ocurriera con los resultados digitales. Simplemente, por cada voto emitido en las terminales digitales, se imprime un comprobante indicando la preferencia del votante. Los comprobantes se preservan y sólo se utilizan como una medida de comprobación: si los votos de una mesa o de un terminal son cuestionados, puede hacerse un conteo manual de los comprobantes en papel para verificarlos. Asimismo, puede tomarse una muestra aleatoria de terminales y revisarse su rastro de papel para garantizar el funcionamiento adecuado del sistema. Es cierto, seguimos matando árboles, pero son menos árboles y además, ya no son centrales al proceso de conteo de votos.

2. Código abierto. Esto es quizás mucho más polémico. El código que corre en los terminales de votación debe ser abierto y de libre revisión por cualquier ciudadano. Esto permite garantizar que se puedan encontrar y eliminar vacíos y problemas en el programa antes de ser ejecutado en las elecciones. De otro modo, y de manera similar a como ocurre ahora, no tenemos manera de saber qué es lo que ocurre, realmente, durante el proceso de conteo. Poder ver el código nos permite ver directamente cómo es que la máquina registra y procesa cada voto. La integridad del programa puede garantizarse asegurando que la versión compilada que ejecutan los terminales posee el mismo hash que las versiones compiladas por observadores y personeros – el hash es un código alfanumérico que sirve como la firma de un archivo digital. Si cualquier parte del archivo cambia, el hash también. Esto garantiza que todos los actores utilizan el mismo código.

3. Personeros técnicos. Ésta es una de esas cosas que me parece que consiguen equilibrar un poco la mesa de juego entre fuerzas políticas grandes y chicas. Dado que todos los terminales corren el mismo código verificado, esto hace menos necesario (pero tampoco innecesario) la presencia de personeros en todas las mesas de votación existentes, dado que la probabilidad de incidentes e irregularidades es mucho menor (porque se tienen menos puntos posibles de falla). Con lo cual un partido político podría concentrar sus recursos en armar un muy buen equipo de personeros técnicos, que no solamente evalúen todo el código abierto del software electoral, sino que además participen de todas las pruebas respectivas y puedan responder rápida y efectivamente a problemas técnicos, ya no solamente legales o procedimentales.

Creo que es importante señalar que no estoy considerando aquí cómo ni por qué el voto electrónico sería una opción mejor para un proceso electoral, a pesar de que creo que lo es, pero eso es materia para otra discusión. Lo que sí es importante señalar es que, como con casi cualquier otra solución tecnológico, no es ningún tipo de bala de plata que arregle todos los problemas: un sistema de votación electrónica bien diseñado no va a dar, mágicamente, elecciones limpias y transparentes, sino que tiene que ser un componente dentro de un diseño institucional y procedimental mucho más grande. Pero sí puede brindarnos garantías y beneficios considerables dentro de este diseño.

Pero es importante que se piense bien en la implementación, asegurando que el sistema utilizado tenga todo tipo de salvaguardas y garantías al voto y al conteo. Debidamente diseñado, no es inverosímil pensar que en algún momento del futuro sea incluso posible votar de manera asincrónica (es decir, no votando todos el mismo día, sino en un rango de tiempo), o incluso votando desde tu casa vía Internet. Podría suceder.

Conferencias públicas del LSE

Hace poco, no recuerdo bien por qué, me dieron ganas de aprender más sobre economía. Por culpa de la filosofía, esto para mí significa regresar hasta La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y empezar desde allí hacia adelante (estoy seguro que los más extremos estarían dispuestos a volver a la Economía de Aristóteles, o que al menos se atribuye a Aristóteles). Pero como esto sería una empresa, más bien, sumamente difícil de empezar y bastante imposible de terminar, escogí moderarme un poco y buscar otros recursos que me permitieran ampliar un poco más mis conocimientos sobre el tema. Me puse a buscar sobre todo dentro de la librería de iTunes U, un catálogo de charlas, conferencias y cursos de diferentes universidades del mundo, libremente disponibles para descargar a través del programa iTunes de Apple.

Lo primero que encontré de interés fue una conferencia en el MIT del premio Nobel de economía, Robert Merton, muy didáctica y clara donde explica sus investigaciones e ideas sobre una serie de problemas económicos contemporáneos (me gustaría incrustar aquí el video, pero wordpress.com se pone pesado con videos de plataformas no comunes). Merton trabaja en problemas del tipo, cómo calcular, en el presente, la manera como debemos invertir los ahorros de personas que están trabajando hoy, para que cuando estas personas se retiren, el dinero haya rendido frutos como para mantener su estilo y calidad de vida de sus últimos años laborales, sin poder saber hoy día con claridad cuál será ese estilo y calidad de vida, o en qué trabajará esta persona en el futuro. Luego recibe preguntas pintorescas del tipo cómo resolver la crisis financiera o arreglar la seguridad social en EEUU.

Buscando un poco más, encontré que el London School of Economics and Political Sciences, el LSE, publica una enorme cantidad, si no todas, sus conferencias públicas en línea. No solamente a través de iTunes U, sino también a través de su sitio web, en formato mp3 para poderlas descargas y escucharlas, y en muchos casos disponibles también en video.

Me he bajado varias y escuchado algunas y son muy, muy buenas. No deja de sorprenderme que tengamos ahora las facilidades de escuchar charlas de primer nivel de las mejores universidades del mundo, virtualmente gratis.

Dejo aquí una pequeña selección, del enorme catálogo disponible, de algunas de las conferencias que me parecen interesantes. Si visitan los links pueden encontrar más información y descargar el archivo de audio correspondiente, en formato mp3.

Y hay mucho más de donde eso vino. Diviértanse.

El fantasma del comunismo

Me encuentro en una rara posición, donde la gente que conozco que es de derecha me considera de izquierda, y la gente que conozco de izquierda me considera de derecha, y yo estoy profundamente en desacuerdo con ambos. No, tampoco me considero de «centro». La verdad, la posición dentro del espectro político con la que más me identifico es, quizás, con la llamada «izquierda caviar» – simpatizo con la idea de izquierda de que el Estado y sus instituciones deberían servir mejor para todos, pero no creo en la idea de que eso deba romper con las libertades individuales de las personas (sobre todo con las mías) ni con la idea de que la sociedad recompense de diversas maneras los méritos individuales. Es decir: en lugar de bajar la valla para algunos y que haya «igualdad», considero que, más bien, deberíamos trabajar para subir la valla lo más posible para todos.

Pero eso no viene del todo al caso. Con todo esto de la campaña electoral, no deja de sorprenderme la cantidad de concepciones distorsionadas que se tienen de una serie de cosas – y como se imaginarán, me refiero, sobre todo, a la percepción pública y mediática que se construye en torno a la candidatura de Susana Villarán. Con etiquetas que recogen todos los lugares comunes de lo que se puede acusar a la izquierda, como comunistas, socialistas, terroristas, y demás. Todo mezclado en el mismo saco, sin mayor ni menor precisión ni consideración teórica ni histórica. Personajes como Aldo Mariátegui o Rafael Rey salen a hablar blandiendo estos calificativos como si realmente estuvieran frente a presencias demoniacas, y sólo queda una de dos posibilidades: o no tienen ni la menor idea de lo que hablan, o tienen idea de lo que hablan pero buscan intencionalmente distorsionar todos estos conceptos para presentarlos de la manera más nefasta posible.

Me molesta, porque hace imposible un examen o análisis medianamente desapasionado de la cuestión. No ayudan a entender de lo que estamos hablando, y claro, no tendrían por qué ayudar y ciertamente creo que no lo intentan. Pero, ¿por qué no se hace también un esfuerzo paralelo por esclarecer un poco el significado, el alcance de estos términos, de qué estamos hablando?

Ojo – es, además, este esclarecimiento necesariamente transformador. Preguntarse o examinar el alcance de estos términos es también preguntarse de qué maneras el comunismo, como idea y como práctica, fracasó, y también de qué maneras sobrevive o cómo debería reinterpretarse. Allí es también donde mucho de la izquierda panfletaria se detiene dentro de conceptos y categorías que no pueden significar lo mismo: revolución, lucha de clases, burguesía y proletariado, y demás.

Hablar de que Susana Villarán es comunista es tonto porque simplemente busca evocar el cuco de la Guerra Fría, de que la izquierda quiere decir que el Estado te quitará todo lo que tienes para redistribuirlo a los que no lo tienen, o que te quitará tu casa y meterá a vivir gente contigo contra tu voluntad. Claro, hay gente como Chávez, que no ayuda. Es tonto porque es simplista y se basa en imágenes con poco contenido.

Estrictamente hablando, ni siquiera un personaje insoportable como Chávez es comunista – dentro de la concepción marxista originaria, que vale la pena revisar, el Estado siempre es un Estado gobernado por una clase. Para eliminar esta injusticia intrínseca, la sociedad comunista no puede tener Estado. De modo que un Estado totalitario como el de Chávez no puede, por definición, ser comunista, porque debería perseguir, en última instancia, su propia desaparición – cosa que no solamente no hace, sino que busca totalmente lo contrario, su expansión casi ilimitada, su absorción de todas las esferas de actividad social.

Es irónico porque la derecha, la real, no la trucha que tenemos en el Perú, el pensamiento liberal, abogaría en gran medida por lo mismo, aunque por diferentes razones: para garantizar las condiciones en las cuales los individuos puedan ellos mismos realizar, por sí mismos, sus propios intereses y objetivos, el Estado debe ser reducido a su mínima expresión, dejando por completo la vida social a los individuos, asociados libremente.

Antes que el miedo, hay que discutir estas cosas, y tratar de echarles un poco más de claridad. ¿Qué es el comunismo? ¿Qué es la izquierda? ¿Qué es la derecha? ¿Qué sentido tienen en el mundo actual? En el camino, también, sería bueno que la izquierda aprenda un poco más inteligentemente a apropiarse de las armas del otro lado del espectro político, y aprenda a marketear un poco mejor su propia imagen. En lugar de dejarse arrinconar en estas posiciones, confiando en la idea ilustrada de que la Razón se abrirá paso y que por algún tipo de sentido elevado de moralidad las personas se darán cuenta de que la izquierda representa algo más justo. No es verdad. No va a pasar. La izquierda tiene que aprender a construir un mensaje con el cual el público se pueda identificar, empezar a construir una narrativa que las personas no encuentren siquiera justa, sino deseable: yo quiero eso, yo quiero ser parte de eso. Hasta ahora no lo ha conseguido efectivamente, mientras que sus rivales políticos lo hacen perfectamente bien desde hace muchísimo tiempo. Esto no es, solamente, sobre quién tiene de su lado la razón o los hechos, sino que tiene también todo que ver con la manera como esa imagen se construye en el imaginario cultural, y la manera como consigue movilizar a una población para hacerla realidad.

Notas tecnológicas para la seguridad ciudadana

Estuve leyendo un par de posts recientes sobre seguridad ciudadana de Hans Rothgiesser (Mildemonios) y de Roberto Bustamante (El Morsa) que intentan desinflar la burbuja de exageración en torno a la ola de violencia que estaría viviendo Lima. De ninguna manera pretenden decir que Lima no sea una ciudad insegura – solamente que el asunto está siendo llevado mediática y políticamente por un camino de exageraciones e imprecisiones que hacen aún más difícil solucionar los problemas de fondo. Como siempre, hay una telaraña compleja de intereses en el asunto, como señala el Morsa:

Como se ha señalado antes, lo que ha aumentado, más bien, es la sensación de inseguridad que no es lo mismo que la inseguridad crezca. Allí, gran responsabilidad la tiene la prensa que nos bombardea con muertes, asesinatos y robos todos los días. Existe una relación, digámoslo así, de simbiosis o “parasitismo mutuo” entre la prensa masiva y la policía nacional: La prensa necesita rating y la sangre trae rating, y la policía nacional necesita limpiar su imagen.

Es cierto que se necesita mucha más inversión en el rubro de seguridad, no sólo en Lima, pero también que se necesita una inversión inteligente y que esté amparada en datos actualizados, en indicadores y en un continuo monitoreo de cómo va evolucionando la situación. Algo que, por lo que veo, no sólo no tenemos, sino como señala el Morsa, tenemos más bien mucho de un «pensamiento mágico» a la hora de formular políticas de seguridad. Por este mismo pensamiento mágico es que terminamos implementando iniciativas que no promueven una mejora en la seguridad, sino simplemente en la sensación o ilusión de seguridad: por ejemplo, las cámaras de vigilancia que ahora cubren varios distritos. Que alguien pueda ver por la tele que te están robando, no se traduce por sí solo en que alguien aparecerá más rápido para ayudarte. Y eso que en el Perú ni siquiera tuvimos una discusión sobre cómo esto vulneraba nuestra libertad o privacidad personal, el ser vigilados constantemente: hace mucho tiempo ya que en el debate entre libertad vs. seguridad optamos por la seguridad más allá de cualquier protección de la libertad.

Mildemonios señala, además, en uno de sus posts recientes sobre seguridad ciudadana:

Como comentaba en otro post, no es casualidad que la policía siempre esté proponiendo compras y contrataciones millonarias (que dan lugar a manejos de dinero cuestionables) y nunca gastos simples como acceso a internet para las comisarías.  Ahora último se ha dado una norma por la cual podrán ADEMAS usar dinero de las municipalidades para gastos que tengan que ver con la lucha contra la inseguridad.  Lo cual, como todos podemos ir suponiendo, ya sabemos que no ayudará en nada.  Pero igual se justifica en la idea de que turbas armadas de delincuentes están invadiendo las ciudades y que necesitamos comprar más y más equipo para luchar contra ellos.  Cuando lo que se necesita es reformar la carrera profesional de la gente que compone la institución de la policía.

No quiero discutir aquí el tema de fondo, el de la necesidad de una reforma estructural de la policía como institución y de todo nuestro aparato de seguridad ciudadana. Quiero colgarme solamente de ese pequeño dato: el del acceso a Internet para las comisarías. Y en general, en la inversión tecnológica en la implementación de sistemas que mejoren la calidad de la seguridad ciudadana en Lima y en todo el país. No como grandes inversiones que tengan que realizarse, sino que podrían utilizarse y desarrollarse sistemas relativamente baratos y sencillos de implementar y utilizar, que nos permitan ir no sólo brindando mejores mecanismos para brindar seguridad, sino sobre todo capturar información y alimentar indicadores para tomar mejores decisiones al formular políticas públicas.

No tienen necesariamente que ser sistemas demasiado complejos. Pero partamos de tener acceso a Internet en las comisarías. Luego, que las denuncias policiales se realicen llenando un formulario vía web desde la misma comisaría, en lugar de tomar la denuncia en un cuadernito o tipeándola en una máquina de escribir. Al ingresarse la denuncia al sistema, se envía una copia automáticamente por correo electrónico al denunciante, con un código de seguimiento que puede utilizar para monitorear la evolución de su denuncia en el sistema, desde su casa. Esto tiene dos ventajas. Primero, conveniencia: el hacer una denuncia es mucho más sencillo, y es muy fácil saber qué ocurre después y qué tengo que hacer sin tener que regresar o llamar o nada. Pero sobre todo, se empieza a capturar el agregado de datos en una sola base de datos centralizada que luego puedo comparar con otros lugares, otras fechas y horas, etc. Puedo empezar a representar estos datos para formular una imagen de cómo evolucionan o se comparan las denuncias en diferentes localidades.

(Dicho sea de paso – los sitios web de agencias del Estado no tienen por qué ser desastrosos. El sector público tiene mucho de aprender de todo lo desarrollado por el sector privado en temas de comunicación en la web. El Departamento de Salud de EEUU, por ejemplo, recientemente lanzó un portal sobre opciones en seguros de salud para información del público, que ha recibido muy buenas críticas por la manera como ha conseguido eficientemente comunicar de manera simple información que puede ser muy compleja. Además, por la manera como han desarrollado un sitio web a través de todo un proceso integral de diseño y retroalimentación de los usuarios, en lugar de un producto estático lanzado al aire y abandonado, como suele ser el caso. ¿Por qué no podrían los sitios web de las comisarías ser desarrollados también de esta manera? Ojo que el costo no es por cada comisaría – un mismo diseño y desarrollo puede luego implementarse en todas las comisarías a nivel nacional, utilizando infraestructura centralizando y mejorando así, además, la capacidad para capturar información de manera agregada y centralizada.)

Llevado un poco más lejos, encontramos iniciativas como quenoteroben.pe, que en realidad es un concepto muy simple. Un formulario, y un mapa, para denunciar un robo y marcarlo geográficamente. Listo. Si tomamos la aplicación del párrafo anterior y empezamos a correlacionar la data con información geográfica, empezamos a tener un mapa bastante más claro de dónde ocurre la actividad delincuencial en la ciudad. Al mismo tiempo, porque reducimos la fricción social que implica formular una denuncia, generamos incentivos a que la gente quiera denunciar. Y de yapa, el hecho de brindar herramientas para el seguimiento, un mecanismo para que el ciudadano pueda sentirse involucrado y sienta cierto grado de control sobre el proceso (porque puede hacer, desde su casa, seguimiento al estado de su denuncia) genera una sensación mayor de seguridad y mejora la imagen de la policía al brindar una solución tecnológica simple para que los ciudadanos estén involucrados.

Y éstas son sólo dos posibles aplicaciones. Tecnología de localización es una gran oportunidad, y especialmente la tecnología móvil tiene un enorme potencial para ayudar en la mejora de la seguridad ciudadana. La posibilidad de reportar delitos no sólo desde tu propia casa, sino quizás incluso desde cualquier lugar (asumiendo, claro, que no te robaron el celular). E, internamente, la posibilidad de administrar mejor los recursos de seguridad cuando se tiene un flujo actualizado y en tiempo real de dónde se está dando actividad problemática. Son aplicaciones que, sin ser demasiado complejas ni demasiado costosas, podrían brindar una significativa mejora en la calidad de la seguridad ciudadana en la ciudad, y no solamente mejorar una cierta ilusión de que estamos más seguros.

Kunstpolitik, la política del arte

Foto CC: Walter-Benjamin, por doylesaylor

Empecé a leer hace unos días una nueva edición del clásico texto de Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica. Estoy leyendo una edición en inglés, publicada en una compilación de textos de Benjamin titulada The Work Of Art In The Age Of Its Technological Reproducibility And Other Writings On Media, publicada en el 2008, que incluye la segunda versión conocida del ensayo, según los editores la «versión maestra» tal como Benjamin quería que se publicara. En parte por esto, y en parte porque es la primera vez que lo leo en inglés, es que siento que mi entendimiento de Benjamin ha cambiado por completo con esta lectura (que, de hecho, me he visto obligado a recomenzar tan pronto como la terminé).

Esta versión del ensayo me parece mucho más explícita y directamente política y revolucionaria, comparada con versiones que había leído anteriormente (por ejemplo ésta, disponible en línea). Quizás el contenido mismo no sea tan diferente, pero el lenguaje es un poco más explícito, aunque no me he dedicado a hacer una comparación exhaustiva de las versiones. Pero hasta antes de esta lectura, mi entendimiento del argumento de Benjamin en torno al aura había sido diferente (quizás más en la línea de Adorno y Horkheimer): comprendía antes que la introducción de la posibilidad técnica de reproducir las obras de arte las despojaba de aquello que las hacía únicas. Esto, me parecía, lo presentaba Benjamin como un empobrecimiento de sus cualidades estéticas: dado que el «aquí y ahora» de la obra se vuelve irrelevante porque pasa a adquirir múltiples «aquís y ahoras», la singularidad de la experiencia estética se desvanece con la reproducibilidad técnica. Un ejemplo simple es la diferencia entre ver un póster de una pintura, y ver la pintura original misma. Pero en realidad, Benjamin se refiere a nuevas formas de arte construidas a partir de la reproducibilidad técnica, como la pintura y el cine: en éstas ni siquiera tiene sentido hablar de original y copia, pues la reproducción hace imposible distinguirlas. El premio de consuelo, en esta lectura, de la pérdida del aura, es que el arte adquiere significado político y revolucionario: en la medida en que cesa de ser un valor trascendente (pues ha perdido su aura), el arte hace su ingreso en la historia y cobra un nuevo rol como elemento político.

Sin embargo, ahora creo que es al revés – una diferencia sutil, pero creo que relevante. El arte no se empobrece con la pérdida del aura, sino que el arte se libera, en cierta manera, de la tiranía del aura: el arte gana su capacidad de convertirse en significado político cuando deja de ser simple objeto de contemplación distante (que Benjamin asocia a la estetización de la política propia del fascismo) y se convierte, más bien, en objeto de interacción y participación con significado político revolucionario. La tradición aurática del arte es una tradición donde las obras de arte sólo pueden ser disfrutadas plenamente por unos pocos, por aquellos pocos que tienen acceso a las obras, que son escasas. Donde, además, pesa el valor de la propiedad, que puede rastrearse a través de la historia de dueños que ha tenido una obra de arte. Pero de esta forma, el arte carece por completo de la capacidad de ser disfrutado por las masas, posibilidad que introduce la reproducibilidad técnica. Pero al introducir esta posibilidad, la forma como las masas disfrutan del arte se vuelve cualitativamente distinta:

First, technological reproduction is more independent of the original than is manual reproduction. (…) Second, technological reproduction can place the copy of the original in situations which the original itself cannot attain. Above all, it enables the original to meet the recipient halfway, whether in the form of a photograph or in that of a gramophone record. (…)

By replicating the work many times over, it substitutes a mass existente for a unique existence.

Cuando el valor de la obra es un recurso escaso, vinculado al aura, el disfrute de la obra está regido por la obra misma. En este sentido Benjamin lo entiende como una existencia «masiva», pues el valor para el público es siempre el mismo, regido por la trascendencia del aura. En cambio, la reproducibilidad técnica invierta la figura, pues el valor, el disfrute de la obra depende ya no de la obra misma, sino que está en las manos del espectador que la hace única. Al abrir la disponibilidad de la obra masivamente, la experiencia de disfrutarla se vuelve una experiencia singular para cada individuo. Si queremos ponerlo radicalmente en otros términos: la reproducibilidad técnica hace del espectador artístico un prosumidor, un co-constructor del significado de la obra.

Ahora, una de las cosas interesantes del ensayo de Benjamin es que no se pone, como muchos otros marxistas y sobre todo, como muchos otros artistas afines al marxismo, a imaginar cómo sería alguna especie de arte revolucionario de la sociedad sin clases (completo además con sus ilustraciones pastorales e idílicas de la clase trabajadora que tan populares se volverían luego durante el estalinismo). Benjamin se pregunta por la manera en la cual el arte efectivamente existente, en las condiciones sociales efectivamente existentes, pueden pasar a ser considerados como formas políticas de arte, que incluso puedan tener un carácter revolucionario. Esto, de nuevo, en oposición a la estetización de la política que venía teniendo lugar con el fascismo, sobre todo a través de una estetización de la guerra. Es interesante porque en esto podríamos encontrar en Benjamin una suerte de reivindicación del valor artístico y cultural de la cultura popular a diferencia de alguna forma de cultura ilustrada.

Since the transformation of the superstructure proceeds far more slowly than that of the base, it has taken more than half a century for the change in the conditions of production to be manifested in all areas of culture. How this process has affected culture can only now be assessed, and these assessments must meet certain prognostic requirements. They do not, however, call for these on the art of the proletariat after its seizure of poer, and still less for any on the art of the classless society. They call for these defining the tendencies of the development of art under the present conditions of production. The dialectic of these conditions of production is evident in the superstructure, no less than in the economy. Theses defining the developmental tendencies of art can therefore contribute to the political struggle in ways that it would be a mistake to underestimate. They neutralize a number of traditional concepts – such as creativity and genius, eternal value and mystery – which, used in an uncontrolled way (and controlling them is difficult today), allow factual material to be manipulated in the interests of fascism. In what follows, the concepts which are introduced into the theory of art differ from those now current in that they are completely useless for the purposes of fascism. On the other hand, they are useful for the formulation of revolutionary demands in the politics of art [Kunstpolitik].

Sigo un poco en shock por este giro en mi interpretación de Benjamin – que reconozco no tiene nada de especial, y buen puede ser simplemente que lo he estado leyendo mal todo este tiempo. Pero ahora me parece como un poco más interesante, sobre todo dentro de los parámetros de Benjamin como un teórico del cambio mediático, tecnológico y cultural. Así que espero en los próximos días ir incorporando algunas notas más sobre este y otros textos de Benjamin sobre los medios.

Dreampolitik

Otro libro que terminé de leer hace muy poco es Dream: Reimagining Progressive Politics in an Age of Fantasy, de Stephen Duncombe. El título del libro resume en gran medida la premisa central: la política progresista está fundamentalmente fallada porque se construye sobre una base de moralismo y racionalidad propias de la Ilustración – asumiendo que la gente debería seguir sus propuestas en virtud a que están mejor argumentadas o sustentadas – y deja de lado el universo de construcción de ficciones e ilusiones que tienen lugar en el universo mediático cotidiano. Debo decir que es uno de los libros que mejor presenta mis propios sentimientos hacia la política, en particular la política de izquierda: una política que aunque puede tener muy buenas ideas, está incapacitada para saber venderlas e indispuesta a transarlas en el espacio público de manera que se vuelvan accesibles a un público masivo.

El libro documenta una serie de experiencias de lo que Duncombe llama un espectáculo ético: una propuesta política que utiliza todas las herramientas propias del discurso mediático, pero de tal manera que directa o indirectamente promueven ideas dentro del espectro político progresista. Lo hacen dejando de lado cualquier pretensión de moralismo, o de intransigencia – de hecho, gran parte de lo que Duncombe encuentra valioso en estas experiencias marginales de hacer política es que no son simples discurso sobre cómo debería ser el mundo, sino que son plataformas para que los ciudadanos puedan realizar el cambio que ellos mismos encuentran deseable. Hay algo fundamentalmente fallado en la política de izquierda en la medida en que presenta plataformas que, a pesar de la maner como se venden, son eminentemente no participativas, donde las tácticas y estrategias son recreaciones del arsenal de antaño donde uno participa de una protesta, marcha, grita, escucha a los líderes y organizadores articular lo que debe ser el discurso colectivo, y luego corre del gas lacrimógeno. Cuando el repertorio de acciones disponible se reduce a una serie de variantes en torno a ese mismo tema, Duncombe no se sorprende de que nadie quiera participar de este espectáculo. No hay ninguna motivación. Es aburrido.

Los progresistas, dice Duncombe, se han olvidado de construir sobre los sueños e ilusiones de las personas, de alimentar sus deseos para promover sus propias causas. En ese sentido, deben reorientar su mirada hacia el mundo del espectáculo y del entretenimiento, no para construir aparatos de propaganda más eficientes (al estilo de Goebbels o Stalin), sino para entender cómo el aparato de las industrias culturales se las arregla para construir y satisfacer los deseos de las personas. Duncombe dedica todo un capítulo a la exploración de cómo, por ejemplo, Grand Theft Auto brinda una plataforma para reinterpretar la acción política: porque comunica la idea de que la acción política es una plataforma abierta, donde jugar el juego debería ser gratificante, no solamente el hecho de conseguir tal o cual objetivo. Demasiadas políticas progresistas se construyen bajo la idea de sacrificio, de que la recompensa vendrá después (de algo), y que es racional y moral aceptar el sacrificio presente en función al beneficio futuro. Pero si pensamos la política como un videojuego, entendemos cómo el proceso de construcción de las propuestas políticas debe ser, como proceso, gratificante él mismo. Jugar a la política debería ser divertido, aunque no por eso menos serio. Pero el reconocimiento y la satisfacción de los activistas y los participantes de las acciones políticas debería ser un importantísimo factor a ser tomado en consideración en el diseño de cualquier plataforma de participación política.

Entre otras cosas, parte del fracaso de la política progresista para capturar el imaginario popular radica en su incapacidad para formular, justamente, propuestas. La derecha se las ha arreglado para arrinconar a la izquierda hasta un punto en el cual se limita a lanzar críticas y ataques contra las políticas que se implementan, pero no consiguen articular o convertir esa crítica en propuestas capaces de emocionar a la población. Allí donde la derecha ofrece ficciones coherentes, capaces de capturar y emocionar, de movilizar, la izquierda formula argumentos sumamente consistentes pero poco emocionantes respecto a por qué esas ficciones son incorrectas o indeseables. Pero no consiguen desplazar o reemplazar el objeto del deseo, ni siquiera consiguen desmontarlo, pues no ofrecen una alternativa consistente.

El libro de Duncombe es previo a la victoria de Obama en las últimas elecciones en EEUU, y sería sumamente interesante considerar cómo eso podría modificar su percepción de la política progresista estadounidense (aunque quizás él mismo haya ensayado ya una respuesta). Quizás lo interesante sea ver cómo justamente la campaña de Obama se construye a partir de todo aquello que Duncombe considera que le falta a la política progresista: la capacidad para articular un discurso convincente, anclado en los hechos, que consiga emocionar y movilizar a una población de tal manera que ella misma se considere en la posición como para ejercer un cambio, en lugar de simplemente legitimar a otro para que lo haga. Para muchos en la izquierda, esto es utilizar las armas del enemigo, pues significa hacer uso de tácticas y estrategias mediáticas propias de universos como el fascismo, o el capitalismo. Y sí, es totalmente cierto, pero se trata de tácticas y estrategias que funcionan. Dejarlas de lado, considera Duncombe, es no solamente poco estratégico, sino patentemente ingenuo. Pero, sobre todo, es una perspectiva que deja de lado el hecho de que estas mismas herramientas pueden transformarse tanto como pueden transformar, si se toma lo mejor del universo del espectáculo y se le utiliza para construir un espectáculo ético: una plataforma progresista de participación que movilice a los ciudadanos a una forma diferente de acción política, a partir de la construcción de sueños convincentes.

Yochai Benkler y «La riqueza de las redes»

He comentado antes un poco sobre La riqueza de las redes (The Wealth of Networks) de Yochai Benkler. En resumen, me parece que se trata de un referente absolutamente imprescindible para todo aquel interesado en la influencia que los medios digitales están ejerciendo sobre diversos sistemas culturales, económicos y políticos dentro de nuestras sociedades. En una revisión sumamente detallada, Benkler argumenta que la aparición de nuevas tecnologías digitales han transformado de tal manera los costos de transacción para diversas acciones, que hacen posible la aparición de todo un nuevo segmento productivo. Allí donde antes las iniciativas colectivas eran posibles solamente a través de organizaciones privadas incentivadas por el lucro (al menos en la gran mayoría de los casos), se vuelve ahora posible que individuos organizados informalmente puedan coordinar y colaborar para perseguir objetivos comunes. Benkler se dedica a documentar cómo éste se vuelve un segmento cada vez más relevante en nuestras sociedades, que sin abandonar nuestros supuestos fundamentales de una sociedad liberal (los individuos siguen estando motivados por satisfacer sus propios intereses) introduce la variante de que esos supuestos no terminan única e irrevocablemente en un mercado libre de vendedores y compradores. Por el contrario, mucho de esta producción social no tiene otro objetivo más que incrementar nuestra participación de un capital social: participando y colaborando activamente de redes informales, recibimos el reconocimiento social de la red de individuos con los cuales interactuamos que aprecian nuestros aportes y contribuciones.

Benkler explora en gran detalle la manera como esta forma de producción tiene sentido económico, e incluso, la manera como tiene en mucho casos más sentido económico que formas estrictamente capitalistas de acción colectiva. La conclusión parcial a la que llega en este sentido puede articularse simplemente: aunque es cierto que en muchos de los casos permitir el libre intercambio de bienes asegurará la distribución más eficiente posible de los mismos, esto no es cierto en todos los casos, ni es tampoco deseable en todos. Benkler indaga en ambos escenarios: tanto en aquellos casos cuando la producción social, no orientada por el mercado, de hecho deriva en soluciones más económicamente eficientes (porque, por ejemplo, el costo de una posible acción es mayor a la utilidad que incentivaría a una empresa privada a llevarla a cabo); como en aquellos casos cuando simplemente una mayor eficiencia no se traduce al mismo tiempo en un mayor beneficio social para un mayor número de personas. En otras palabras, es razonable imaginar que existirán casos donde decidiremos sacrificar un principio de eficiencia cuando encontramos que ellos resulta en, por ejemplo, un incremento en el bienestar o la calidad de vida de las personas.

Una de las cosas más interesantes del libro, aunque también de las más discutibles, es la importancia que Benkler le otorga a enmarcarse siempre dentro de la teoría política liberal. De hecho, una de las partes más ilustrativas que encontré fue una discusión extensa sobre las diferentes ramas dentro de la teoría liberal (incluyendo personajes como Rawls, Habermas o Nozick, entre otros) para explicar dónde se situaba Benkler dentro de este espectro. Sus conclusiones en este sentido son interesantes, estando de acuerdo con principios básicos del liberalismo, como la preeminencia del individuo y de sus libertades personales para autodeterminarse, o su capacidad para tomar decisiones racionales para satisfacer sus propias necesidades y deseos; pero, al mismo tiempo, sin ir tan lejos como para negar la influencia significativa del contexto social en estas decisiones, o la existencia e importancia de la variable cultural en la explicación de la conducta. Benkler no es un liberal ingenuo, ni uno cualquiera. Aún así, es quizás excesiva la fe que le pone a la capacidad de autodeterminación del individuo, o demasiado clásicamente liberales sus nociones de agencia y autodeterminación que considera potenciadas por la aparición de las tecnologías digitales.

Lo cual no quita que se trate de un libro espectacular. Sobre todo al llegar a su análisis respecto a las diferentes maneras en las que esta nueva forma de producción social está entrando en conflicto con modelos económicos y de negocios existentes, y la manera como la respuesta del mercado es utilizar todas las herramientas a su disposición para cerrar este espacio de producción no comercial por considerar que amenaza sus posibles utilidades. Benkler hace un extenso análisis de políticas públicas implementadas, rechazadas o propuestas para mostrar cómo los intereses económicos de las economía industrial de la información están ejerciendo cambios en las capas tanto física, lógica y de contenido (la tecnología, la legislación que regula su uso y la propiedad intelectual) para asegurarse que solamente un número limitado de actores puedan participar de la producción, distribución y transformación de la información – algo que va patentemente en contra de las posibilidades ofrecidas por la nueva tecnología disponible. El argumento de Benkler es estrictamente liberal: se trata de medidas que no amplían, sino que reducen las libertades de los individuos para poder perseguir sus propios ideales de la vida buena, y por lo tanto, la política pública en torno a la tecnología debería ir orientada hacia maximizar las posibilidades de uso de las nuevas tecnologías para salvaguardar le economía social de la información, como un nuevo modelo productivo emergente.

En verdad creo que se trata de un libro completamente imprescindible, sumamente bien documentado y detallado, para todo aquel interesado en el tema. El libro lo pueden encontrar completamente gratis en línea, en su versión en inglés (aunque existen algunos fragmentos traducidos a otros idiomas). Finalmente, los dejo con un par de videos de Benkler. El primero es su charla TED sobre «economía open source»:

El segundo es un video bastante más largo (que he posteado antes también) de una charla en el Berkman Center for Internet and Society, sobre lo que hay luego o más allá del egoísmo: