Esta mañana encontré varios blogs que hablaban sobre el aniversario de Lima, y bueno, la mayoría de ellos coinciden en lo débil e insuficiente de la gestión de Luis Castañeda (lo cual contrasta perturbadoramente con el nivel de aprobación pública de su gestión).
Personalmente, la gestión de Castañeda me parece un desastre por lo desperdiciado de las oportunidades, por lo lineal de las soluciones, por la ausencia de total de soluciones innovadoras y sistemáticas. El actual alcalde parcha la ciudad allí donde hay problema, y la parcha siempre de la misma manera, es decir, tirando concreto sobre el problema en la forma de pistas, obras viales, escaleras, y demás. No me malentiendan: entiendo perfectamente la necesidad, y probablemente urgencia, de todas estas cosas. Pero son soluciones que, si las pensamos un poco, no resuelven propiamente los problemas de fondo.
De hecho, evidencian varias cosas. En primer lugar, que no escapamos a los remanentes del positivismo en nuestra sociedad, y Castañeda menos aún. El público exige progreso, desarrollo, y eso es sinónimo, en términos materiales, de concreto, de asfalto. El cemento es ampliamente asociado con un indicador de progreso, de que las cosas se están edificando y son sólidas. De allí que el primer instinto que vemos suele ser el de arrojar concreto a los problemas pues lo entendemos como si algo estuviera mejorando. Es interesante que, en zonas de la ciudad más económicamente privilegiadas donde la valla del concreto fue superada hace tiempo, la lógica del progreso y el desarrollo ha sido reemplazada por otro elemento material directo: los adoquines. Los alcaldes de, por ejemplo, San Isidro o Miraflores, ahora tienen la obsesión de levantar pistas completamente funcionales para decorarlas con adoquines que, aunque menos funcionales, se ven mejor. Son el siguiente paso. Es algo así como una forma de demostrarle al resto de la ciudad que, aunque todos pueden estar tirando concreto, ellos pueden darse el lujo de levantar el concreto y poner adoquines. Porque sí, porque les da la gana.
Lo otro que evidencia, en la misma línea, es la absoluta linealidad de las soluciones. Es decir, los problemas urbanos en Lima, particularmente hablando de la gestión de Castañeda, se entienden como simples relaciones de causa y efecto. Hay un problema, digamos, el tráfico en una zona de la ciudad. Si aplicamos una obra vial aquí, el problema desaparecerá. Es tierno, pero ingenuo e impreciso. La misma lógica cuasipositivista del concreto y los bypasses y las vías expresas se reflejan en la ausencia de una concepción orgánica, sistémica de la ciudad. Entender la ciudad prácticamente como un organismo, donde todo está conectado y los cambios en un lugar significan siempre cambios muchas veces imprevistos en otro lugar. Lo que muchas veces se expresa cuando decimos que no hay un plan para Lima, que no hay una política urbana. Bueno, viene más o menos de lo mismo: antes que una política urbana, falta una lógica y una concepción de lo que Lima significa, integradamente, como ciudad.
De allí se desprenden una serie de oportunidades desperdiciadas, o nuevos problemas generados. Seguimos tendiendo pistas y caminos para autos, a pesar de que no renovamos el parque automotor ni proponemos alternativas al transporte público. Esto no es coincidencia: es construir una sociedad como la estadounidense, de individuos atomizados con poca interacción entre ellos. Salgo de mi casa, subo a mi auto, voy al trabajo, salgo del trabajo, subo a mi auto, voy a mi casa. Nunca me veo obligado a enfrentarme, a relacionarme con los demás. Aunque compartimos el espacio, no estamos dentro de él juntos, sino tan sólo en simultáneo (que no es lo mismo).
Pero las obras viales son fáciles, la gente las entiende rápido y proveen beneficios electorales. Pero eso quiere decir que más autos son necesarios para usarlas, porque no hay alternativas. Lo cual, además de las consecuencias culturales del aislacionismo y la exacerbación del individualismo, quiere decir también un pasivo ambiental. Es testimonio supremo de la desconexión de Castañeda con la realidad que, en una época donde la preocupación ambiental y climática es tan central, él siga tendiendo pistas para autos cuya contaminación agregada significa agravar un problema que nos afecta directamente.
¿Y qué alternativas existen? Bueno, ninguna, realmente. El Metropolitano se construye siguiendo la misma lógica lineal, que no entiende la ciudad en su conjunto. Vivimos en una ciudad de casi 10 millones de personas, que requiere de transporte público masivo y accesible, una solución difícil y de largo alcance como un metro, pero que requiere de pensar el problema distinto. Igualmente, si han tenido oportunidad de circular por la ciudad en bicicleta, o caminando, se habrán dado cuenta de la enorme falta de infraestructura para esto. Las veredas, los cruces, los puentes, simplemente no favorecen la idea de que alguien camine por la ciudad (con contadas excepciones), lo cual es una enorme oportunidad desperdiciada. Aquí entra a tallar, además, el problema de la seguridad ciudadana. Con lo cual, de nuevo, todo obliga al ciudadano a pensar en autos, en transporte urbano entendido desde una única dimensión, sin mayores alternativas.
Hace tiempo, en el blog del curso de Filosofía Moderna que dictamos el semestre pasado en la PUCP, escribí un post sobre la relación entre los ideales de la modernidad y nuestra concepción de la ciudades. La cuestión va más o menos por la misma dirección: una ciudad de estas dimensiones, en esta época, requiere de una lógica y una concepción diferente a la concepción lineal, acumulativa, progresiva que aprendimos con la modernidad. No, no es que necesitemos una ciudad posmoderna (que en muchos sentidos uno podría decir que es lo que tenemos), sino que tenemos que pensar la ciudad de manera distinta. Lo cual, además, no es tanto por un imperativo moral, sino porque nos conviene, sobre todo en este momento, pues nos permitiría hacer de Lima algo radicalmente diferente.
Feliz cumpleaños, Lima.