Ocho libros fundamentales para entender la sociedad de la información

No son los únicos, pero son ciertamente una base fundamental: les dejo aquí una pequeña selección de ocho libros que me parece son imprescindibles para entender el funcionamiento de la sociedad de la información en la época de los medios digitales. La lista podría ser mucho más amplia, pero quería hacer una breve selección arbitraria de libros recientes que me parecen determinantes por una serie de razones. Sin ningún orden en particular, ocho libros fundamentales para entender la sociedad de la información:

Convergence Culture. El libro más importante de Henry Jenkins (a quién deberías conocer si estás interesado en el tema de los media studies) introduce una serie de conceptos sumamente útiles y novedosos, entre ellos el enfoque de la convergencia mediática para entender el cambio tecnológico no como un proceso de reemplazos y desplazamientos, sino como uno de prácticas sociales en constante reinterpretación. Jenkins habla también aquí de su concepto de transmedia para ilustrar la manera como tanto los contenidos que consumimos, como nosotros mismos como consumidores, no existimos ya bajo experiencias mediáticas aisladas, sino que participamos de múltiples experiencias en paralelo e incluso en simultáneo, lo cual introduce nuevas demandas y expectativas hacia las narrativas con las que nos involucramos.

The Wealth of Networks. He comentado hace poco por qué me parece que este libro de Yochai Benkler es un referente imprescindible: Benkler hace una investigación sumamente detallada sobre las prácticas económicas emergentes en el mundo digital y la manera como estas prácticas están generando una nueva forma de producción. La reducción en los costos de transacción y organización hace viables empresas (en todo el sentido de la palabra) que no están necesariamente motivadas por el lucro, sino que contribuyen a la creación y acumulación de capital social entre las personas que participan de ellas. Benkler analiza las maneras como esta nueva forma de producción tiene un enorme potencial para dinamizar una serie de sectores económicos, pero también evalúa la manera como los actores establecidos están colaborando consciente o inconscientemente para entrampar este nuevo universo productivo en gestación. El texto completo del libro pueden encontrarlo en línea.

Understanding Media. Éste es un poco trampa, porque es el más viejo de la lista. Se trata del texto más importante de Marshall McLuhan, donde se acuñaron expresiones confusas como «el medio es el mensaje» o «la aldea global«. A pesar de ser un texto de 1964, sirve como un adelanto de lo que vendrían a ser las consecuencias de la tecnología electrónica en lo que McLuhan llamaba el «hombre tipográfico», el hombre propio de una cultura formada a partir de la lógica lineal, secuencial, masiva e industrial de la imprenta y la tipografía. McLuhan es sumamente oscuro en este libro y profundizar en sus ideas es complicado, pero su capacidad para adelantarse a cambios tecnológicos que aún no se hacían presentes es sorprendente. Esto es, quizás, propio además de su concepción de la nueva cultura mediática, una concepción de la tecnología donde los efectos se muestran antes que las causas y donde la linealidad del progreso debe ser abandonada por un entendimiento del cambio mediático como transformaciones cualitativas de nuestro entendimiento del mundo.

La era de la información. El magnum opus de Manuel Castells está compuesto por tres volúmenes que establecieron en los 90s la línea de base a partir de la cual entender la sociedad informacional (que, además, distingue por primera vez de la «sociedad de la información»). Castells se da el trabajo de realizar un análisis social de todas las múltiples dimensiones que se ven afectadas por el cambio en los patrones de conducta en la sociedad de la información, cuando dejamos de únicamente circular información (algo propio de todas las sociedades) y la producción, distribución y transformación de información se convierten, más bien, en la actividad económica y social más importante de nuestra cultura. La política, la economía, la identidad, las relaciones sociales, las relaciones internacionales, las afinidades nacionales, el trabajo, el comercio, los medios de comunicación, son sólo algunas de las categorías que Castells evalúa en la manera como se ven impactadas por este cambio fundamental en nuestra actitud hacia el conocimiento y la información.

Free Culture. Este libro de Lawrence Lessig, disponible libremente (también en su traducción en español como Cultura libre) explora la relación compleja que se establece en la economía digital con la legislación en derechos de autor. Lessig plantea que, a medida que más y más de nuestra cultura pasa por alguna forma mediática y tecnológica, y a medida que nuestro uso de la tecnología nos permite hacer cosas nuevas antes impensables, la legislación que regula nuestro consumo de información y de productos culturales no se ha mantenido igualmente dinámica. El aparato legal existente ha llevado a la sociedad a una posición donde una mayoría se ha vuelto delincuente por hacer algo que parece completamente cotidiano y coherente, y en ese sentido la ley se ha vuelto un obstáculo para el florecimiento de nuevas producciones culturales, en lugar de un incentivo. En este libro Lessig establece los fundamentos sobre los cuales se construirá luego el movimiento Creative Commons.

The Long Tail. Chris Anderson, el editor de la revista Wired, introdujo la idea de la larga cola en un artículo para la misma revista en el 2004 (disponible traducido al español) que luego expandió en un libro del mismo nombre. La idea de la larga cola es simple: la tecnología hace que sea más fácil tanto producir como consumir, y esto es en sí mismo un incentivo para que más personas produzcan más cosas en torno a intereses cada vez más específicos, al mismo tiempo que los consumidores pueden fácilmente encontrar cosas por específicas a sus gustos que sean, dado que Internet (con herramientas como Google) hacen muy sencillo conectar la oferta con la demanda. Lo que esto hace posible, sobre todo respecto a economías de bienes virtuales, es que la larga cola de la distribución de Pareto, o todos aquellos productos que antes fueron comercialmente inviables, se vuelven ahora un espacio de oportunidades por explotar en la medida en que se puede agregar la demanda por ellos. Esto abre la puerta para una nueva generación de emprendimientos digitales de pequeña y mediana escala (o incluso enorme escala, como Amazon).

Inteligencia colectiva. Pierre Lévy subtitula esta obra «Por una antropología del cibersespacio». Lévy explora la manera como el ciberespacio está transformándonos cognitivamente y replanteando nuestras asociaciones sociales en torno a la resolución de problemas. En la sociedad informacional hay tanta información que procesar que es imposible que ningún individuo emprenda esa tarea por sí mismo, pero incluso aquello que un individuo sí necesita procesar es demasiado para sus propias capacidades. Pero esta nueva imposibilidad viene de la mano con tecnologías que nos permiten compartir, cooperar y colaborar de maneras mucho más sencillas que cualquier otra forma conocida, lo cual hace posible que se construyan así inteligencias colectivas: redes conectadas de individuos donde ningún individuo puede saberlo todo, pero todos pueden saber algo y compartirlo con los demás. Para Lévy, éste s el punto de partida de toda una serie de transformaciones en nuestras organizaciones sociales, pues este nuevo principio subvierte la existencia de jerarquías verticales y transforma el significado de ejercer un rol o una función en una organización o estructura social. El texto completo en español se encuentra disponible en línea gracias a una edición virtual de la OMS.

Everything is Miscellaneous. El tema epistemológico es también el interés de David Weinberger, aunque Weinberger lo trabaja más bien desde el punto de vista de cómo ordenamos los conceptos. Según Weinberger, nuestro entendimiento del ordenamiento de la información en la forma de categorías excluyentes es propio de una sociedad que ordena su información utilizando un espacio físico: como el espacio es finito y tiene una serie de características limitantes para la disposición de las cosas, nos hemos visto obligados a adaptar nuestros esquemas mentales a nuestros esquemas físicos. Nuestras mentes, básicamente, funcionan como archivadores, o como librerías. Pero la web elimina esa condición básica: el espacio se vuelve virtualmente infinito, la cantidad de contenido que almacenar y ordenar también, y no se aplican las mismas limitaciones que tenemos en el espacio físico. De repente nos vemos enfrentados a un mundo en el cual todo puede encajar bajo múltiples categorías al mismo tiempo sin que eso sea un problema, excepto porque se vuelve una inmanejable sobrecarga de información. La solución para Weinberger es contraintuitiva: la solución a la sobrecarga de información es más información, información sobre información, para navegar esta nueva red de conocimiento. La información se vuelve un commodity, y saber navegarla y encontrar lo importante se vuelve la habilidad realmente valiosa. El prólogo y el primer capítulo del libro se encuentran disponibles en su sitio web.

La arquitectura de la participación

Las diferentes tecnologías de comunicación de los últimos años han generado diversas transformaciones en los costos de transacción tradicionalmente asociados a diferentes interacciones sociales. En otras palabras, se ha vuelto más fácil hacer cosas que antes eran muy difíciles, lo cual es en sí mismo un incentivo para hacerlas más. Doble diagnóstico, a partir de esto: en primer lugar, que una de las cosas que se hacen más fáciles que nunca es compartir información. Este blog es un ejemplo de ello: hace unos años, no habría podido encontrar tan fácilmente un medio suficientemente flexible y abierto como para publicar estas pastruladas y encima, esperar que alguien en el mundo las leyera. Igualmente, podemos compartir información que nos parece interesante a través de redes sociales como Twitter o Facebook, podemos coordinar actividades vía SMS o mensajería instantánea, podemos hacerle seguimiento a fuentes de información con Google Reader y lectores RSS. Nos hemos vuelto, todos, en mayor o menor medida brokers de información, y esta posibilidad de compartir información fácilmente nos hace, a la vez, más fácil mantener activos nuestros vínculos sociales.

A partir de allí, el segundo diagnóstico: que el siguiente paso que posibilita esta facilidad de compartir información, es actuar sobre ella, y actuar sobre ella de una manera concertada y coordinada. Allí donde tenemos intereses comunes relevantes, está latente la posibilidad de que ese vínculo de interés común pueda convertirse en una forma de acción colectiva, en la medida en que nuestra información compartida se incrementa, se formula un lenguaje común y empiezan a generarse dinámicas adicionales a la capa inicial de información. Sobre cualquier cosa – desde web3.0, pasando por crianza de caballos de paso hasta cocina novoandina y demás, lo importante no es tanto el tema como el mecanismo utilizado para articular individuos con intereses compartidos. Estos es posible por varias razones: en primer lugar, por la misma transformación de los costos de transacción que hace posible coordinar acciones más fácilmente. En segundo lugar, porque la economía de la larga cola hace que sea mucho más fácil para mí encontrar otras personas, grupos o espacios que apuntan a intereses mucho más específicos, y potencialmente mucho más relevantes para mí a nivel personal. En tercer lugar, porque la naturaleza informal a partir de la cual surgen estas colaboraciones nos permite interactuar de manera flexible sin tener que asumir roles definidos o responsabilidades institucionalizadas que nos demanden demasiada atención. Si participo de una comunidad en línea, puedo desaparecer por unos días porque tengo mucho trabajo, luego reintegrarme y más allá de explicar por qué no estuve cuando me lo pregunten, no he incurrido en faltas mayores con la comunidad. La actividad se mantiene aún cuando yo no haya podido estar.

Estas comunidades, a su vez, empiezan a generar nuevos tipos de recursos compartidos que son producto del trabajo colectivo. Algo que puede ser considerado tan simple, por ejemplo, como una colección de enlaces seleccionados relevantes a un tema, representa un enorme valor para el grupo porque es, de cierta manera, una de esas piedras fundacionales sobre las que se articula el lenguaje compartido del grupo. O una lista de preguntas frecuentes, por ejemplo, empiezan no sólo a ser recursos de información, sino documentos históricos que testimonian la formación y el crecimiento de una comunidad. Son artefactos culturales.

Hasta aquí la cosa se ve bonita. El asunto empieza a complicarse de la siguiente manera: cuando empezamos a desarrollarnos dentro de estas comunidades, adoptamos como una cuestión normal y deseable el construir nuevos recursos de información, nuevos contenidos, a partir del trabajo de aquellos que hicieron lo mismo antes que nosotros. Incluso, estrictamente, ésta es la manera como toda nuestra cultura se ha construido, siempre – era Isaac Newton el que decía que nos «parábamos sobre hombros de gigantes». El trabajo cultural o artístico consiste en tomar elementos existentes de nuestra cultura, cambiar la manera como están presentados, y de esa manera introducir lo inexistente a partir de lo existente. Es un proceso de transformación de lo conocido, por medio del cual podría decirse que todos ganamos: gana el creador original que ve su obra y, por su extensión, su propia identidad, recibir un tributo; gana el nuevo creador que tiene la oportunidad de expresar y articular un nuevo mensaje; y gana el conjunto de la comunidad que se beneficia a partir de la existencia del nuevo producto – todo, claro, de maneras bastante intangibles, pero que en general contribuyen a la estabilidad y cohesión del núcleo social. Hoy día tenemos palabritas más marketeras para este mismo proceso: el remix, o el mashup.

El problema surge porque en el camino trazamos distinciones que no nos han molestado hasta ahora: en gran medida, todo este circuito de intercambio se daba en el ámbito de lo privado y dentro de condiciones limitadas de distribución. Grupos pequeños, en pocas palabras. Mientras que la circulación de información en grupos grandes fue un privilegio limitado a la esfera de lo público, a aquellos con los recursos suficientes como para mover las máquinas necesarias para alcanzar a grandes grupos – la imprenta primero, la radio y la televisión después. El equilibrio de poder se mantenía más o menos imperturbable. Pero cuando se reducen los costos de transacción y estos grupos de colaboración empiezan a desdibujar la separación entre lo privado y lo público, y hacer que sus intercambios se vuelvan materia disponible a cualquiera navegando por la web, las posiciones de aquellas organizaciones que habían dominado el espacio de la comunicación en el ámbito público se vieron amenazadas. En primer lugar, y directamente, porque su trabajo de remix se extendía hacia objetos y productos culturales que no eran de libre disposición, sino protegidos por la ley para que no puedan ser libremente copiados. En segundo lugar, porque en la medida en que reflejaban nuevas estructuras y motivaciones para producir nuevos contenidos (encima, a partir de sus viejos contenidos) generaban una competencia «desleal» que no podía ser tolerada.

El sinsentido de estas acusaciones quedará para otro día. Por ahora, concentrémonos en otra cosa: la manera como estas organizaciones se defendieron de esta nueva tendencia no fue buscando dialogar ni tampoco buscando a las condiciones cambiantes de un mercado. En cambio, escogieron utilizar su enorme masa para empujar al aparato formal para que impidiera que esto pasara. Es decir, movieron a los gobiernos para que introdujeran barreras a estas prácticas y conductas que protegieran, básicamente, sus posibilidades para seguir ganando dinero de la misma manera que siempre lo habían hecho, por encima del interés de los individuos de comunicarse, intercambiar información y formar comunidades de interés (las razones por las cuales esto de por sí beneficia a ciertas formas o ejemplos de gobiernos y Estados quedará obvia en breve, si no lo es ya). Barreras artificiales que impidieran que pudiéramos explorar libremente las posibilidades que este nuevo entorno ofrece. Es en este punto que se hace obvio, entonces, que las prácticas sociales que han crecido en torno a la tecnología han rebasado la capacidad de estructuras existentes, como el sistema legal, para darles cabida. Y claro, tiene todo el sentido: una legislación tipeada en máquinas de escribir obviamente no tiene lugar ni capacidad para describir cómo debemos actuar frente a una computadora, menos aún frente a comunidades de usuarios articulados a partir de una red de computadoras conectadas distribuidamente.

El resultado es que nos encontramos con una inconsistencia entre lo que la tecnología nos permite fácticamente hacer, y lo que el orden formal, legal de nuestra sociedad nos dice que estamos permitidos que hagamos. Y que, además, esta separación obedece a un carácter artificial, que busca mantener con vida modelos que entran en conflicto con todo lo que hemos aprendido en nuestra práctica cotidiana respecto a cómo tiene lugar el proceso a través del cual construimos productos culturales. Aquellas personas que han asimilado la lógica colaborativa de la producción cultural, la simplicidad de compartir información, no pueden quedar sino sorprendidas cuando se les dice que, en verdad, todo el tiempo que hacían lo que hacían probablemente lo hacían al margen de la ley. Exactamente eso pasó para grupos construidos en torno a la música, a las películas, a los libros, a la televisión, y demás objetos que han producido nuestras industrias culturales. ¿Cómo que no puedo fotocopiarlo, si sólo tengo que apretar este botón? ¿Cómo que no puedo enviar este archivo por correo electrónico a mis amigos, si es tan sencillo? ¿Cómo que no puedo descargarme esta película de Internet, si ya no está en cartelera? Y así sucesivamente.

En una economía de la información y el conocimiento, tiene todo el sentido que estos sean los recursos más protegidos. De allí que esta batalla se juegue justamente allí, en las leyes y normas que tenemos para manejar nuestra propiedad y producción intelectual, aquello que, finalmente, hace a las sociedades grandes e influyentes frente a las demás. En la medida en que un aparato cultural consigue internarse en otros, exportarse de una sociedad a otra, es que puede realmente contemplarse y medirse la influencia cultural que tiene una sociedad y una cultura. La cuestión termina reduciéndose, así en términos muy generales, a dos posiciones muy generales: por un lado la de quienes que el orden conocido se mantenga y que todos estos avances sea interrumpidos en la medida en que perjudiquen su modelo económico. En otras palabras, este lado de la discusión quiere reinstaurar la separación entre lo privado y lo público y la separación entre los usuarios, para que no tengan, realmente, otro remedio que seguir acudiendo a ellos como distribuidores si quieren seguir consumiendo productos culturales. Si nos guiamos por lo que algunos piensan, prácticamente nos dejarían sin Internet si tuvieran la oportunidad (aquí una refutación detallada también). El otro polo, con el cual, igual que en casos anteriores, simpatizo mucho más, es que en realidad nos enfrentamos al desafío de adaptarnos a estas transformaciones de la mejor manera posible, procurando rescatar el mayor impacto positivo posible a la vez que intentamos reducir al mínimo el inevitable, pero aún tremendo, impacto negativo que se generará. Tenemos que aprender a vivir con estas nuevas realidades culturales, y estas nuevas prácticas sociales que, aunque siguen siendo hoy privilegio de una limitada fracción de la humanidad, siguen expandiéndose a un ritmo tremendo e incorporando a nuevas masas que lejos de asimilarse a la lógica homogenizante del medio masivo, traen su propia voz, perspectiva y experiencia para introducir nuevos usos y significados a la manera como utilizamos estas herramientas.

De modo que lo que empieza como una «simple» lucha por cambiar la manera como pensamos la propiedad intelectual termina tomando matices muy diferentes – por un lado, se termina convirtiendo prácticamente en una causa de derechos y libertades civiles, en la medida en que empieza a asociarse con las restricciones que se imponen a la manera como escogemos expresarnos. Por la misma línea, en realidad lo que tenemos es una gran batalla cultural en la cual una nueva forma de vida emergente busca afianzar su posición frente a un modelo cultural dominante, no necesariamente para desarmalo ni destronarlo, pero sí para por lo menos hacer sentir su presencia lo suficiente como para ganarse el reconocimiento de su espacio. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Pero esta misma lucha, años antes, habría sido imposible. No solamente porque el problema mismo no existía, sino que, aunque hubiera existido algo similar, los costos de transacción que implicaban organizar a grupos tan enormes de gente en torno a este objetivo común estaban simplemente más allá de lo que cualquier individuo o grupo informal podrían haber conseguido entonces. La ventaja estaba totalmente a favor de las instituciones que de hecho defienden este mismo sistema: sólo con esa envergadura era posible administrar y distribuir los recursos suficientes como para librar una batalla cultural de este tipo. Pero con la transformación en los costos de transacción, esta figura cambia: ahora pueden los individuos y los grupos comunicarse entre sí y coordinar acciones de tal manera que es posible concertar una campaña de alcance global en torno a una lucha por la supervivencia como ésta. Esto es posible no porque se hayan preparado durante años para esto, sino porque las mismas habilidades que han desarrollado al compartir información y coordinar acciones en torno a cualquier tema posible son las mismas habilidades que necesitan para compartir información y coordinar acciones cuando se trata de preservar la posibilidad de seguir usando dichas habilidades. Dicho de otro modo – las mismas habilidades que están en juego al discutir y transformar un libro o una película en línea son las que necesito para organizar grupos que transformen la legislación de propiedad intelectual de manera que reconozcan el espacio para estos mismos remixes y mashups.

Esto fue, precisamente, lo que ocurrió con el movimiento Creative Commons. Pero he aquí la cerecita del helado. Lo que el movimiento CC demostró no era únicamente el hecho de que existía un enorme interés y apoyo en modificar legislaciones de propiedad intelectual no para destruirla, sino para abrir un espacio al dominio público y la participación de creadores independientes. Lo más interesante de este proceso, me parece, es que demostró la facilidad con la cual las habilidades podían transferirse de un contexto a otro – las habilidades de cooperación y colaboración, de acción colectiva organizada sin un nodo central que lo ordene todo. Lo cual nos podría llevar a pensar que el resultado neto de este proceso es una sociedad movilizada, organizada y articulada en torno a los temas más diversos posibles, desde Harry Potter hasta el tejido a crochet. Y eso no tiene nada de malo. Porque en estos contextos, en apariencia triviales y cotidianos, lo que está ocurriendo es que los jóvenes están descubriendo que la realidad cultural es maleable y que sus aportes a una comunidad son relevantes – que es lo mismo que decir que están redescubriendo el valor de la acción colectiva a partir de la micropolítica. Al mismo tiempo que están construyendo identidad múltiples, estructuradas en torno a múltiples roles en múltiples contextos entre los cuales pueden transferir sus habilidades.

La traducción de todo esto es la siguiente: el resultado neto es que a través de estas actividades estamos formando una nueva generación de individuos con un concepto potencialmente renovado de ciudadanía, entendida como la movilización, la cooperación y la colaboración por la defensa de los intereses particulares (que devienen colectivos). Y que pueden fácilmente readaptarse sobre la marcha para asumir un nuevo rol, en el cual hacen uso de las mismas habilidades que siempre han usado, para fines diferentes. Esto es, creo, lo que le permitió a Lawrence Lessig utilizar el ímpetu con el que venía desde Creative Commons para llevar el asunto más lejos y lanzar el movimiento Change Congress, un movimiento cuya premisa es que el cambio que Creative Commons requiere, presupone de un poder legislativo que no esté coaccionado por la influencia de grandes intereses en la forma de contribuciones monetarias a los legisladores. De nuevo, son las mismas habilidades, los mismos ciudadanos movilizados, que ni siquiera tienen que dedicar todo su tiempo a promover estas ideas y estas causas. La arquitectura de la participación de ha visto transformada.

Es, entonces, por eso que los gobiernos se ven ellos mismos beneficiados cuando las disqueras y las distribuidoras de películas quieren desarticular los individuos organizados que amenazan sus modelos económicos. En el fondo, lo que están consiguiendo es algo siempre bueno para el status quo: mantener a los individuos separados, e incapacitados de comunicarse entre sí, para que no puedan coordinar entre ellos acciones colectiva. Esta arquitectura de la participación transformada es lo que nos está mostrando en estos días algunos de los ejemplos más interesantes de cosas que pueden pasar hoy, que no podían pasar hace 10 años.

I’m Not Scared

Hace un par de días preparé esto como quien no quiere la cosa. Me cuentan qué les parece.

Los vídeos de Vodpod ya no están disponibles.

No me gusta hacer esto -me gustaría que el asunto fuera autoexplicativo- pero quizás valga la pena darle un poco de contexto. Me quedé un poco obsesionado con la canción que uso, “Electrolite” de REM, que según Michael Stipe (en el concierto en Lima) se escribe a partir de la vista de Los Angeles cuando uno llega por avión. Me quedé con la idea de la relación entre la luz y la noche, como de hecho la luz hace la noche y como la noche toma una serie de diferentes facetas, desde el anochecer hasta el amanecer.

Así que luego empecé a buscar entre mis propias fotos y en Flickr fotos con licencia Creative Commons que pudiera reutilizar. El resultado fue esta selección, a la que traté de darle cierto orden y estructura para configurar algún tipo de narración. La idea es hacer una especie de paseo a través de estas múltiples facetas siguiendo el hilo conductor de la luz. Espero que les divierta.

Obviamente, no tengo licencia para utilizar la canción que utilizo. Por esa razón no pude colgar el video en YouTube: por una demanda de Warner Music, YouTube le quitó el audio a mi video, con lo cual le quitó todo el sentido. ¿Cómo, exactamente, mi pequeño video de fotos CC de Flickr afecta la posibilidad de que Warner Music siga ganando millones de los cuales yo jamás participaré? No lo sé. Pero es un síntoma más de que tenemos un sistema que simplemente no funciona.

El affaire Facebook y sus posibles interpretaciones

He aquí la cuestión, siguiendo el post de hace un par de días sobre el asunto con Facebook. En realidad, sólo quiero compartir algunas ideas que encontré en un blog nuevo al que me suscribí, de Jenna McWilliams. Jenna entra un poco más en profundidad en la posible relevancia que uno puede encontrar en la decisión de Facebook de revertir sus políticas, debido a la presión de sus propios usuarios. La traducción es mía:

Éste es el nuevo modelo de participación ciudadana, un tipo de activimos que pasa en gran medida desapercibido para politólogos, teóricos culturales y encuestadores, pero que ofrece un nuevo modelo de participación democrática – la lucha por la propiedad y la definición de los espacios públicos, tanto físicos como virtuales. Es difícil de identificar, aún más difícil de medir, porque está profundamente integrado con las actividades cotidianas de toda una generación cuyas vidas, identidades, y autodefinición crecientemente se extienden hacia espacios virtuales.

(…) Es un tipo de participación no fácilmente reconocida ni medida. Como hemos visto en el ejemplo de Facebook, mucho del activismo – el trabajo que tradicionalmente requería, al menos, dejar la casa y reunirse en un centro público (un centro de votación, un centro de campaña, un pequeño país africano) – sucede sin que nadie lo note, a menudo menos todavía la misma persona que participa del activismo.

(…) Esto es lo que queremos, ¿cierto? ¿Una cultura en la que la participación ciudadana esté tan transparentemente integrada en las actividades cotidianas que vienen con estar vivo que ni siquiera se siente como participación ciudadana, al menos como tradicionalmente la definimos?

Hay muy buenas ideas aquí, pero también mucho pan por rebanar. Lo más genial es que me parece que Jenna resumió muy bien el potencial del asunto desde un sentido más amplio, y también apuntó a los problemas de medición y concepto que hay de por medio. Pero uno de los problemas que me viene a la mente, también, es uno muy básico: Facebook no es un espacio público, es un espacio no sólo privado, sino cuyo sentido de fondo es, también, un sentido económico/comercial. No es que esto, de plano, sea un problema: pero, ¿cómo transforma esto nuestra idea de lo que es un espacio público? Si mañana Facebook quebrara, toda la información, toda la creación, todas las interacciones que existen en el sitio, desaparecerían. ¿El Estado benefactor, entonces, debería preservar este espacio? ¿Es un patrimonio compartido? Y por otro lado, ¿es acaso posible concebir un esfuerzo similar llevado adelante de un modo y por una motivación que no fueran privados?

No tengo respuestas claras. Mi primera intuición es, de entrada, que las separaciones, los límites y las interacciones que solemos encontrar entre sectores, privado, público, y social, se están también viendo transformadas de maneras que no habíamos anticipado. En todo caso, algo que me gusta mucho es cómo dentro de la lógica liberal donde el espacio público se ve reducido, esta dimensión comunitaria de participación encuentra la manera de reaparecer desde los mismo espacios privados que son abiertos al público. Es todo muy confuso, pero es bueno porque nunca se dice suficiente sobre el espacio público.

Nunca me ha molestado mucho el problema de la autoconciencia. Es decir, si el usuario que participa de este activismo, como señala Jenna, no es él mismo consciente de que lo hace, ¿eso es un problema? Personalmente creo que no, pero inevitablemente también lleva a preguntas sobre si esto no es, de nuevo, una forma velada de manipulación, como si simplemente se arrearan usuarios, personas, para alcanzar una masa crítica necesaria para el cumplimiento de los objetivos de alguien. El problema es que esto pone en cuestión la capacidad de agencia y de decisión de los mismos usuarios – algo que la realidad suele llevarnos a pensar, pero que me parece un mal punto de partida teórico (en todo caso, debería ser un asunto a fortalecer por el mismo proceso). Además de que presupone que hay alguien que sí sabe, un sujeto-supuesto-saber si quieren ponerse lacanianos, alguien que sí tiene objetivos y mueve a las masas para conseguirlo. ¿Posible? Por supuesto. Pero esto cierra la puerta de plano a algo que creo que aún no conocemos bien: la posibilidad de que el grupo, la comunidad, se autoorganice por mecanismo medianamente transparente para perseguir fines comunes que emergen de su interacción cotidiana. Wisdom of crowds, diría Surowiecki.

Presión popular

Hace unos minutos encontré esto encima de mi News Feed en  Facebook:

Today we announced new opportunities for users to play a meaningful role in determining the policies governing our site. We released the first proposals subject to these procedures – The Facebook Principles, a set of values that will guide the development of the service, and Statement of Rights and Responsibilities that governs Facebook’s operations. Users will have the opportunity to review, comment and vote on these documents over the coming weeks and, if they are approved, other future policy changes. We’ve posted the documents in separate groups and invite you to offer comments and suggestions. For more information and links to the two groups, check out the Facebook Blog.

[Hoy anunciamos nuevas oportunidades para que los usuarios jueguen un papel significativo al determinar las políticas que gobiernan nuestro sitio. Hemos lanzado las primeras propuestas sujetas a estos procedimientos – Los Principios de Facebook, un conjunto de valores que guiarán el desarrollo del servicio, y la Declaración de Derechos y Responsabilidades que gobiernan las operaciones de Facebook. Los usuarios tendrán la oportunidad de revisar, comentar y votar sobre estos documentos en las próximas semanas y, de ser aprobados, otros cambios futuros en la política. Hemos publicado estos documentos en grupos separados y te invitamos a ofrecer tus comentarios y sugerencias. Para más información y enlaces a estos grupos, visita el blog de Facebook.]

Todo esto surge de la polémica de los últimos días por sus cambios en los términos de servicio, que pronto se vieron obligados a deshacer. Ahora, esta posibilidad de que los usuarios participen de la gestión del sitio, abre posibilidades interesantes… La verdad no sé si funcione, pero es interesante ver cómo la presión de usuarios en un servicio gratuito puede haber llevado a este cambio de postura.

Por qué odio Evolución Cable Mágico

Los decodificadores del supuesto nuevo servicio de Cable Mágico digital y tanta cosa llegaron a mi casa hace varias semanas. Pero recién el último domingo tuve tiempo y ganas de instalar uno de ellos porque me harté de no tener canales de películas. Finalmente, lo odié. He aquí por qué.

  • Me crea a mí un problema que previamente no existía. Antes venía un cable, iba a la tele, la tele la manejaba con mi control, todo bien. Ahora tengo que instalar la cosa ésta, que no será complicado, pero es una molestia. Primero, es un enchufe más. Segundo, es una entrada más que va a la tele. Tercero, ocupa más espacio. Cuarto, ahora hay que manejar otro control remoto. Si no tuviera ya que barajar Playstation, Nintendo 64, y DVD, la cosa sería más sencilla, pero da la coincidencia de que sí tengo que. Todo esto fue la razón por la que esperé semanas para hacer el trámite de instalarlo, porque claro, tiene que hacerlo uno mismo.
  • Me obligan a hacerlo. Porque mientras no lo hiciera, simplemente perdí la posibilidad de ver todos los canales más allá del 74. Osea, todos los de películas, y algunas cosas más. ¿Quieres volver a ver tus canales de películas? Instala el aparato.
  • No hay opción. Uno no puede seguir con su vida tranquila y apacible viendo los canales que ya tiene, ahora tiene que querer 600 canales más. Pero no los quiero, la mayoría ya son basura. Es más, quiero menos canales: la gran mayoría de canales que llegan son para mí inexistentes. ¿No es posible acaso armar paquetes personalizados de canales? ¿La tecnología no lo permite? Por eso quizás la televisión por Internet termine destruyendo este tipo de servicios (o también: «Who watches TV on TV anymore?«).
  • Me complica la comunicación con el mundo. «Oye, estoy la pela X en la tele». «¿Qué canal?» «No sé… deja ver… HBO Este, canal 117». «Ah no, ése no lo tengo».
  • Es la misma cosa. Porque claro, como no tengo un televisor HD ni nada que se le parezca, la calidad de la señal que veo es exactamente la misma. Así que no tengo ningún incentivo real para cambiarme a esta cosa.
  • Es una tecnología pensada en función al proveedor de contenidos, no del consumidor. No está hecha para hacerme la vida más fácil ni más feliz. Tiene demasiadas restricciones. Es invasiva. ¿Por qué rayos puede aparecer, de la nada, un mensaje en pantalla diciéndome que «tengo que» activar mi señal? ¿Quién los autorizó a mandarme mensajes por la pantalla? ¿Cómo sé qué más están haciendo con mi señal, monitoreándola, siguiendo su uso, etc.? Ésta es una tecnología pensada para que el proveedor pueda tener más control sobre lo que el consumidor ve y cómo lo ve, no para que el consumidor haga lo que le venga en gana con su señal. Y para convencernos de que aceptemos, nos ofrecen la calidad mejor (si puedes verla). Todo para que finalmente…
  • No funciona. Porque me imagino que como instalé el asunto mil años más tarde, mi señal no está activada, y es todo un trámite más tener que hacer eso. Me da flojera. Si tanto quieren que me cambie a la cosa ésta, háganlo ustedes. Pero el asunto es que ahora tengo un aparato más instalado, conectado, ya no tengo mi conexión normal de cable y ahora tengo que reconectar cables para recuperar mi señal mutilada, para que este aparato ni siquiera reaccione. No prende. Cable Mágico decide que el aparato no prenda, y el aparato no prende. Al margen de que yo pague el servicio, de que sea mi tele, no, el aparato ni siquiera prende. Cf. el punto anterior.

No soy alguien que frecuentemente odie las mejores tecnológicas, de hecho suele ser lo contrario. Pero no me gusta cuando se hacen así, cuando no la escojo, cuando es una tecnología que no me ofrece mayores beneficios y sí una serie de perjuicios. Como las cosas que vienen saliendo ahora. Y por eso odio Evolución Cable Mágico.

Ministerio de Cultura 2.0

Me ha gustado mucho el último post del blog del Morsa sobre… bueno, sobre la cultura. Es bien interesante, porque cubre mucho de lo que he venido discutiendo con mis alumnos de práctica de un curso de Filosofía Contemporánea en la PUCP. Ayer tuvimos una sesión bien interesante discutiendo cosas como la diferencia de una cultura concebida desde Britannica frente a una concebida desde Wikipedia, y la manera como el lenguaje y la manera como nos comunicamos se transforma según los medios a nuestra disposición – y como toda nuestra identidad se ve modificada de la misma manera.

El Morsa le da vuelta de varias maneras al tema de las redes sociales, cómo están transformando la opinión pública y generando una suerte de «retribalismo», como diría el buen Marshall McLuhan. «Eticidad», diría también el buen Hegel, en el sentido que se supera la idea liberal del individuo desarraigado, solo-frente-al-mundo, para recuperar, en una nueva versión, la idea de que pertenecemos a comunidades que se insertan en un orden histórico. Suena como un salto bien grande, pero en muchas maneras creo que no solo Facebook, sino el conjunto de Facebook-blogs-twitters-redes sociales-videos-y-demás con los que jugamos ahora están apuntando en esta dirección.

Pero también señala uno de los problemas más importantes, y que nosotros (localmente) tenemos menos presentes: ¿Quién es dueño de toda esta información? Hace unos días cuando Google lanzó Chrome, muchos protestaron porque el contrato de uso básicamente atribuía a Google propiedad sobre todo lo que se transmitiera por el nuevo navegador. Google respondió cambiando los términos de uso, pero el riesgo se mantiene presente: toda esta información que circulamos, por ejemplo, en FB, ¿es nuestra? Si ni siquiera tenemos la opción de sacar nuestra información y llevarla a otra red, ¿podríamos decir que es nuestra? ¿O estamos, más bien, encerrándonos en jardines amurallados?

La última pregunta que plantea el Morsa, más que curiosidad o expectativa, me da miedo: quien esté pensando en el diseño y ejecución de un posible Ministerio de Cultura, ¿tendrá en cuenta todo esto? Pues yo creo que lo más probable es que no, por muchas razones, la primera de las cuales es que, desde el establishment, la perspectiva hacia los medios sociales y los blogs está más o menos cantada. Espero, claro, estar equivocado, o espero, por lo menos, que en el proceso de creación de este nuevo espacio haya, justamente, espacio para una construcción abierta de lo que entenderemos por «cultura» y no solamente una legitimación de lo «alturado» a la manera como Adorno despreciaba el jazz por representar la música de la cultura popular.

En fin, interesante. Mucho pan por rebanar, filosóficamente hablando.

Dueños del imaginario

Se me acaba de ocurrir que, si tuviera la intención de hacer alguna especie de remix, documental, crónica, recuento, resumen, interpretación, lo que fuera, digamos, del juicio a Fujimori… ¿De dónde sacaría las imágenes? Canal 7, el canal del Estado, no lo transmite… y eso, asumiendo que sus imágenes fueran de acceso y uso público, que es lo que suena razonable – pero estoy seguro que en la práctica no sería tan fácil.

El único canal que lo transmite en vivo es Canal N, que del grupo El Comercio, es decir que las imágenes son privadas, y se me ocurre que debe ser bastante complicado – o caro – conseguir la autorización para poder usar el material.

Así que, si tuviera la intención de realizar cualquier tipo de interpretación audiovisual de uno de los sucesos políticos más importantes de los últimos años en nuestro país… simplemente no podría. O sólo podrían hacerlo unos pocos con acceso a recursos y contactos suficientes que lo permitieran. Pero no el ciudadano de a pie, a quien el acceso al discurso público le es de esta manera, fácticamente, denegado.

Así que creo que este proyecto dormirá el sueño de los justos hasta que tenga los recursos y los contactos suficientes.