¿Debería estudiar un posgrado en filosofía?

Creo que este FAQ (Frequently Asked Questions) titulado «Should I Go To Graduate School In Philosophy?» es de lectura imprescindible para todos los que han considerado, están considerando, o están actualmente estudiando un posgrado en filosofía. Está escrito desde adentro, de manera muy cruda y refleja una serie de las complicaciones prácticas que encuentran aquellos que se enfrentan a los estudios de posgrado en filosofía.

Algunas de las secciones más fuertes/interesantes:

Your enjoyment of reading and learning philosophy counts for approximately nil. Nobody will pay you a dime to read things. You will make a good philosophy teacher only if you are good at explaining philosophy to people who know nothing about it and are much less interested in it than you are. You will make a good researcher only if you have lots of new ideas of your own and you like writing about them. If you regularly have to ask your teachers in your classes what you should write about, then you probably do not have enough original ideas to be a good researcher.

Aún así, hay muchos que creen que son distintos a los demás, tan distintos que tienen algo completamente novedoso para ofrecer y que por eso destacarán frente a otros aplicantes:

However smart you may be, when you apply for that coveted position at the University of Colorado, your application will go into a pile of 300 others, of which at least 20 will look about equally good. All 20 of those people will have been the best philosophy students at their colleges. Think about the smartest person you have ever known. Now imagine that there are 20 copies of that person competing with you for a job. That is roughly what it will be like.

Y quizás el más fuerte de todos, respecto a qué tanto puede uno hacerse un espacio en la disciplina filosófica:

Will I influence the field through my insightful articles?

Almost certainly not.

First, it is very difficult to get published in philosophy. The respected journals reject between 90% and 95% of all submissions. No exaggeration. (If you find a journal with a higher acceptance rate than that, it will be one not worth publishing in.) They typically take three months to evaluate your article before rejecting it. Longer delays are not unusual—I once had a journal take two years to evaluate a manuscript of mine. When they finally got back to me, it was to ask me to revise and resubmit the paper. Your prospects are better if you submit to a less prestigious journal, but then virtually no one will read your article. Your ability to get “A”s on your philosophy papers in college does not mean that you will ever be able to write a publishable paper. (See my page on publishing in philosophy.)

Second, consider the sheer quantity of philosophy that is published. As of this writing (2008), the Philosopher’s Index, which indexes almost every academic philosophy publication in any of about 40 different countries, reports 14,000 new records every year. That’s fourteen thousand new philosophy articles and books, per year. Since 1940, about 400,000 philosophy books and articles have appeared. What proportion of those do you suppose the average person in the field has read? Now you can use that guess as an initial estimate of the proportion of philosophers who will read your article.

So when that paper you worked so hard on for so many hours and months finally gets published, it is overwhelmingly likely that almost no one will ever notice, and that the scholarly reaction to your article will be nil.

Es importante matizar que esto, claro, está escrito desde el punto de vista de la academia estadounidense. La verdad, no sé si eso hace las cosas mejores o peores para un estudiante de posgrado en filosofía en el Perú o en América Latina.

Para que lo tengan en consideración si lo están pensando, y si lo están haciendo, pues para que puedan hacer algo al respecto.

Los filósofos y el dinero

Ahora va a salir mi lado más sofista, en el sentido tradicional y poco apreciado de la palabra.

Con el tiempo me ha sido imposible dejar de observar la muy particular relación que tienen los filósofos con el dinero. Esta es una relación históricamente muy compleja y que aún hoy, en la cotidianidad filosófica, es bastante complicada de manejar. El origen de la tragedia se remonta, por supuesto, al buen Sócrates, o quizás más bien a Platón. Por Platón sabemos que Sócrates, a diferencia de los sofistas que manejaban un lucrativo negocio y habían creado toda una industria en torno a la transmisión de conocimiento en la Grecia clásica (y al hacerlo se convirtieron en figuras claves para la ilustración griega), Sócrates se rehusaba a cobrar ningún dinero por sus enseñanzas, porque claro, él sólo sabía que nada sabía, y por extensión, que nada podía cobrar. Por Platón, entonces, sabemos de un Sócrates que ancla la tradición filosófica fuertemente en el ascetismo, pues la contemplación del Bien con B mayúscula, y de las Ideas, con I mayúscula, implica casi necesariamente que uno tiene que dejar de ponerle atención a cosas pedestres y banales como las posesiones materiales o, claro, el dinero. A partir de aquí, la idea de cobrar por el conocimiento de los filósofos pasa a ser equiparado con la sofística, una suerte de venderse intelectualmente al mejor postor sin servir a la Verdad y a la Sabiduría, con V y S mayúsculas, respectivamente.

Por supuesto, esto era relativamente fácil de decir para Platón, pues, a diferencia de Sócrates, él era de una de las familias más importantes de Atenas y ciertamente dinero no le faltaba. Platón, entonces, encarnaba un estereotipo que ha durado hasta el día de hoy: podía dedicarse al estudio de la filosofía porque podía darse ese lujo. Ya que todas sus necesidades materiales estaban debidamente satisfechas, por qué no dedicarse, más bien, a la contemplación de los conceptos.

El problema es, claro, que ni todos somos Platón, ni todos tenemos acceso a los mismos beneficios. Pero como todo filósofo contemporáneo podrá decirles, la misma idea viene adherida a la práctica filosófica en la actualidad: junto con el desconocimiento de la idea «productiva» del filósofo, viene la aceptación de que la filosofía es un camino de ascetismo, de renuncia a lo material y que, por lo mismo, ya que un filósofo está desprendido de lo material, no tiene ni razón ni incentivo para recibir mucho dinero o muchas compensaciones materiales. Cualquier otra cosa, sería sofística, en el peor de los sentidos tradicionales de la palabra. De modo que estudiar filosofía hoy es visto, de nuevo, como una forma de lujo: si me estoy dedicando a algo que todo el mundo sabe es tan improductivo y tan poco rentable, pues debe ser porque tengo las condiciones materiales satisfechas como para darme ese lujo. Cuando todo el aparato económico circundante piensa lo mismo, el efecto se retroalimenta: si esta persona se pudo dar el lujo de estudiar filosofía, no tiene sentido que le paguemos mucho, ¿verdad? P entonces Q.

Claro, el problema es que esto no es verdad. Ni es cierto que estudiar filosofía sea un lujo, ni es cierto que todo aquel que estudia filosofía tenga sus necesidades materiales cubiertas, ni es cierto que no tenga sentido que un filósofo reciba una compensación justa. Pero el tema del dinero está tan alejado de la reflexión filosófica, visto casi como una mancha que ensucia el pensamiento puro, que en realidad los filósofos que salimos al mundo, no solamente no tenemos realmente idea de qué haremos, sino que además no tenemos ni la menor idea de cómo pensar en términos de dinero. La consecuencia práctica, inmediata de esto es harto conocida (por los filósofos): o ingresan al mundo laboral académico, donde son francamente maltratados económicamente por un aparato que los ve como eternos subsidiados, o salen al mundo laboral extra-académico donde no tienen idea de cuánto valen sus habilidades y por tanto no tienen ninguna herramienta a la hora de negociar algo como un sueldo o una tarifa. Para un filósofo, por supuesto con excepciones, es tan extraña la idea de que alguien esté dispuesto a ofrecerle un trabajo, que lo terminan viendo más como un acto de caridad que debe ser aceptado, que como una negociación entre dos partes que tienen elementos de valor que intercambiar (habilidades, y dinero).

El resultado neto es el siguiente: por un lado, filósofos que ingresan en el ámbito académico a ser mal pagados, a trabajar muchísimas horas para compensar que son mal pagados, a matarse preparando clases, corrigiendo exámenes, dando asesorías, todo para que al final del día no les quede tiempo para dedicarse a la investigación, a la reflexión, a la discusión, porque siempre tienen que estar haciendo algo más. O, por otro lado, filósofos que no ingresan en lo académico, probablemente siguen estando mal pagados (aunque no tan mal), pero son vistos como los que se salieron, como los que traicionaron el concepto y por tanto terminan encontrándose excluidos de los núcleos donde, supuestamente, sí tiene lugar el pensamiento propiamente filósofico.

En realidad, hay un tercer grupo, que podríamos llamar los platónicos, que aunque son una minoría de todas maneras existen: son los que, de hecho, estudiaron filosofía porque podían darse ese lujo, porque como no tenían mayores preocupaciones materiales decidieron que, bueno, podían dedicarse a la contemplación del concepto sin mayor reparo. Sobre ellos, obviamente, no trata este post (pero igual no crean que no los estimo).

Mi punto con todo esto no es que el filósofo debería salir al mundo con una tabla de precios bajo el brazo, o que las trincheras académicas deberían rebelarse contra el sistema que los explota injustamente. Simplemente quiero decir que deberíamos perderle un poco el miedo al dinero y estar dispuestos a informarnos más sobre cómo funcionan estas cosas. ¿Cuánto debería ganar un filósofo recién egresado, que sale al mercado laboral? ¿Qué condiciones de trabajo son aceptables, y cuáles son una explotación horrible que no debería ser tolerada? ¿A qué beneficios debería tener uno acceso en el mercado laboral, qué expectativas de desarrollo de carrera, qué posibilidades de aprendizaje?

¿Cómo debería ahorrar uno su plata, sea mucha o poca? ¿Cómo debería uno administrar sus fondos cuando tiene trabajo pagado sólo 9 de cada 12 meses del año? ¿Cómo debería uno pensar en invertir su dinero, o cómo podría invertirlo en uno mismo para mejorar sus propias condiciones laborales o materiales? ¿Cómo debería uno negociar un suelo, qué puede pedir, y qué debería rechazar?

Mi problema está en que como nadie nos enseña a hacernos estas preguntas a tiempo, a un montón de gente le meten la rata horrible. Pésimos sueldos, pésimas condiciones laborales, trabajos que no tienen futuro o cuyo techo de crecimiento es muy bajo, trabajos en condiciones completamente informales y muchas veces abiertamente ilegales, y, sobre todo, trabajos que no son realmente gratificantes. Si para «hacer lo que te gusta» tienes que dictar tantas horas de clase a la semana que al final del día no te alcanza el tiempo ni para comer, eso definitivamente no cuenta como lo que llamaríamos «trabajo realizado». Si terminas teniendo que manejar tres o cuatro cachuelos mal pagados simplemente para tener algún ingreso, eso no sería algo que yo llamaría «trabajo realizado». Y si te encuentras encerrado en el mismo círculo, sin haber avanzado (y con suerte sin haber retrocedido) después de 5, o 10 años, difícilmente creo que eso sea, de nuevo, «trabajo realizado».

No me malentiendan – cualquier persona que viva y trabaje así, y sea feliz, y le vaya bien, bienvenido sea. No estoy aquí juzgando a nadie. Mi único punto es que, en términos generales, nos terminamos metiendo tanto en el rollo de la filosofía ascética, desprendida del mundo real, que nos olvidamos que al final del día los filósofos también pagan cuentas de agua, luz y teléfono. Y que si no tuviéramos tanto reparo, incluso tanto miedo de pensar, o de discutir, de temas de dinero, tendríamos muchas mejores posibilidades para hacer lo que nos gusta hacer, podríamos tener muchas más libertades para dedicarnos a leer, investigar, discutir, pensar, lo que sea. Pero no lo hacemos porque no tenemos las herramientas para ella – ni siquiera lo conversamos entre nosotros. Entre filósofos quizás a uno nunca se le ocurriría preguntarle al otro cuánto gana, o cómo genera ingresos o cómo los administra, porque lo vemos como algo impropio, algo hasta sucio, cuando en realidad en muchísimas disciplinas esto es completamente normal, cotidiano, aceptable y hasta recomendable. Si no tienes las referencias de lo que hacen otras personas con más o menos tu misma experiencia, formación, e intereses, ¿qué referencias puedes tener?

Claro, éste es mi lado más sofista, porque creo que en esto los sofistas la vieron mucho más clara. Uno se tiene que construir su propia industria del conocimiento, uno tiene habilidades que son de valor para otras personas, que uno disfruta usar, y por usarlas debería ser debidamente compensado, no explotado por la sociedad porque no tiene las herramientas para defenderse. Hay una historia aquí sobre la cual siempre me gusta volver, que en realidad son las dos historias que se cuentan sobre Tales de Mileto: la más conocida es, por supuesto, aquella en la que Tales, por andar mirando hacia las estrellas, preocupándose por cosas de otro orden y no por el mundo material, cae en un hueco, y la sierva de Tracia se burla de él por esto, porque está tan ensimismado (o fuera de sí) que ni siquiera se da cuenta de por donde camina.

La otra, menos conocida, que es la que podemos llamar la venganza de Tales, es aquella en la que Tales, a partir de sus observaciones del movimiento de los astros, adquiere la capacidad para predecir los cambios climáticos, y utiliza ese conocimiento para comprar todos los molinos de grano de Mileto. De modo que cuando el clima cambia según sus predicciones, y sale la cosecha, él tenía el monopolio de los molinos para procesar el grano, y Tales se volvió, para efectos de la época, una especia de Mark Zuckerberg de la Grecia clásica.

A estas alturas, a nadie le será difícil darse cuenta de cuál es mi historia favorita de Tales.

¿Filosofía? ¿Qué te pasa?

A lo largo de los años me he ganado con múltiples historias de terror de las reacciones que recibe la gente cuando decide estudiar filosofía. Yo he sido uno de los «afortunados», en el sentido de que en general la tuve fácil: mi familia aceptó y estuvo en paz con la decisión y no tuve mayores obstáculos para hacerlo. Pero en cambio conozco a varias personas que no la tuvieron así de fácil, que tuvieron enfrentamiento y discusiones familiares, o que simplemente no contaron con ningún apoyo y se vieron en la necesidad de financiarse a sí mismos el estudio de una carrera que no es precisamente lucrativa.

Decidir estudiar filosofía significa escoger un camino en la vida que está marcado por el siguiente diálogo, una y otra vez, ad infinitum, hasta el fin de los tiempos:

– ¿Y tú qué estudias(te)?
– Filosofía.
– Ahhhh…
(Silencio incómodo)
– ¿Y a qué se dedica un filósofo, ah?

Cuando uno es abogado, médico, administrador, ingeniero, arquitecto, etc., etc., etc., no se ve obligado a sobrevivir a esta pregunta cada vez que uno conversa con alguien nuevo. Si esto fuera una, dos, diez veces, bueno, pero no, este mismo diálogo se repite exactamente sin ningún tipo de fin, con el agravante de que cuando uno está estudiando aún la pregunta fatídica viene acompañada de un gesto, una mirada que en pocas palabras quiere decir «¿qué te pasa?». Con el tiempo, los filósofos desarrollamos cada uno diferentes mecanismos de defensa para la pregunta: guiones ensayados, respuestas humorosas o reacciones indignadas, según las preferencias de cada uno. Estas preguntas se vuelven particularmente incómodas en el contexto de reuniones familiares donde vienen acompañadas de una batería de preguntas respecto a lo que uno quiere hacer con su futuro, a qué se piensa dedicar, pero cómo piensa uno ganarse la vida, etc.

Tomar la decisión de dedicarse a la filosofía es implícitamente la decisión de que uno no dedicará su vida a las ganancias materiales que vienen, por ejemplo, con una carrera en la banca de inversión – pero al tema del dinero y la filosofía le dedicaré un espacio más explayado en el futuro cercano. Cuando uno estudia filosofía, lo hace sabiendo más o menos bien que eso significa decirle no a una vida de lujos y derroches materiales, a cambio de una vida comprometida principalmente con el concepto y con la teoría en alguna de sus formas.

Para propósitos prácticos (propósitos que, además, le suelen ser esquivos al filósofo), es pertinente distinguir aquí entre qué significa hacer filosofía, y qué puede hacer un filósofo.

La primera pregunta no se responde, o si se intenta responder, se responde filosóficamente, de múltiples maneras, con crisis existenciales de por medio y, en el mejor de los casos, con una considerable cantidad de alcohol de por medio porque, como todos sabemos, in vino veritas.

La segunda pregunta, en cambio, es la que termina siendo relevante para jóvenes filósofos que tratan de entender qué rayos quieren hacer con su vida, sobre todo cuando empieza a hacerse claro que el mundo académico es laboralmente muy complejo. En esa frontera extraña y confusa entre que uno acaba la universidad y pone sus pies en el mundo real, empieza a descubrir que, por mucho que uno pueda entender el tránsito del espíritu objetivo al espíritu absoluto en la descripción de la fenomenología del espíritu de Hegel, para cuestiones más pedestres y cotidianas uno termina siendo un completo ignorante.

Sin embargo, debo decir, luego de haber observado esto un buen tiempo, que la cosa no es tan complicada como parece, siempre y cuando el joven filósofo se muestre abierto y dispuesto a deshacerse del ideal de la torre de marfil y del mito de la caverna con su luz exterior reveladora de verdad, visible sólo para filósofos. Como me gusta decir continuamente, en realidad un filósofo podrá encontrar múltiples oportunidades de varios tipos, haciendo uso de una serie de superpoderes que tiene, pero que probablemente no sabe que tiene. Superpoderes que están cercanamente ligados, por supuesto, a la capacidad analítica y crítica y a la rigurosidad que suelen acompañar a los estudios de filosofía.

Estos superpoderes hacen que un filósofo tenga una predisposición y una capacidad exacerbada hacia el aprendizaje – la posibilidad de rápida y efectivamente aproximarse hacia un cuerpo desconocido de conocimiento para entender su complejidad interna, sus problemas, sus preguntas y sus ideas principales. Dadas las condiciones actuales en las que se maneja la economía, eso representa una habilidad transferible sumamente importante, pues hace posible que el filósofo pueda cómodamente moverse a través de una serie de campos con una base teórica y conceptual muy firme para entender el sentido de esos tránsitos y movimientos.

¿Qué quiere decir esto? Que aunque un filósofo sabe hacer muy poco, tiene la capacidad para aprender a hacer casi cualquier cosa, muy bien y muy rápido. Y aprender, además, de tal manera que pueda formular críticas y descubrir problemas en lo que aprender conforme lo hace. Pues en eso consiste, esencialmente, la educación filosófica. Y esta es una habilidad sumamente valiosa en múltiples sectores e industrias hoy día, cuando la competitividad y la productividad dependen, sobre todo, de la capacidad para generar valor agregado y diferenciado frente al público: en otras palabras, las mejores soluciones a los problemas más interesantes en la actualidad requieren de gente que pueda pensar «fuera de la caja», más allá de los marcos conceptuales en los cuales están formulados los problemas (que son problemas de todo tipo: políticos, sociales, económicos, comerciales, financieros, culturales, etc.). Eso es, precisamente, aquello en lo que destaca el filósofo porque está acostumbrado a moverse entre múltiples sistemas conceptuales en un arsenal de herramientas de las que puede escoger según la naturaleza del problema.

Un filósofo destacará en aquellos contextos donde pueda ver las cosas de manera estratégica, más que táctica. Donde tenga la oportunidad de dar un paso atrás para ver el panorama completo, más que involucrado en la ejecución minuciosa de actividades mecánicas. El problema está en que estos contextos no son precisamente aquello que uno encuentra tan pronto termina de estudiar y se enfrenta al mundo, sino que es más bien algo a lo que uno llega con el tiempo. De modo que uno inevitablemente se encuentra con la necesidad de adquirir y dominar una serie de habilidades y conocimientos complementarios en el camino.

Aún así, me doy cuenta de que este post está escrito en un tono y sentido muy defensivos. Como si tuviéramos la necesidad de justificar lo que hacemos, y por qué lo hacemos, porque nos enfrentamos al escrutinio y al juicio de familiares entrometidos que no entienden nada de lo que nos gusta pero creen que por alguna razón ellos sí entienden el espectro complejo de la complejidad de los asuntos humanos y pueden tomar decisiones mejores que nosotros. Así que creo que lo pertinente también sería, y espero hacerlo eventualmente (pronto), voltear la cuestión y explicar, más bien, por qué debería uno estudiar filosofía.

Ahora, ¿por qué estoy escribiendo esto ahora? Revisando las estadísticas de ingreso a mi blog encontré que había más de una persona que había llegado aquí preguntando por el campo laboral de la filosofía, o por qué hace un filósofo. Con lo cual recordé muchas de las historias que había escuchado de amigos y gente cercana, muchas de las dudas cuando estaba estudiando yo mismo, o que sigo teniendo, y demás. Se me ocurrió que, quizás, haya futuros estudiantes, estudiantes actuales, padres de familia o demás interesados en qué puede hacer un filósofo, porque no conocen bien las oportunidades, el espacio, el campo, las habilidades, y las mismas dudas y problemas. Así que se me ocurrió que, quizás, algo podría aportar a partir de mi experiencia particular, que no es además la típica experiencia en filosofía: estudié filosofía, y he teniendo experiencia académica dictando prácticas en cursos de lógica y temas históricos en filosofía, pero mi trabajo principalmente se ha orientado al estudio y al desarrollo de nuevas tecnologías y herramientas. Mi experiencia ha sido de que con las herramientas que a uno le da la filosofía, uno puede dedicarse a muchísimas cosas e incluso encontrar nuevas ideas y herramientas con las cuales volver sobre la filosofía para explorar nuevos temas y nuevas cosas.

Así que espero que estos comentarios le puedan ser útiles a alguien, en alguna parte, que esté pasando por este tipo de dudas.

Wikileaks y la renegociación del poder

A estas alturas es inevitable comentar algo sobre el asunto de Wikileaks y la publicación de más de 250 mil cables diplomáticos estadounidenses que revelan asuntos confidenciales y políticamente incómodos. Pero no quiero comentar aquí particularmente sobre el contenido de los cables (algo que ya se está desentrañando en detalle en muchos, muchos otros lugares) sino más bien sobre algunas cuestiones periféricas que me parece son pertinentes para preguntarnos o entender mejor lo que ha pasado.

En primer lugar, veo que cada vez más el comentario y la cobertura del tema están vinculando el tema de Wikileaks y la presión política que está recibiendo desde diversos flancos, como un tema vinculado directamente con la neutralidad de la red. Pero me parece que esto no sólo es impreciso, sino contraproducente para ambas discusiones, la de neutralidad de la red y la referida a la censura en línea. Me parece que el argumento aquí gira en torno al hecho de que la red debe ser «neutral» entendido como un espacio no controlado o no censurado. Pero ese no es el tema de la neutralidad de la red como se viene discutiendo en los últimos meses, que es un tema de regulación de telecomunicaciones en la interacción entre los proveedores de contenidos y los proveedores de infraestructura: el tema de la neutralidad de la red es que los proveedores de infraestructura deberían ser agnósticos en la transmisión de los datos frente a los proveedores de contenidos, y no privilegiar o perjudicar a uno u otro en función a preferencias arbitrarias o acuerdos comerciales. Los proveedores de infraestructura (las empresas de telecomunicaciones) están en contra de esto, porque quieren la libertad de poder cobrarle a los servicios digitales de manera diferenciada en función al uso que hacen de sus recursos, pero esto termina perjudicando en última instancia al consumidor que ya pagó por un servicio (el acceso a Internet) para poder acceder a los datos que le dé la gana. No garantizar la neutralidad de la red abre la puerta a una fragmentación inmanejable del mercado donde el que peor la pasa es el consumidor final.

Ahora, los lobbies de telecomunicaciones en este tema son muy fuertes, y está claro cómo en EEUU sobre todo los bandos políticos están enardecidos por el tema Wikileaks. Meter todo en el mismo saco es darle argumentos políticos a estos lobbies y a los legisladores involucrados para argumentar que eliminar la neutralidad de la red ya no sería solamente un tema de buena regulación en telecomunicaciones (que no me parece que lo sea), sino que además es algo así como materia de seguridad nacional. Y ya sabemos lo que pasa cuando la cosa entra en ese terreno…

En segundo lugar, está el tema que sí es relevante que es la censura en línea y la reacción de la red a presiones políticas, que el tema Wikileaks ha llevado a su extremo más álgido. Como he leído en algún lugar en Twitter, Wikileaks ha ganado este round simplemente mostrando que era posible hacer algo así. Incluso más fuerte que el contenido mismo de los cables, que es fuerte, es el hecho de que para efectos prácticos, los gobiernos, servicios diplomáticos, incluso instituciones privadas saben que esto podría pasarles en cualquier momento. Y estamos viendo la reacción inmediata de todos los afectados: el dominio de wikileaks.org ha sido suspendido, el hospedaje que tenían con los servicios web de Amazon también, sus servidores se encuentran continuamente bajo ataques intensos, y eso sin contar la presión desde otros lados, como la orden de captura de Interpol sobre Julian Assange, la propuesta de declararlo un grupo terrorista en EEUU, amenazas de muerte, etc. No creo de ninguna manera que Wikileaks sea invencible, sino que esto me evoca uno de los viejos mantras del manifiesto hacker en los 80s: puedes detener a uno de nosotros, pero no puedes detenernos a todos. A pesar de toda la presión, la información sigue difundiéndose, y aunque se caigan los servidores aparecerá de nuevo, en sitios web, en torrents, en repositorios de archivos, etc. La política está experimentando lo que la industria discográfica aún no quiere aceptar: una vez que ya está allá afuera, mientras más intentes detenerlo, más conseguirá crecer.

Para todos los que no somos Wikileaks, sin embargo, queda la pregunta: ¿qué tanto es, realmente, Internet un espacio abierto de participación (etc etc etc)? Si mi dominio puede ser suspendido, mi sitio web eliminado, y demás, queda claro que a menos que uno arme un revuelo del tamaño de Wikileaks donde la misma atención que uno atrae lo tiene a uno protegido, queda puesto en duda que tanto la red es potencialmente un espacio democrático para todos los demás.

En tercer lugar, algo que anoté arriba, es que ahora queda claro que esto puede suceder en cualquier momento. Ahora Wikileaks anuncia que la próxima revelación será con información de una institución bancaria estadounidense, y se dice que tienen tanta información por soltar que incluso han dejado de aceptar nuevos datos. Voy a ponerme filosófico  un momento: si a alguien le quedaba alguna duda a estas alturas, ésta es la última muerte de la intimidad y la privacidad como las conocíamos. Ya no importa si eres un ciudadano privado o público, Wikileaks igual puede revelar información que te afecta. Si al servicio diplomático estadounidense le pudo pasar algo así, ¿qué crees que puedes pasar con la información en tu disco duro, en tu correo, en tu celular, sobre la cual no tienes ningún control?

Las democracias liberales operan a partir del supuesto de que los ciudadanos viven en ámbitos públicos donde discuten asuntos comunes y ámbitos privados donde pueden hacer lo que les venga en gana (en teoría, con sus limitaciones, por supuesto). Esto supone, claro, que en el ámbito privado a uno nadie lo está observando – pero ahora se alza de nuevo la imagen teológica del dios castigador, que observa todo lo que haces, te juzga, y cuando hagas algo malo lo publicará para que todos los vean. Exagero, por supuesto. Mi punto es simplemente que cabe la pregunta de qué ocurre con las democracias liberales y con nuestra conducta privada cuando vivimos siempre bajo el supuesto de que podría ser publicada sin que lo sepamos, en cualquier momento. Es la culminación máxima del Panóptico digital.

En cuarto lugar, y finalmente (lo juro) una nota para resumir todo lo anterior. No creo que el filtrado de Wikileaks sea algo que salgamos a las calles a celebrar como ninguna forma de liberación del poder corrupto ni nada por el estilo. Tampoco creo que sea algo que debamos condenar y decir que deberíamos garantizar que no vuelva a pasar. En cierta manera, creo que Wikileaks está más allá del bien y del mal: argumentos perfectamente válidos pueden formularse a favor y en contra de lo que hacen y han hecho. Pero Wikileaks, finalmente, es sintomático de una época y de las renegociaciones del poder y la información que estamos experimentando.

Por eso mismo, no considero que Assange deba ser celebrado como un héroe o un libertador. Porque, además, esa figura es antitética, precisamente, al tipo de transformaciones que estamos viviendo, en contra de la centralización del poder y de la información en núcleos todopoderosos. Creo que lo más importante que rescatar aquí es que todo esto debería incomodarnos, debe darnos una sensación de incomodidad profunda que no sea fácil de resolver. Me atrevo a decir que, si no es así, en realidad no estamos siendo lo suficientemente críticos. Wikileaks revela fallas en las estructuras, pero eso no quiere decir que sea él mismo la solución a esas fallas, o la estructura alternativa. Debe ser motivo de incomodidad, de pregunta, de reformulación y sobre todo de mucha, mucha discusión. No se trata, creo, de juzgar si estuvo bien o estuvo mal, sino de reconocer que esto ya pasó, y seguirá pasando, y preguntarnos qué hacemos ahora con eso.

El dilema del erizo: Evangelion como narrativa existencialista

El Shin Bunka Yugo Club me invitó a participar ayer del evento «You Could (Not) Understand«, un conversatorio en el que se expusieron varias interpretaciones sobre Neon Genesis Evangelion desde un análisis académico. Aunque no pude estar presente en el evento físicamente, felizmente estuvieron dispuestos a dejarme participar a distancia – en este caso, enviando mi presentación grabada previamente en un video.

De modo que comparto aquí también la presentación que preparé, aunque aún no me llegan noticias de qué tal habrá funcionado en vivo. La presentación lleva el título de «El dilema del erizo: el valor de (no) estar solo», y en ella intento explorar la idea de Evangelion como una narrativa existencialista que explora la tensión que existe entre el querer vincularnos a otros y el querer mantener nuestro espacio personal, y como intentar diluir esa tensión es una ilusión que niega algo estructural a la experiencia humana misma – algo que queda claramente reflejado en el proyecto de instrumentalización humana dentro de la serie, que trato aquí de comparar con los discursos de conexión y unidad global que también nos pretenden dar la idea de poder diluir la tensión propia de la coexistencia humana.

Todo gira en torno al problema del dilema del erizo, un tema que recorre la serie y las relaciones de los personajes y que ilustra el conflicto que significa acercarnos a los demás y exponernos a que nos hagan daño, o preservar nuestro propio espacio personal pero quedarnos solos.

Evangelion da para muchísimo análisis y reflexión, y con esto no pretendo más que abrir algunas líneas y preguntas que se pueden luego explorar y desentrañar muchísimo más, así que espero que les guste la presentación.

Por si están interesados, hay un par de eventos más del Shin Bunka Yugo Club de los cuales he participado antes también:

 

Conferencias públicas del LSE

Hace poco, no recuerdo bien por qué, me dieron ganas de aprender más sobre economía. Por culpa de la filosofía, esto para mí significa regresar hasta La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y empezar desde allí hacia adelante (estoy seguro que los más extremos estarían dispuestos a volver a la Economía de Aristóteles, o que al menos se atribuye a Aristóteles). Pero como esto sería una empresa, más bien, sumamente difícil de empezar y bastante imposible de terminar, escogí moderarme un poco y buscar otros recursos que me permitieran ampliar un poco más mis conocimientos sobre el tema. Me puse a buscar sobre todo dentro de la librería de iTunes U, un catálogo de charlas, conferencias y cursos de diferentes universidades del mundo, libremente disponibles para descargar a través del programa iTunes de Apple.

Lo primero que encontré de interés fue una conferencia en el MIT del premio Nobel de economía, Robert Merton, muy didáctica y clara donde explica sus investigaciones e ideas sobre una serie de problemas económicos contemporáneos (me gustaría incrustar aquí el video, pero wordpress.com se pone pesado con videos de plataformas no comunes). Merton trabaja en problemas del tipo, cómo calcular, en el presente, la manera como debemos invertir los ahorros de personas que están trabajando hoy, para que cuando estas personas se retiren, el dinero haya rendido frutos como para mantener su estilo y calidad de vida de sus últimos años laborales, sin poder saber hoy día con claridad cuál será ese estilo y calidad de vida, o en qué trabajará esta persona en el futuro. Luego recibe preguntas pintorescas del tipo cómo resolver la crisis financiera o arreglar la seguridad social en EEUU.

Buscando un poco más, encontré que el London School of Economics and Political Sciences, el LSE, publica una enorme cantidad, si no todas, sus conferencias públicas en línea. No solamente a través de iTunes U, sino también a través de su sitio web, en formato mp3 para poderlas descargas y escucharlas, y en muchos casos disponibles también en video.

Me he bajado varias y escuchado algunas y son muy, muy buenas. No deja de sorprenderme que tengamos ahora las facilidades de escuchar charlas de primer nivel de las mejores universidades del mundo, virtualmente gratis.

Dejo aquí una pequeña selección, del enorme catálogo disponible, de algunas de las conferencias que me parecen interesantes. Si visitan los links pueden encontrar más información y descargar el archivo de audio correspondiente, en formato mp3.

Y hay mucho más de donde eso vino. Diviértanse.

Investigación colaborativa

Al menos de donde yo vengo (la filosofía) la investigación siempre es una actividad individual. Al menos entendida como tal, quizás no necesaria o estrictamente practicada así. Es decir, al menos en la filosofía, y en general en las humanidades, el trabajo de investigación es una labora del investigador, solo, en una biblioteca, en una oficina, qué sé yo, pero siempre en un lugar con muchos libros, leyendo compulsiva y desmesuradamente enormes cantidades de contenido y quizás tomando algunas notas, haciendo apuntes. Luego de suficientes notas y apuntes, el investigador empieza a reunir sus ideas y sintetizas sus descubrimientos en algún tipo de producto escrito, en un artículo, un ensayo, quizás hasta un libro.

La investigación es una práctica concebida de manera solipsista, autónoma, individual. Digo pensada, porque en la práctica no funciona tan así: uno conversa con otros sobre lo que investiga, busca sugerencia, recibe recomendaciones que van ayudando a expandir o dirigir lo que uno intenta encontrar. Pero a pesar de ese grado de socialización, el acto mismo de investigar lo sigue haciendo uno por sí solo, en la gran mayoría de los casos.

Hay, creo, y están apareciendo cada vez más maneras diferentes de entender la investigación. Como una práctica menos aislada, menos solitaria, más integrada, social y colaborativa. Aún así, en la filosofía esto no se ve mucho – aún. Pero tiene sentido pensar en grupos de investigación trabajando sostenidamente en productos conjuntos, retroalimentándose continuamente en el curso mismo de sus investigaciones y no solamente como algo externo.

Es, también, parte de cambiar el enfoque del producto, al proceso mismo de investigar, como un acto de continua transformación. Es análogo, si quieren, a la diferencia de demostrar autoridad publicando un artículo o un libro, o publicando un blog: el objeto impreso demuestra la autoridad del autor en tanto producto, mientras que el blog lo hace en tanto proceso, en tanto conversación siempre en movimiento, siempre falible y siempre abierta a crítica. Es el proceso de formación y transformación el que importa, más que el resultado mismo que es, en gran medida, descartable y continuamente superado.

Tenemos que pensar en nuevas formas de investigar, y de aprender a investigar como actos colectivos. Esto tiene muchas implicaciones, desde cómo escogemos temas, cómo los formulamos, cómo los presentamos, cómo los mejoramos. Cómo nos organizamos socialmente para investigar: quizás en pequeños grupos, continuos, constantes, y qué utilizamos para organizarlo ahora que tenemos nuevas herramientas para hacerlo.

Diseño

Otra cosa que he estado estudiando mucho últimamente, y me está gustando bastante, es el pensamiento del diseño. A esto llegué, en realidad, por cuestiones de trabajo, pero he profundizado y ampliado más simplemente porque me parece interesante. Me llamó la atención, sobre todo, un artículo en Smashing Magazine que presentaba al diseñador (web) como artista, como científico y como filósofo – como un poco de los tres al mismo tiempo, pero también como 3 tipos de perfiles de los cuales uno termina siendo dominante para cada diseñador. Obviamente, mi atención se desvió principalmente hacia el perfil del diseñador como filósofo:

Our friend the philosopher sits on a train. He is on his way to meet a company. His laptop is open, and he is reading the business plan — or so it seems. Underneath, the wheels are turning; he is dreaming up a revolutionary way to help the business evolve. The philosopher, a unique breed, incorporates the skills of the artist and scientist while bringing to the table his keen insight into trends and target audiences. He is engaging and friendly, and he shows empathy, that rare and valuable gift.

¿Qué tiene la filosofía del pensamiento del diseño? Y también, ¿qué hay en el pensamiento del diseño que se pueda relacionar con la filosofía? Un artículo en Core77 sobre el mito del pensamiento del diseño me hizo entender un poco mejor la conexión:

What is design thinking? It means stepping back from the immediate issue and taking a broader look. It requires systems thinking: realizing that any problem is part of larger whole, and that the solution is likely to require understanding the entire system. It requires deep immersion into the topic, often involving observation and analysis. Tests and frequent revisions can be components of the process. Sometimes this is done in groups: multidisciplinary teams who bring different forms of expertise to the problem. Perhaps the most important point is to move away from the problem description and take a new, broader approach. Sounds pretty special, doesn’t it?

Pero este mismo artículo es sobre el mito, y en él mismo se señala que, en realidad, este es el proceso propio de cualquier otra actividad o disciplina creativa, y es lo que se ha hecho desde mucho antes de que tengamos tal cosa como el «diseño». Lo interesante del pensamiento del diseño radica, quizás, en el hecho de que reúne una serie de diferentes concepciones sobre el trabajo creativo bajo un mismo contenedor, bajo un mismo proceso. (Otro artículo en Core77 respondía al anterior con un argumento similar.)

Aquí vale la pena hacer una salvedad con una aclaración a lo que me refiero con el pensamiento del diseño – el «design thinking». No es sola, estricta o únicamente el acto o la actividad de diseñar. Este fue quizás mi descubrimiento más grande – uno puede diseñar, en realidad, cualquier cosa. El diseño no está limitado a ilustraciones, ni a edificios, ni a interiores, ni a objetos cotidianos. El diseño podría perfectamente aplicarse al sistema hegeliano de la naturaleza, o a la forma perfecta del Estado platónico, o en fin, a cualquier cosa. Así como soy de la firme creencia de que no hay propiamente problemas filosóficos, sino simplemente problemas, que pueden ser vistos de una perspectiva filosófica, similarmente pienso que no hay, propiamente, objetos diseñables, sino que el diseño es algo que puede aplicarse a cualquier cosa. Implica, como señala más arriba el mito del diseño, una perspectiva sistémica, de entender los objetos en su contexto, en su uso cotidiano, en sus impactos en el tiempo. Entender, en esencia, que el medio es el mensaje, y que el objeto, como medio, tiene consecuencias sociales más grandes que las inmediatamente visibles.

Otra salvedad que vale la pena hacer aquí también, entonces, es que por objetos podemos entender un universo sumamente amplio. Coincidentemente, puedo respaldarme un poco en Ian Bogost quien recientemente comentó sobre el diseño en su relación con las ciencias y las humanidades, como una especie de «tercera vía» que se distingue por enfocarse sobre el mundo de objetos artificiales – algo que Bogost desde la ontología orientada a objetos critica precisamente porque distingue el estatuto ontológico de diferentes ámbitos de la experiencia, en lugar de mantener todas las cosas en el mismo plano de los objetos (entendiendo, por supuesto, objetos en un sentido bastante amplio también).

Entonces empieza a encantarme el diseño y el pensamiento del diseño, cuando empiezo a entenderlo desde este punto de vista: menos desde el punto de vista de manejar Illustrator (aunque no enteramente desconectado), y más desde el punto de vista de trabajar con la experiencia, diseñar modelos, resolver problemas, evaluar hipótesis contrastándolas con la realidad, iterar. Porque siento que, al mismo tiempo, eso describe bastante acertadamente lo que la filosofía significa para mí: aunque no necesariamente se trate de resolver problemas, sí se trata de diseñar modelos, estructuras, conceptos que responden a diferentes necesidades conceptuales o reales. Conceptos que se arman y se desarman según las circunstancias lo requieren. Y, particularmente, porque eso significa también pensar en modelos, diseño, conceptos, filosofías que están más orientados hacia el futuro que hacia el pasado – en la posibilidad de imaginar o diseñar futuros posibles. Odio esta horrible imagen hegeliana del búho de Minerva que levanta vuelo cuando cae la tarde, de que la filosofía solamente llega cuando todo ya pasó, como si no pudiera o no tuviera nada que decir sobre lo que está pasando ahora, o sobre lo que podría pasar después.

Todo lo contrario, creo que la filosofía puede y hasta cierto punto debe (no por eso exclusivamente) enfocarse hacia el futuro. Hacia diseñar conceptos que nos permitan entender mejor nuestros propios problemas, que nos permitan formular soluciones interesantes. Ésa es la filosofía que me gusta, una filosofía que diseña y que, por lo mismo, está llena de errores y vacía de toda certeza. Y debe ser por eso mismo, también, que el pensamiento del diseño me resulta tan interesante.