Objetos que cuentan historias

Uno de los temas que más me ha interesado explorar es la manera como el acto del consumo ha transformado su significado en los últimos años. De la misma manera como hemos presenciado una distribución de la capacidad creative y expresiva en nuestra sociedad – ya no son sólo unos pocos con acceso a tecnologías caras los capaces de difundir ideas y mensajes, sino que esta capacidad ha ampliado enormemente su base popular -, existe paralelamente un proceso de distribución de preferencias y de patrones de consumo. Consumimos más cosas, sí, pero esas cosas que consumimos son hoy mucho más específicas. La categoría del «one size fits all», de productos generales para públicos masivos, se ha ido abandonando para ser reemplazada por productos con mensajes específicos, apelando a tipos de consumidores específicos, que cada vez encuentran más en sus productos la capacidad para decir algo sobre sí mismos. Con lo cual el valor de un producto es transformado: pues no solamente es importante la función de un objeto, sino que es igualmente importante, o en muchos casos más importante aún, el significado cultural de un objeto u otro. La importancia de la marca como constitutiva del objeto se plantea como una reinterpretación (o quizás simplemente extensión) de la tesis de Marx del «fetichismo de la mercancía». Dice Marx en El capital, tomo 1, libro primero, sección primera, capítulo 1 («La mercancía»):

A primera vista, una mercancía parece ser una cosa trivial, de comprensión inmediata. Su análisis demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas. En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella, ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materia naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.

Marx se refiere a que el capitalismo ha trastocado por completo nuestra noción del valor. Los objetos del capitalismo, las mercancías, no valen para nosotros por lo que efectivamente hacen, sino que construyen una capa ilusoria de valor que va más allá de su función. En otras palabras, un Toyota y un Audi cumplen la misma función de llevarnos del punto A al punto B, pero aquello que los distingue como mercancías pertenece por completo a otro orden de cosas que va más allá de lo funcional. En torno a la marca Toyota, y a la marca Audi, se han construido narrativas muy diferentes en términos culturales, que implican que optar por una o por otra signifique realizar, también, afirmaciones respecto a la persona que somos.

Hace unas semanas vimos con mis alumnos de Sociología de la Comunicación en la UPC el documental Objectified. Es un documental sobre diseño industrial, y el proceso creativo por el cual pasan los diseñadores para elaborar los objetos que nos rodean cotidianamente, y en los cuales no reparamos frecuentemente en toda su complejidad. Éste es el trailer de la película:

El documental tiene una serie de ideas interesantes en torno al diseño y la manera en la cual se elaboran estas narrativas culturales que nos apropiamos e integramos en las narrativas personales que son nuestras propias identidades. La importancia de la marca que moviliza al producto es testimonio de la manera en la cual cada vez tomamos mucho más personalmente estas decisiones – personalmente en el sentido de que nos involucran directamente, dicen algo sobre nosotros. Directa o indirectamente, optar por un producto sobre otro es como suscribir una serie de conceptos, valores y decisiones tomadas previamente, es como un estandarte que mostramos públicamente para decir algo sobre nosotros. Es cierto que quizás no hacemos esto con todos los productos que usamos, pero todos tenemos ciertas categorías preferidas, ciertos espacios en los cuales estas decisiones significan mucho más para nosotros porque han significado, también, mucho más para alguien más en el proceso de diseño.

Pero es también testimonio de los recursos disponibles a un aparato industrial para mantener siempre en movimiento el ciclo de producción y de consumo.

Sin embargo, una de las cosas más interesantes en esta dinámica, o la manera como se ha transformado en los últimos años, es que el consumo ha dejado de ser, en cierta manera, un proceso lineal – o mejor dicho, el último momento dentro de un proceso lineal. En un primer momento, cuando los productores descubrieron el valor y la relevancia de interactuar directamente con el consumidor para mejor entender sus necesidades, como un mecanismo para posicionar mejor sus mercancías. Genera una manera de darle al público consumidor no solamente algo que les pueda ser útil, sino un producto con el cual pueden identificarse, o, mejor aún (en términos de marketing), una identificación a la cual pueden aspirar. Esto, según Marshall McLuhan, es característico de un medio masivo:

Un medio masivo es uno en el cual el mensaje no está dirigido hacia una audiencia, sino a través de una audiencia. La audiencia es tanto lo mostrado como el mensaje. El lenguaje es un medio tal – uno que incluye a todo el que lo usa como parte del medio mismo. Con el telégrafo, con lo eléctrico y lo instantáneo, encontramos la misma inclusión tribal, la misma totalidad de campo auditiva y oral que es el lenguaje. [Technology, The Media And Culture, 1960. Traducción mía.]

Pero en un segundo momento, esto se radicaliza con la apropiación casi plena de los productos y las marcas por parte de los consumidores, que se vuelven en cierta manera co-creadores del valor de una marca. Las marcas que más consiguen resonar son aquellas que consiguen que su propio público se convierta en amplificador de su propio mensaje, que su narrativa resuene tanto con las personas que ellas las consideren meritorias de incorporarlas como componente público de su identidad. Pero hay un precio que la marca tiene que pagar para acceder a este privilegio: pues al hacerlo, deja de ser posible controlar total y centralizadamente el significado de la marca. Al legitimar a los consumidores como co-creadores, la marca ha cedido el control absoluto sobre sí misma y adquiere en cierta medida responsabilidades hacia sus consumidores, a quienes llamar consumidores en este punto resulta incompleto.

De allí que la lógica del consumo se haya transformado significativamente. El consumo no es sólo el resultado del proceso de producción, sino que es en sí mismo (o mejor dicho, puede ser) un acto creativo o transformativo. El consumo es un acto de apropiación, por medio del cual mi decisión por un producto específico refleja algo sobre mí, y en la medida en que lo hace yo adquiero ciertos derechos culturales, tenues, difíciles de precisar, sobre el objeto y sobre la historia que el objeto cuenta. Remezclo el significado del objeto dentro del universo de significados particulares y personales que es mi propia identidad, y en ese sentido le atribuyo al objeto un significado singular, una combinación entre su narrativa «universal», aquello que le dice a todo el mundo, y su significado particular, aquello que significa sólo para mí.

Alicia

Por alguna razón que nunca he terminado de entender, tengo una fascinación extraña con Alicia en el país de las maravillas. Es un universo un poco perverso y perturbador, pero muy cuidadosamente articulado, y poblado de elementos y personajes que se prestan para todo tipo de interpretaciones y malinterpretaciones y alucinaciones de alto calibre. Recién hoy día me enteré de que pronto salrá una versión fílmica de la historia dirigida nada menos que por Tim Burton, y con Johnny Depp como el Sombrerero Loco, lo cual me ha dejado fascinado, a pesar de lo difícil que es encontrar el trailer.

Pero, ¿por qué esta fascinación con este universo extraño? Creo que es en gran medida porque está lleno de misterios, que han sido explotados y reinterpretados de diferentes maneras en diferentes medios, formatos y contextos. Hay tantos cabos sueltos dejados por Lewis Carroll que básicamente uno puede hacer lo que quiera con este mundo. Tres ejemplos que me encantan.

El primero es The Matrix, la película de los hermanos Wachowski (hay quienes dicen que esto es una trilogía, pero escojo no creerles). Alicia es referida varias veces en la película, empezando por una escena casi al principio, cuando Neo recibe instrucciones de seguir al conejo blanco.

A partir de allí recibirá también otras alusiones, como cuando Morpheus promete enseñarle «cuán profunda es la madriguera del conejo», mientras Neo se pregunta si está despierto o dormido. Bonus track: el libro que Neo coge en la escena de arriba es Simulacra and Simulation, de Baudrillard.

El segundo es White Rabbit, la canción de Jefferson Airplane. Esta canción resume en alrededor de tres minutos toda la psicodelia sesentera que se puedan imaginar – non plus ultra, imposible no imaginar colores mientras la escuchan. Y toda la letra de la canción gira en torno a la historia de Alicia como si fuera una especie de viaje inducido por ácidos.

El tercero es bastante menos exótico, pero igual me gusta bastante. Es la canción Alicia, de Enrique Bunbury, que canta sobre una Alicia expulsada al país de las maravillas.

Y claro, hay más, muchísimos más ejemplos. Sólo basta ver, por ejemplo, la lista en Wikipedia de obras influenciadas por Alicia en el país de las maravillas para hacerse una idea del impacto cultural que una obra con tantos cabos sueltos puede tener. Con lo cual ya se habrán imaginado que espero con bastante anticipación la película de Burton.

Y, finalmente, como yapa, el poema Jabberwocky de Lewis Carroll, incluido como parte de la segunda novela de Alicia:

‘Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

«Beware the Jabberwock, my son!
The jaws that bite, the claws that catch!
Beware the Jubjub bird, and shun
The frumious Bandersnatch!»

He took his vorpal sword in hand:
Long time the manxome foe he sought—
So rested he by the Tumtum tree,
And stood awhile in thought.

And as in uffish thought he stood,
The Jabberwock, with eyes of flame,
Came whiffling through the tulgey wood,
And burbled as it came!

One, two! One, two! and through and through
The vorpal blade went snicker-snack!
He left it dead, and with its head
He went galumphing back.

«And hast thou slain the Jabberwock?
Come to my arms, my beamish boy!
O frabjous day! Callooh! Callay!»
He chortled in his joy.

‘Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

Terminator y la salvación de la tecnología

Acabo de ver la nueva película Terminator: Salvation, la cuarta parte de la saga Terminator que empezó en 1984. La pela no es la gran cosa, realmente, pero es entretenida, sobre todo por las referencias sueltas que tiene a las originales (la 1 y la 2, pues la 3 realmente no vale mucho la pena).

Pero aún así, me ha dejado pensando muchas cosas. Me encanta la película original del 84, y más todavía, Terminator 2, de 1991. Justamente por eso me parece que esta película pierde por no continuar la línea estética que formuló James Cameron en las dos originales. El Terminator de T2 introducía una ambientación muchísimo más sombría, oscura, muy en línea con la idea de que el fin del mundo estaba a sólo unos días en el futuro. Sin duda también por un tema de limitaciones técnicas, exhibía una mayor sobriedad en la construcción de la acción: sin dejar de ser una espectacular película de acción (innovadora en la gran cantidad de técnicas visuales que introdujo), alcanzaba bien un balance para no ser simplemente lineal y formulaica en su realización.

Contrasten, por ejemplo, las imágenes del trailer de arriba con la escena inicial de T2 (que por alguna razón no encuentro en una versión que pueda incrustar, pero el video está aquí).

La música, el tono, la narración, las imágenes -además de ser imágenes que tengo casi tatuadas en la retina- me parece que aportan mucha mayor complejidad que las de Salvation. La limitación tecnológica tiene mucho que ver: ahora que vuelvo a ver las imágenes y comparo, veo que mucho de lo que falta lo hace simplemente porque no podía estar ahí, la tecnología no permitía llenar esos vacíos. Pero por otro lado, esto tiene un efecto positivo: así como McLuhan habla de medios calientes como aquellos que brindan una gran cantidad de información, frente a medios fríos que en sus vacíos dejan espacio para la participación del espectador, de la misma manera veo en los vacíos de información de T2 el espacio para involucrarme de una manera mucho más profunda.

Un tema más difícil de comentar sería la problemática de fondo y cómo queda trabajada de diferente manera. Tendría que volver a ver la original, sobre todo T2, para poder comparar bien. Pero creo que como ilustración la saga Terminator recorre un miedo fundamental de nuestra época, que es el miedo a vernos sobrecogidos, de manera definitiva, por todo el aparato tecnológico que estamos construyendo a nuestro alrededor. Skynet no es otra cosa que la versión radical de cuando Windows empieza a hacer cosas por su propia voluntad, sin explicarnos ni mucho menos consultarnos si queremos hacerlo. Terminator lleva al extremo la pregunta por si nosotros usamos la tecnología, o si somos usados por ella – que es en gran medida, también, una reformulación por la pregunta de Marx sobre la mercancía, y si nosotros la consumimos, o somos solamente vehículos para que la mercancía pueda relacionarse con otras mercancías.

El problema no es el mismo, pero es análogo. Construimos un mundo de cosas, de conexiones, de aparatos, de distracciones, que terminan por convertirse en demandas que no podemos plenamente satisfacer. Recibo demasiado correo electrónico, tengo demasiados blogs que revisar, tengo que mantenerme al día en cada vez más redes sociales, y así sucesivamente. Nuestra preocupación es que no nos damos abasto, nosotros como organismos finitos, para estar a la altura de las condiciones que la tecnología prácticamente nos impone, de modo que no podemos evitar preguntarnos si realmente todos estos aparatos y extensiones están a nuestro servicio. Más aún, ¿qué pasaría si se pusieran en nuestra contra? ¿Cómo podríamos defendernos de una manera que no fuera, al mismo tiempo, tecnológica y retroalimentara aquello que nos destruye?

No quiero ponerme zizekiano-culturalista y empezar a decir algo así como que «Terminator refleja las estructuras de dominación propias del capitalismo tardío en Occidente», ni nada por el estilo. Sólo me parece interesante señalar cómo, dentro de sus límites, la serie Terminator y también su última entrega abren una serie de posibles preguntas e interpretaciones sobre el rol que le damos a la tecnología en nuestras vidas, y por extensión el rol que le damos a los aparatos de producción y consumo también (que son, de cierta manera, también formas de «tecnología»). De allí que carga mucho peso la idea de la Resistencia, y aquello que la Resistencia resiste: la rebelión de las máquinas, la continuidad de la lógica tecnológica y la proliferación de los aparatos. Pero es, al mismo tiempo, irónico ver la manera a través de la cual lo hacen: finalmente, la solución a la crisis de las máquinas no puede venir si no a través de las máquinas -un uso más responsable, más informado, menos ingenuo, pero un uso de la misma tecnología finalmente-.

Lo siguiente sería preguntarnos si de 1984 a 1991 al 2009 nuestra manera de retratar esta preocupación, y las conclusiones que se desprenden de este tratamiento, se han visto sustancialmente cambiadas. Yo creo que sí, pero tendría que ver de nuevo las películas más de cerca para tenerlo más claro. O, formulado de otra manera, si Terminator 2 fuera lanzada originalmente hoy y no en 1991, ¿tendría la misma relevancia cultural fundante del género de acción? ¿O sería, como lo es hoy Salvation, simplemente una película de acción más?

No, creo que lo estoy formulando mal. Mi punto no pretende ser que T2 sea un documento histórico eterno, ni nada por el estilo. Es, simplemente, que la manera como pensamos en una película de acción hoy ya prácticamente no puede ser T2. Es Salvation, grande, explosiva, exagerada, eso es acción. La sutileza, el espacio del espectador parece quedar en un segundo plano. Pero después de haberme leído Everything Bad Is Good For You, estoy seguro que hay mucho más en este tránsito que estoy dejando de lado.

Apropiación

Estoy un poco fascinado con la categoría de la apropiación últimamente. Puede entenderse de múltiples maneras, pero así bien en general, me refiero a la manera en la cual nosotros recibimos diferentes conjuntos de inputs y metemos de nuestra propia cuchara antes de lanzarlos de vuelta al mundo – sea comunicándolos, actuando en base a ellos, o lo que fuera. Es decir, no hay tal cosa como actuar sobre un input puro, o comunicar de manera perfectamente fiel un mensaje, sino que siempre en el camino realizamos algún tipo de apropiación de lo que se nos comunica antes de reutilizarlo.

La idea volvió ayer cuando vi la película de Emir Kusturica, Gato Negro Gato Blanco. Excelente película, dicho sea de paso. El asunto es que me pareció interesante la manera como en la película queda reflejada la manera como la cultura balcánica que es retratada hace una apropiación sumamente singular de lo «occidental», en particular de la dinámica capitalista. Kusturica, finalmente, está retratando también el universo sincrético de la Europa oriental post-muro y el influjo de occidentalismo capitalista que ingresó luego de eso, y la manera como estos fenómenos de diferentes maneras fueron reconciliados por la cultura y reconciliados además con una tradición cultural previa.

Quizás el personaje donde más claramente queda reflejada esta «apropiación» particular de la dinámica del capitalismo sea el personaje de Dadi, un «héroe de guerra» al que se le reconoce porque todo le ha salido bien: tiene mucho dinero, una enorme casa, autos, mujeres, etc. Es un mafioso matonesco, coquero y mujeriego, pero que no deja de mantener respeto por la tradición a la que pertenece – su gran angustia es que no ha podido cumplir con la última parte del testamento de su padre, casar a su hermana.

Dentro del universalismo propio del liberalismo económico, y del liberalismo general, esto termina pareciendo algo así como una contradicción. Pues, supuestamente, cuando los agentes económicos son librados a su suerte en un mercado libre, cada uno debería perseguir sus fines individuales de una manera racional y eficiente. Pero el asunto es justamente que nada, ni siquiera el liberalismo económico, se monta nunca sobre una hoja en blanco. El capitalismo llegó a los Balcanes y a orillas del Danubio para construirse sobre una cultura y una tradición muy antiguas, y sobre un mundo político y una realidad social que existían previamente con personajes como Dadi y el tío Grga y Matko. En otras palabras, no hay tal cosa como un capitalismo puro, sino que éste siempre, como proceso, es apropiado en las diferentes realidades particulares en las que ingresa. Sólo así puede entenderse la expresión búlgara a la que refiere Dadi: «si no puedes resolver un problema con dinero, intenta resolverlo con mucho dinero», o algo así.

Obviamente, con esto no intento negar el efecto homogenizante que tiene la lógica capitalista alrededor del mundo. Definitivamente hay una lógica un tanto perversa en el hecho de que ahora, casi todos podemos comer la misma Big Mac en casi cualquier parte del mundo (aún a pesar de la «Royale with cheese» que menciona Vincent en Pulp Fiction). A lo que voy es que nos estamos perdiendo de dimensiones crucialmente importantes a la hora de analizar estos procesos – quizás las más interesantes, incluso – si no caemos en cuenta también de que estos procesos no son asimilados ciegamente, sino que adoptan diferentes configuraciones según las diferentes maneras como son apropiados por realidades particulares.

Últimamente estoy hablando bastante de capitalismo. Me da un poco de miedo. Pero en fin, creo que seguiré volviendo sobre la idea de apropiación más adelante.

Star Wars y filosofía pop

Sí, soy un fanboy y un geek, lo sé. Estaba leyendo comentarios en Slashdot sobre una noticia de la última película de Star Wars, Clone Wars (que el estudio ha censurado las críticas negativas de la película en Internet, porque todos dicen que es terrible).

Algunas ideas poco procesadas sobre Star Wars, como historia y como franquicia. Primeramente, los tres primeros episodios (I, II y III) son terribles. La primera vez que los vi los disfruté, pero verlos de nuevo simplemente es doloroso. Pero de alguna manera se les puede dar sentido.

Pre-episodio 4, es decir, en todo la parte de la historia de Anakin, el dualismo es bastante claro. La luz, la oscuridad, los Jedi por un lado y los Sith por el otro. Es una cuestión bastante simplista del bien enfrentándose al mal. No sólo eso… el bien es más bien el Bien, una forma platónica de cómo debe el individuo, el filósofo -en este caso el jedi- acercarse al bien. La República Galáctica no es exactamente una República platónica -los jedis no gobiernan propiamente, sino que es el Senado-, y sin embargo la creación del Imperio más bien refleja los cuestionamientos de Platón hacia la democracia. La democracia se asesina a sí misma, se convierte en tiranía, en su propio ejercicio (esto se pierde en el facilismo en el que cae la historia, sobre todo con la sentencia de Amidala, «así es como muere la libertad, con un aplauso estruendoroso», un vano intento de crítica política fuera de la cuarta pared). En fin. Pero cuando eso ocurre, son los jedi los que saben lo que es mejor para la República, son los filósofos de la luz (cf. la alegoría del sol) los que conocen lo que es mejor para todos los no-filósofos. Los filósofos deben reinar, pero no deben querer reinar. De la misma manera los jedis no quieren gobernar la República, pero sí sienten la obligación de proteger su orden.

Ahora, los jedis mismos. El lado claro de la Fuerza. Su camino al bien es un camino de estoicismo, ellos representan la calmada racionalidad, la supresión de las pasiones, el dominio del intelecto por encima de la impulsividad. Recuerden el entrenamiento de Yoda a Luke: lo que le está enseñando es básicamente a controlar sus emociones, a no sucumbir ante el odio contra su padre. Los jedis son ascetas que confían en la trascendencia a la Fuerza misma antes que en la vida carnal. En contraposición, los Sith son presentados como oscuros, porque se dejan llevar por sus emociones, por sus pasiones. Nadie refleja esto mejor, creo, que Darth Maul: arrogante, iracundo, desafiante, pelea contra los jedis movido por sus pasiones antes que por la racionalidad y serenidad que hace que Qui-Gon Jinn se siente a meditar frente a él. La oposición entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, es al mismo tiempo la oposición entre intelecto y emoción. Bastante clásico el dualismo, hasta este punto. Hasta lo reflejan en su ropa.

¿Pero qué más hay? La profecía de aquel que traerá el equilibrio a la Fuerza. Ignoremos por completo el asunto de las midiclorias -hagamos como que nunca pasó, simplemente porque no nos sirve ningún propósito-. Está este chibolo que traerá el balance a la Fuerza, pero luego se termina pasando al lado oscuro, traicionando a su maestro, convirtiéndose en el malo más maloso de la galaxia y trayéndose abajo la orden jedi, la República y demás. Como que no cumplió la profecía, y Anakin se lo echa en cara cuando lo deja agonizando a orillas del río de lava.

Acá hay varias cosas que observar. Primero, que nunca queda claro cuál es el maldito equilibrio de la Fuerza. Tenemos la oposición polar entre razón y pasión (lógos y páthos), y los jedis parecen esperar de Anakin que él traiga el equilibrio eliminando a los Sith. Pero eso no tiene ningún sentido, porque ya no habría dualidad, no habría dos lados. El equilibrio en ese caso se rompería. Entonces no puede ser eso, como tampoco puede ser la reivindicación de la pasión volviéndose Darth Vader y eliminando a los jedis. Entonces el asunto no va por ahí.

Fast Forward a su hijo, Luke. Luke no recibe entrenamiento formal como jedi, porque ya no hay templo y ya no hay orden ni maestros que le enseñen. Recibe entrenamiento informal de Obi Wan Kenobi y de Yoda, pero con ambos su entrenamiento queda incompleto, porque ambos se mueren en el camino. Acá empiezan a aparecer las paradojas. Al principio de Ep.6, Luke aparece ya como un maestro jedi… pero vestido de negro. Y de hecho, Luke como jedi está casi siempre de negro (a diferencia del blanco que viste cuando aún no ha sido entrenado). Además, es reconocido como maestro jedi… no hay orden que lo avale, pero recordemos además que su entrenamiento no ha concluido.

Estos no son detalles. Fast Forward aún más, e intentemos atar los cabos. ¿Cuál es el chongo de todo esto? Escenas finales de Ep. 6, los rebeldes atacan la Estrella de la Muerte mientras Luke conversa con el Emperador. El Emperador lo empuja, lo desafía a desatar sus pasiones, a liberar el páthos y abandonar el camino claro de la Fuera, lo cual Luke hace cuando empieza a rebanar a Vader -además, su padre (pero omitamos por ahora las lecturas psicoanalíticas)- con pura ira. ¿Luke se pasa al lado oscuro? He aquí el punto importante: se detiene. ¡Se detiene! Y no mata a Vader. Luke es capaz de pelear con toda la fuerza de la pasión, pero guiado siempre por la prudencia, la phrónesis, que le permite calmar sus emociones. Éste es el equilibrio de la Fuerza: una nueva línea de jedis que son capaces de ponerse en contacto con su corporalidad, con sus emociones, sin desprenderse del intelecto y la racionalidad. Esto los hace más fuertes, capaces de liberar sus pasiones sin convertirse en bestias irracionales. Éste es el sentido de todas las dos trilogías, el punto donde todo se ata, y no es una sencilla lucha entre el bien y el mal, sino un mensaje existencial más profundo y complejo.

Entonces no era Anakin, sino Luke, el que traería el equilibrio a la Fuerza. Leyeron mal la profecía.

No, no tan rápido, hay algo más. Vale la pena ver la última escena una vez más.

(Como ejercicio, comparen esta pelea con la pelea final de Ep. 3, acartonada a más no poder no sólo por las actuaciones, sino por el simplismo de la oposición entre el bien y el mal, no hay ninguna ambigüedad interesante:

El guión le otorga las líneas más aburridas del universo a este Anakin poco interesante. En fin.)

Porque, finalmente, Luke juguetea con el lado oscuro. Pero es Vader, o mejor dicho Anakin, quien sella el destino. Ante la imagen de su hijo siendo fulminado por el Emperador, se zurra en todo y sacrificándose a sí mismo lo tira al pozo. Anakin ha llegado más lejos: él ha estado en el lado oscuro de la Fuerza y ha regresado, y al regresar y eliminar al emperador, dejando como el único jedi vivo (porque él mismo muere) a su hijo Luke, ha sellado la posibilidad de que los nuevos jedis serán de esta nueva estirpe mixta.

Y esto nos genera un problema de guión. En la edición original y en la versión del 97 de Ep. 6, la última escena de Luke mirando al cielo tiene los espíritus de Yoda, Ben Kenobi y de su padre viejo, redimido como jedi y unido con la fuerza. Estúpidamente, la versión de DVD que sale después de que se lanzó Ep. 2 reemplaza al Anakin viejo por el antipatiquísimo Anakin joven de Hayden Christensen, para supuestamente darle consistencia a todo el asunto. Pero esto destruye todo el mensaje de la película, porque querría decir que Vader sí mató simbólicamente a Anakin, y que Anakin nunca regresó del lado oscuro. El Anakin viejo, en cambio, nos da a entender que consiguió redimirse finalmente con su sacrificio, y por eso se une con la Fuerza y sus amigos jedis.

Por supuesto, no creo que Lucas haya pensado en nada de esto, pero se me hace más interesante la saga cuando la leo así. Lo singular del asunto no está en la oposición entre la luz y la oscuridad, sino la manera en como finalmente se resuelve, en el equilibrio de la fuerza: tanto jedis como siths tenían que desaparecer para que una nueva línea pueda formarse, una línea mestiza que tomara y superara las dos tradiciones. Dialéctica, aufhebung, un nuevo momento de superación, un nuevo comienzo. Así el asunto se pone más complejo y es un poco más interesante.