Interpreta tu papel

All the world’s a stage,
And all the men and women merely players;
They have their exits and their entrances;
And one man in his time plays many parts

– William Shakespeare, As You Like It

El título de este post es una traducción de «Play Your Part» – el nombre de la primera pista del disco Feed The Animals, de Girl Talk. Girl Talk es un artista del remix y del mashup, es decir, construye sus composiciones a partir de pedazos y samples de otras canciones. Corta pedazos, los recompone de maneras creativas y construye nuevas canciones. El resultado son pistas como éstas, justamente, la titulada «Play Your Part»:

Es, quizás, un poco difícil de digerir al principio, porque definitivamente es música que suena muy diferente a lo acostumbrado. Pero tiene buen ritmo, y una muy buena construcción. Es un formato extraño – de hecho, el único instrumento que Girl Talk necesita es una laptop y, armado de una buena cantidad de samples, puede componer un disco o animar una noche de música en vivo. Sus shows son sumamente divertidos e incluyen una interacción directa con el público, como lo muestran las escenas de sus presentaciones capturadas en el documental RiP: A Remix Manifesto. El documental de Brett Gaylor tiene a Girl Talk como uno de sus casos principales, centrado en torno a la manera como el tipo de producción artística y cultural de Girl Talk es un desafío para nuestra noción y entendimiento tradicional de cosas como el copyright, los derechos de autor y similares construcciones sociales. Construcciones que respondieron a una necesidad dada en un momento histórico, pero que son en sí mismas históricas, y deberían modificarse conforme las necesidades sociales cambian.

Ésta es la primera parte de RiP. La película completa pueden verla en YouTube entrando a esta lista de reproducción.

Mi punto aquí no es, sin embargo, sobre el copyright, aunque mucho podría decirse sobre eso. Es más bien sobre la creación. El hecho de que Girl Talk pueda hacer música con tan sólo su laptop. Es decir, no sólo hacer música: hacerla, grabarla, mezclarla, producirla, distribuirla, promocionarla, todo. Sólo con su laptop. Y con eso conseguir, además, una cantidad enorme de seguidores alrededor del mundo. Incluso que en un lugar «remoto y exótico» como el Perú alguien pueda escuchar la música de Girl Talk y encontrarla no solamente buena como música, sino significativa como proceso cultural y social.

La imagen de Shakespeare de todo el mundo como un escenario se vuelve así mucho más real – no en el sentido dramatúrgico de Goffman, sino en el sentido de la intimidad como espectáculo de la que habla Paula Sibilia. Sí, hoy tenemos todos los medios a nuestra disposición para exhibirnos. Unos mejor que otros, por supuesto, o de maneras más interesantes que otros. Pero todos podemos crear algo, aunque sea malo – y muy probablemente será malo. Este blog, por ejemplo. Es un gran bloc de notas, una lluvia de ideas constante que me permite soltar cosas y ver si hay reacciones, ir conectando puntos conforme pasa el tiempo.

No es que todos tengamos un papel predeterminado que cumplir. Sino que nos construimos un papel. Encontramos un rol que queremos interpretar, y bueno, lo interpretamos. Simplemente porque podemos, no hay una cuestión moral de por medio. No es que debamos, o debamos no hacerlo. Pero de por medio hay todo un aparato técnico y cultural que nos permite llegar a esta posibilidad.

También significa que nuestra adaptación al medio significa, hoy, aprender a ser creadores. Técnica y culturalmente, que no es lo mismo. No solamente se trata de saber capturar y transmitir ideas. Se trata de tener alguna noción de lo que eso implica, en alguna medida. Las campañas «no te comas las comillas» que hace la PUCP internamente en contra del plagio son un poco ridículas, pero capturan un punto importante: la creación y transformación de ideas y conocimiento debería, idealmente, mantener ciertas consideraciones. La atribución podría ser una de ellas (relevante en ciertos contextos, y en otros no).

Nunca nadie nos enseñó a consumir, y bueno, resulta que somos también muy malos consumidores. Y todos asumíamos que los productores sabían producir y sabían más o menos lo que hacían, pero ahora que cualquiera puede producir, nos damos cuenta de que eso también era un mito. Como que eso resalta la importancia de la idea de aprender mejores hábitos tanto de consumo como de producción, ya que todos vamos a estar haciendo un poco de eso.

Escuchen Girl Talk, es buenazo.

Hibridación mediática

El proceso por medio del cual nuevas medios y nuevas tecnologías se suceden unas a otras es descrito por McLuhan no solamente como no lineal, sino además como un proceso conflictivo. Al fin y al cabo, lo que entra en juego con la aparición de nuevas tecnologías no es solamente la entrada en escena de un nuevo soporte o un nuevo mecanismo para reproducir un mismo tipo de contenido, sino que en la medida en que todo medio comporta a su vez una gramática, es la aparición de una nueva relación con nuestros sentidos y con la realidad misma. De manera que la aparición de un nuevo medio se nos presenta como una nueva manera de ver el mundo que no necesariamente es compatible con la que manejamos.

Cualquier invención o tecnología es una extensión o auto-amputación de nuestros cuerpos físicos, y tal extensión también exige nuevas proporciones y nuevos equilibrios entre los otros órganos y extensiones del cuerpo.

[…]

Contemplar, usar o percibir cualquier extensión de nosotros mismos en su forma tecnológica es necesariamente aceptarla. Escuchar la radio o leer la página impresa es aceptar estas extensiones de nosotros mismos en nuestro sistema personal y atravesar el «cierre» o el desplazamiento de la percepción que se sigue automáticamente. Es esa continua aceptación de nuestra propia tecnología en su uso cotidiano que nos pone en el rol de Narciso de una conciencia subliminal y un entumecimiento en relación a estas imágenes de nosotros mismos. [Traducción mía]

Quiero partir de este pasaje del capítulo 4 de Comprender los medios de comunicación para ilustrar la relación conflictiva y ambivalente que tiene el efecto de los medios de comunicación. Si tomamos en consideración, además, el determinismo tecnológico presente en McLuhan, no nos queda sino derivar una versión un tanto fatalista en la cual los individuos no tenemos otra opción más que recibir los impactos e influencias de los nuevos medios que transforman nuestra sensibilidad, y luego dedicarnos al lento proceso de adaptación y aprendizaje. Nuestra participación o voluntad en todo el proceso pasan a un segundo plano.

Hay otro aspecto que me parece aquí sumamente interesante: es el hecho de que en este pasaje McLuhan vuelve sobre la idea de que usar la tecnología no es únicamente usarla como uno usa una herramienta, como algo externo a uno. La tecnología es parte de uno, uno se instala en el ámbito de la tecnología que utiliza porque se instala en el uso de su gramática como quien habla un lenguaje. Es bajo esta perspectiva que la idea del trauma o el choque del cambio tecnológico adopta todo su sentido: cuando nos introducimos en el ámbito de una nueva gramática nos vemos obligados a traducir, a reinterpretar la realidad de manera apresurada y por ensayo y error para adquirir un mínimo de competencia en el uso de la nueva tecnología y de su nueva gramática. Al hacerlo, no podemos si no entender lo nuevo a partir de las categorías de lo viejo, lo cual nunca le hace justicia ni a lo uno ni a lo otro. Es de esta relación de donde surge la idea mcluhaniana de la energía híbrida o de la hibridación mediática, el proceso a través del cual un nuevo medio o una nueva tecnología adquieren su propio significado a partir de su relación conflictiva con las gramáticas anteriores.

La interacción entre medios es sólo otro nombre para esta «guerra civil» que tiene lugar en nuestra sociedad al mismo tiempo que en nuestras psiques. Se ha dicho que «para el ciego, todas las cosas son repentinas». Los cruces o hibridaciones de los medios liberan una gran fuera y energía como por fisión o fusión. No tiene por qué haber ninguna ceguera en estos asuntos una vez que hemos sido informados de que hay algo que observar. [Traducción mía]

Todos los medios son formas híbridas porque el significado y el efecto de todo medio solamente puede establecerse a partir de la manera como lo interpretamos desde los medios anteriores. Así, en su infancia toda forma mediática se ve limitada a reproducir los efectos de la generación anterior: la televisión, por ejemplo, durante mucho tiempo se estructuró en función a reproducir el ámbito de la radio pero agregando el sentido visual. La web se organizó durante mucho tiempo a partir de la lógica de la imprenta, del papel y de las librerías, y no como un medio con su propio sentido de organización y comunicación. No es sino hasta después que el uso de cada medio consigue cierta independencia frente a las generaciones anteriores y empieza a adquirir sus propios usos específicos.

Esta cuestión es sumamente importante porque deja claro que toda interpretación mediática es, a su vez, mediática. Somos siempre seres introducidos en la realidad mediática de una u otra manera, y nuestro manejo gramatical, si se quiere, nos exige que manejemos de manera competente el uso de muchos medios (y de cada vez más). Pero esta misma competencia nos permite distinguir, al menos a grandes rasgos, cuando un medio es apropiado para un propósito, y cuando no. Es, por ejemplo, mal visto que uno termine una relación por chat, o por mensaje de texto. Esto porque hemos estructurado el significado de estos medios de maneras diferentes: unos son más personales, otros más rápidos, unos transmiten más, otros menos información, y así sucesivamente. Ninguno tiene intrínsecamente un uso o un valor específicos, sino que es a partir de la interacción entre diferentes gramáticas que podemos interpretar que unos sirven para ciertos propósitos, y otros para otros.

De lo cual resulta que no hay forma mediática pura, como no hay experiencia propiamente pura o que no se entienda siempre en el contexto de su propio medio y gramática. Y de lo cual resulta, también, que somos algo así como seres profundamente traumados, porque nos vemos inmersos en el juego de la hibridación todo el tiempo, con todas sus consecuencias psicológicas y sociales. O, más bien, McLuhan parece indicar que somos estos seres traumados en la medida en que no tomamos conciencia o caemos en cuenta de que estamos así inmersos: la posibilidad de reconocernos como individuos sobre los cuales se ejercen todas estas fuerzas mediáticas abrirá la posibilidad (como espero que veamos más claramente al explorar el rol del arte y del artista) a que diseñemos e implementemos los mecanismos de compensación que, cuando menos, reduzcan el trauma de las amputaciones.

¿Para qué ir a la universidad?

Pregunta abierta. Pregunta horrible. ¿Para qué va uno a la universidad? Es horrible porque esconde la posibilidad de que uno no sepa bien por qué lo hace (o por qué lo hizo).

Pero, me parece, una pregunta legítima, porque no es tan claro. Porque no es suficiente decir que uno va para aprender, porque, razonablemente, uno podría hacer eso en otra parte. ¿Se trata de adquirir conocimiento? Eso era un requerimiento necesario cuando el conocimiento y la información estaban circunscritos a ciertas instituciones que se dedicaban a cultivarlo y transmitirlo. Cuando una universidad es el único canal viable a través del cual adquirir un conjunto de habilidades y conocimientos, pues tiene todo el sentido del mundo que uno vaya allí para eso.

¿Qué ocurre si deja de serlo? ¿Si, más bien, la información se vuelve un commodity? La pregunta es relevante porque ir a la universidad significa una enorme inversión en tiempo y recursos materiales – no solamente por el costo que uno paga, sino por el costo de lo que uno deja de ganar si se dedicara a cualquier otra cosa. ¿Qué justifica la inversión? Solemos decir o pensar que sólo con una carrera universitaria uno puede tener acceso mejores oportunidades laborales y profesionales – lo cual de entrada parece justo, pues uno dedica una mayor inversión esperando un mayor retorno. ¿Pero qué justifica ese mayor retorno, si el conocimiento puedo adquirirlo en otro lado?

Tomar, por ejemplo, una carrera de filosofía – el único ejemplo que propiamente conozco, y que además se presta bien a mi punto porque lo principal que se intercambia durante muchos años es información. Asumiendo que uno tiene acceso a ciertos recursos, todo el contenido de una carrera de filosofía puede conseguirlo en un lugar que no es una universidad. Los textos que se leen pueden conseguirse en librerías, en la web, o incluso pueden facilitarse reproduciéndolos de bibliotecas. La currícula, la selección discriminada de cosas que uno debería enfocar o revisar, puede conseguirse también en línea: puedo, por ejemplo, ver el plan de estudios de las carreras de filosofía de las mejores universidades y seguirlo por mi cuenta, o utilizar plataformas como el OpenCourseware del MIT para utilizar los materiales en línea, libremente disponibles, de sus cursos de filosofía.

Inmediatamente surgen tres objeciones posibles. La primera es que bajo este utopismo autodidacta, uno no tiene acceso a uno de los principales recursos de valor en una formación universitaria: los profesores. Totalmente cierto. Sin embargo, a uno no le es negado del todo este acceso. De hecho, es mi experiencia personal que cuando uno intenta contactar profesores, aún cuando no sean de la universidad o incluso del mismo país, suele recibir respuestas favorables de gente dispuesta a ayudarlo a uno con sus dudas y preguntas, ofreciendo recomendaciones y sugerencias y dispuestas a mantener una discusión sobre el tema. No ocurre siempre, y ciertamente no digo que esto sea un sustituto, pero se tiene cierto grado de acceso a este importantísimo recurso. De hecho, frente a este argumento uno podría preguntarse si es, entonces, válido involucrarse en toda la inversión que significa una carrera universitaria de cinco años, o si no podría, más bien, vincularse de manera particular con un profesor, de la misma formación (incluso de la misma universidad), por una inversión mucho menor pero para un intercambio mucho más personalizado (de nuevo, regreso a la pregunta por lo que uno está pagando cuando invierte en una formación universitaria).

La segunda objeción es que mucha gente no tiene la facilidad para seguir este tipo de planes de estudios por su cuenta, y participa de la formalidad que ofrece una universidad lo obliga a seguir cierta estructura, cumplir con requerimientos, presentar exámenes y trabajos y recibir notas. La universidad en este sentido es entendida como orden y seguimiento del estudiante. Pero, ¿es por eso por lo que uno invierte? Y si así lo hiciera, ¿consideraría justificada la inversión? En todo caso, podemos decir que mientras exista este público -que probablemente lo haga siempre, porque todos lo necesitamos en alguna medida- la universidad tiene garantizado un público objetivo. Pero creo que cabe preguntarnos si para eso tenemos universidades.

La tercera objeción posible me parece la más determinante, hablando desde mi experiencia personal. Se trata de que la experiencia universitaria es más que la simple transferencia de conocimiento – al menos, más que su transferencia en sentido estrictamente formal. En otras palabras, el acceso a las personas con las que uno estudia, al mismo tiempo y en el mismo lugar, con las que discute, hace preguntas, colabora, se burla de la vida, comparte traumas y demás cosas, es probablemente lo más valioso del entorno universitario. Es quizás en ese contexto donde, al menos como yo lo veo, uno puede tener las conversaciones más gratificantes y las discusiones que realmente lo llevan a uno a descubrir las cosas que uno mismo piensa y quiere hacer (que no siempre suele coincidir, y no debería, con lo que los profesores piensan y quieren que uno haga). Pero si me amparo en que esto es, quizás, lo más irreemplazable (no por eso lo único) de la experiencia universitaria, entonces quizás el significado de ir a la universidad no sea propiamente adquirir conocimiento, pues eso lo puede hacer uno de muchas maneras cuando el acceso a la información se ve simplificado.

¿Entonces para qué vamos? ¿Para interactuar? ¿No podemos pensar en maneras más eficientes, en términos económicos, de generar esas interacciones a través de diferentes tipos de redes de aprendizaje y de intercambio de conocimiento?

¿Y por qué le hemos dado tanto valor a esta formación? Cuando, además, suele ser el caso que uno sale al mundo real y se encuentra con que de todo lo que aprendió, una enorme parte no se aplica, y otra enorme parte uno sólo puede realmente aprenderla experiencialmente. ¿Por qué no nos dedicamos a adquirir ese conocimiento experiencial desde mucho antes?

Permítanme aclarar que soy el primero en considerar que ir a la universidad es una experiencia valiosa (pero mi juicio al respecto está obviamente parcializado). Pero creo, al mismo tiempo, que no sabemos bien por qué vamos, o qué queremos sacar de ello, o qué hacemos allí. Las cosas funcionan más o menos porque así han funcionado siempre, a pesar de que el mundo fuera de las universidades se mueve por completo a otro ritmo. Quizás sea el caso de que uno no pueda plenamente reemplazar una educación universitaria con una conexión a la web y un enlace directo a Wikipedia. De hecho, creo que ése es el caso. Mi pregunta va en otra dirección: si hay una porción que de hecho se puede reemplazar, ¿cuál es el valor del saldo, del valor agregado que resta? Ese valor agregado, ¿justifica la inversión que de hecho hacemos, o deberíamos tener otras expectativas de ese espacio para que la inversión sea realmente justificada? Si no vamos para lo que creemos que vamos, sino que vamos por otra cosa, ¿no deberíamos estar reconsiderando el valor de la inversión que hacemos?

Wishful thinking

Lo que en verdad me gustaría es conseguir que más gente termine siendo un poco más crítica.

Para eso tengo un blog, y escribo en él. No, en verdad lo hago por muchas razones, y la más importante de ellas es un ejercicio egoísta. Pero en un mundo ideal, este ejercicio egoísta resulta en que alguien, de alguna manera, termina aquí, lo lee, y no se trata de que me crea, ni de que esté de acuerdo conmigo. Sino, simplemente, de pensar algo como «no había pensado en eso antes», o «no me había dado cuenta de que eso era un problema». No, no pretendo mostrar ningún camino, ninguna verdad ni nada por el estilo. Sólo mostrar que, si nos ponemos quisquillosos, el mundo está lleno de problemas que están esperando ser resueltos, y allí donde no los hay, podemos crearlos. Y que hay un valor, muchos valores en realidad, alrededor de ponernos quisquillosos. Pesados, antipáticos. Filosóficos.

Eso es también lo que pretendo hacer cuando dicto clases. Porque, finalmente, lo más probable es que mis alumnos terminen olvidando la gran mayoría de lo que les enseñé, pocas semanas después de dar su examen final. Y bueno, así pasa cuando sucede. Así que, finalmente, si hay algo que realmente quiero que aprendan es que hay capas y capas de complejidad que se esconden detrás de lo que parecen ser cosas completamente superficiales. Que el mundo que nos rodea, aún cuando parece trivial, está ahí esperando ser descompuesto, analizado, perturbado un poco por nuestras preguntas, y que vale la pena perturbar el mundo con nuestras preguntas, que podemos encontrar respuestas interesantes. Si después de un mes no recuerdan el contenido de una lectura, bueno, será una pena, pero si recuerdan el hecho de que deben ser críticos y analíticos frente a nuevos problemas que encuentran, y saben encontrar la manera de hacerlo, ahí sí siento que he conseguido algo con ellos.

Por alguna razón empecé a pensar en esto, y recordé un pasaje de Kierkegaard que me gustó mucho la primera vez que lo leí, en Migajas filosóficas:

Desde la perspectiva socrática, cada punto de partida en el tiempo es eo ipso algo contingente, insignificante, una ocasión. El maestro tampoco es más que eso y, si se da a sí mismo o da su enseñanza de otra manera, entonces no sólo no la da, sino que la quita y, en ese caso, ni es amigo del discípulo ni muchísimo menos su maestro. Ésta es la profundidad del pensamiento socrático, ésta es la noble humanidad por él escrutada, sin entrar en mala ni vana compañía con las grandes cabezas, sino dando la impresión de hallarse íntimamente unido a un curtidor; por eso «pudo convencerse tan pronto de que la física no es cosa del hombre» y, por eso mismo, comenzó a filosofar sobre ética en los talleres y en las calles, aunque filosofó de modo absoluto, quienquiera que fuera aquel con quien hablaba.

Creo que lo que Kierkegaard intenta rescatar de Sócrates, que además guarda mucha similitud con otro texto, Sócrates y el concepto de ironía, es una forma de conocimiento que no es propiamente conceptual, o en todo caso, cuya enseñanza no es simple transmisión de información. No se trata de que, al enseñarte algo, tú tengas en tu cabeza los mismos contenidos que yo tengo en la mía. El aprendizaje, cuando se interioriza, tiene que ser él mismo apropiación del contenido, de la información: no es solamente un mismo contenido que se reproduce, sino una experiencia que es re-producida a partir de la experiencia del que aprende.

Pero en cambio, lo que estamos acostumbrados, industrial y linealmente, a hacer, es asegurarnos de que la mayor cantidad de gente pueda demostrar que los mismos contenidos han sido fielmente reproducidos en sus cabezas. Lo cual estaba muy bien, quizás, para la era industrial. Pero más allá del industrialismo, podemos pensar que aprender, y enseñar, y compartir información es más que eso. No es tanto la jerarquía del que sabe frente al que no sabe, sino más bien la colaboración del que tiene algo que compartir con otro que, socráticamente, aprovecha la ocasión, como diría Kierkegaard, para recorrer el mismo camino. Cuando queremos realmente enseñar algo, compartir algo, nos enfrentamos al desafío hanselgreteliano de dejar un camino de migas de pan para que el otro lo pueda seguir por sí mismo, no que nosotros le demos un mapa y le digamos que llegue a tal o cual destino.

Quizás, por algo parecido, algo por el estilo, es que escribo aquí, o que doy clases, o que intento compartir también algo que, por alguna razón, me termina pareciendo interesante.

La educación del futuro

En verdad, el título es demasiado pomposo y sumamente inexacto. Estoy pensando más en la «institución educativa del futuro», o más bien, en el «espacio educativo del futuro», y ni siquiera eso, sino algo como el «espacio de aprendizaje del futuro», que en verdad es en gran medida «el que deberíamos tener en el presente pero no lo tenemos».

Osea, finalmente, el título debería ser «el espacio de aprendizaje que deberíamos tener pero no tenemos», pero recién me di cuenta después de tipearlo, además de que es demasiado largo y muy poco marketero.

Es, además, algo sobre lo que de hecho debo haber escrito antes, porque el tema me interesa mucho. Principalmente porque en esta época estamos viendo la muerte, el colapso, o la transformación profunda de muchas instituciones que hemos asumido como dadas, casi como naturales y eso nos genera un altísimo grado de ansiedad. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Ahora quién podrá defendernos? Y claro, con esa ansiedad todo el pánico cultural de que toda nuestra sociedad y los valores se pierden y todo se va directo al hoyo y en fin.

Uno de los lugares donde se están dando muchas de las transformaciones más interesantes es, justamente, en el ámbito de la educación y de la manera en la cual nos organizamos para educar y aprender. Pero muchos de los cambios y nuevas necesidades que empiezan a emerger están pasando un poco desapercibidos y desaprovechados, lo cual es perfectamente comprensible pero al mismo tiempo es una oportunidad desperdiciada. Digo que es perfectamente comprensible porque las instituciones que tenemos para el tema de la educación son instituciones muy antiguas, como los sistemas de educación masiva que heredamos de la Ilustración (alfabetización universal como una consigna que, en la práctica, va también de la mano con una necesidad industrial de una fuerza de trabajo capaz de operar el aparato productivo) o centros de formación y conocimiento como las universidades, que son instituciones heredadas desde la Edad Media.

Pero ahora, hay tanta información circulando de tantas maneras, que en verdad estamos aprendiendo todo el tiempo, y mucho de este aprendizaje no está pasando por estas instituciones formalmente establecidas para canalizar el conocimiento y es, incluso, sistemáticamente excluido de este diseño institucional. Al mismo tiempo, el universo de organizaciones que trabajan y manejan el conocimiento se ha ampliado, de manera que los focos centrales que antes absorbían o monopolizaban esta actividad ya no lo son más, y nunca nadie les preguntó. ¿Qué ocurre con todo el conocimiento y las investigaciones que se realizan desde el sector privado? Enormes cantidades de información que se genera y que, en muchos casos, por generarse con propósitos comerciales o relaciones con intereses comerciales son descartados como «conocimiento válido» por no surgir de un «interés científico». Pero lo más interesante es, justamente, que cada vez más las organizaciones, incluyendo las empresas, están descubriendo la necesidad fundamental de gestionar mejor su información y su conocimiento interno y apalancarlo de tal manera que se convierta en un recurso de valor para sus actividades. Y cada vez más, también, diversas empresas reconocen que esto puede ocurrir directa o indirectamente: tiene sentido, entonces, financiar líneas de investigación aún cuando puedan no tener una utilidad rentable directa en el corto plazo, por la posibilidad y los beneficios que esto puede generar a largo plazo. Y esta es una práctica que podemos encontrar muchísimo, por ejemplo, con empresas tecnológicas, donde la posibilidad de adelantarse a las siguientes grandes transformaciones tendrá una enorme repercusión estratégica para su planificación.

Y eso es sin siquiera meternos en el enorme conjunto de problema que es pensar, por ejemplo, en los blogs. Enormes cantidades de información, de ideas interesantes, de discusiones a través de comentarios, respuestas, enlaces y demás. Pero para el establishment académico, nada de esto es, propiamente, un espacio de aprendizaje. Es decir, todo muy bonito, pero no está ni debería estar integrado en el proceso formativo, en la currícula, en la metodología, etc.

El asunto es que ahora descubrimos que aprendemos todo el tiempo, de maneras más o menos sistemáticas o estructuradas. Estamos rodeados todo el tiempo de información parcial e incompleta a partir de la cual tenemos que tomar decisiones que funcionarán mejor o peor, registrar los resultados de estas decisiones de manera que nos sirvan como referencia futura si nos encontramos en la misma situación. Así como el aprendizaje cambia también, por extensión, nuestras necesidades de un diseño institucional donde podamos contemplar todos estos más factores. Más aún, ni siquiera eso: un diseño que, simplemente, nos permita agregar y quitar factores relevantes según estos vayan cambiando. Una estructura polimórfica para la manera como nos organizamos para aprender, con la capacidad para interconectarse con otras estructuras similarmente polimórficas para el intercambio de información.

¿Tiene eso algo de sentido? Básicamente, tenemos que reconocer que, de hecho, existen ya espacios de intercambio de conocimiento con dinámicas mucho más flexibles que las que conocemos. Y que, al mismo tiempo, nuestros espacios educativos mantienen en alta estima la rigidez que, justamente, no les permite reconocer el valor de estos espacios. No es gratuito – de hecho, va de la mano con la idea de que hay un conocimiento verdadero, y que hemos confiado en estas instituciones la responsabilidad de protegerlo. Porque, de hecho, eso es lo que hemos hecho hasta ahora.

La pregunta es si estas instituciones – y estoy pensando principalmente en las universidades – serán las únicas, o las más importantes, en seguir haciendo esto en el futuro. La universidad de la era industrial es ciertamente una bestia muy diferente a la medieval: con un rol mucho más enfocado hacia alimentar el aparato productivo de una fuerza de trabajo capaz de administrarlo. Un aparato productivo, por supuesto, en gran medida industrial. Ahora que de a pocos (digo de a pocos porque en el Perú, casi nada) empezamos a movernos hacia un aparato productivo informacional, las necesidades de aprendizaje y educación cambian significativamente. Empezamos a necesitar gente que sea más efectiva en la generación y transformación del conocimiento, capaz de aprender rápidamente, procesar información, tener ideas nuevas, construir nuevos modelos y aplicarlo a casos particulares. Que es todo lo que no hacemos ahora: por ahora, nos satisfacemos con que los que aprenden sean capaces de absorber un conjunto de conocimientos establecido y estandarizado, y reproducirlo de manera exitosa. Es cierto que cada vez hay un mayor énfasis en la participación activa del que aprender, una relación mucho más personal y horizontal con el que enseña, y eso es un gran aporte. Sin embargo, a nivel organizacional, institucional, seguimos manteniendo en gran medida la misma rigidez respecto a todo el proceso de formación.

Sé que todo esto es un poco vago, así que lo dejo un poco abierto y a manera de pregunta. ¿Cómo serán las instituciones educativas del futuro? O mejor dicho, ¿cómo deberían ser los espacios de aprendizaje que deberíamos tener pero no tenemos? ¿Seguirán siendo las universidades, las bibliotecas, los colegios? ¿O será algo completamente nuevo para nosotros? ¿Cómo se conectarán en estos espacios los diferentes actores involucrados en la circulación del conocimiento? No lo sé, pero me parece un problema muy interesante para estar pensando ahora.

(re)Cursos

Este semestre estoy dictando dos cursos que puede que le resulten interesantes a las almas que deambulan por aquí. Especialmente, porque en ambos estoy haciendo un esfuerzo por construir recursos de información paralelos la curso en la web, que terminan siendo un recurso para mí también para seguir trabajando en el futuro.

En la UPC estoy dictando un curso de Sociología de la Comunicación, es decir, básicamente analizar y mapear los cambios sociales que han venido de la mano con el desarrollo de los medios de comunicación, especialmente en el último siglo. Como es comprensible, con un énfasis particular en el cambio de mentalidad que significa el paso hacia una sociedad informacional (como preferiría llamarla Castells) y la manera como ese tránsito nos está obligando a reconceptuar una serie de categorías que hemos solido interpretar de manera casi natural. El curso pretende ser un ejercicio histórico y comparativo, además de que pretende también formular un marco teórico medianamente sólido para poder tener una perspectiva del cambio mediático, el cambio tecnológico y el cambio social que resulte un poco menos ingenua. Lo chévere es que para este curso estoy armando un wiki con las notas de cada sesión, vinculándolas con los textos, agregando recursos como videos, enlaces, bibliografía complementaria, y además utilizándolo como el canal oficial para toda la información vinculada al curso. Es un trabajo bastante interesante de curación de la información que termina, además, dejando un recurso reusable que se va completando y perfeccionando con el tiempo (de hecho, lo vengo ampliando desde que dicté el curso el semestre anterior).

En la PUCP, estoy como jefe de prácticas del curso de Temas de Filosofía Moderna de Víctor Krebs. Con Víctor y el equipo de JPs (Daniel Luna y Raúl Zegarra) hemos rediseñado el curso que ya habíamos dictado hace un tiempo, renovando las lecturas e introduciendo varios autores que antes no habíamos tenido oportunidad de explorar en tanto detalle (autores como Pascal, Hobbes, Rousseau, Locke, por ejemplo) que se suman a los autores que trabajábamos antes, pero que ahora estamos intentando renovar un poco (Descartes, Kant, Marx, Kierkegaard, Nietzsche). El enfoque que queremos darle al curso, además, es intentando no sólo aproximarnos a los problemas, autores, y textos, entendiéndolos en su contexto, pero tratando también de entender cómo esos problemas se reflejan en nuestras construcciones culturales de la actualidad o en problemas que siguen abiertos en la contemporaneidad. Y, la herramienta que estamos usando en este caso es un blog del curso, que utilizamos no sólo para circular información metodológica sino también para ampliar y complementar lo que vamos discutiendo en las clases y las prácticas. Es como un anexo donde agregar más información, complementar con ejemplos y otros recursos, y donde se puede, además, ir armando una conversación permanente con los alumnos interesados. El último fin de semana, por ejemplo, colgué un post sobre el experimento conceptual del cerebro en la batea y la relación que tiene con el argumento cartesiano sobre la existencia de la realidad sensible.

Todo esto es, por supuesto, trabajo en progreso y muy experimental, viendo qué tal funciona el asunto. Pero quizás estos recursos le sean de interés a alguien. Es interesante, además, de que no se necesita ningún tipo de gran infraestructura para habilitar nada parecido – básicamente, cualquier interesado en armar algo así para un curso puede encontrar herramientas perfectamente funcionales y sencillas de usar en la web. Y, además, gratuitas: para el wiki, utilizo PBWorks que me funciona bastante bien (y es más sencillo de usar que MediaWiki), y para el blog utilizamos WordPress.com. Así que es muy fácil replicar experimentos similares.

Universidades 2.0

Últimamente he notado una tendencia un poco confusa. Universidad que, imagino como parte de su estrategia de marketing, empiezan a aparecer en diferentes redes y medios sociales con información institucional. Gran parte de esta información, además, está orientada específicamente al sector de los postulantes, jóvenes en sus últimos años de educación secundaria que empiezan a buscar un poco confundidamente más información sobre la manera como piensan dedicar, por lo menos, los próximos cinco años de su vida (incluso haciéndome el loco de la perversa presión que significa pedirle a alguien de 16 o 17 años que decida lo que quiere hacer el resto de su vida).

He visto tres casos últimamente de esto. El primero es uno que ya comenté hace un tiempo, el sitio de carreras con futuro de la Universidad San Martín de Porres, que pretende brindar información a los jóvenes respecto a las carreras que tendrán mayor valor y demanda en el futuro y delinear el nuevo panorama de tendencias laborales y profesionales. Luego de ello, pasan a ofrecer su colección de carreras bastante tradicionales y con descripciones de sus perfiles que resultan plenamente familiares.

Pero no son los únicos. Hace un rato me enteré, a través del Twitter de la Universidad del Pacífico, que tenían un grupo en Facebook para los postulantes a la UP. El objetivo, según la descripción del grupo, es brindar mayor información sobre la UP y sus actividades a los interesados en postular – el grupo tiene en este momento 395 miembros. Por otro lado, aunque menos orientados a capturar nuevos postulantes, la PUCP también ha abierto su cuenta en Twitter destinada, mayormente, a promocionar noticias institucionales y actividades internas. En general, la interacción de @pucp me parece un poco más fluida y flexible, pero claro, tengo que confesar mi propio sesgo siendo egresado de allí.

Viendo todo esto se me ocurrieron dos cosas. La primera de ellas es preguntarme si esto, realmente, ayuda a los postulantes a tomar mejores decisiones respecto a sus carreras, o si más bien, como parte de la avalancha de información que ya reciben normalmente, esto les complica aún más el proceso de tomar una decisión desmesuradamente relevante. ¿A dónde puede ir el postulante que quiera revisar información que no esté filtrada por la visión de marketing de alguna de estas universidades? ¿Qué recursos están brindando estas mismas universidades para comparar, contrastar, evaluar más profundamente la información que se genera a través de estos medios? Es cierto que uno podría decir que eso iría contra el interés de las mismas universidades, pero es el tipo de recursos que van con toda la «onda 2.0» que parecen querer transmitir. Para reflejar plenamente esta lógica, sus presencias en la web deberían funcionar menos como un jardín amurallado dentro del cual te bombardeo con información publicitaria, y más como un recurso que verdaderamente me permita, como postulante, evaluar mejor la información y sentirme más cómodo en tomar una decisión que es realmente angustiante. Me parece que, al menos en estos casos, esa opción realmente no existe.

Lo segundo es un poco más de fondo y más amplio, también. Y es que, una vez ingresados a cualquiera de estas universidades, ¿qué se encontrarán los alumnos? De lo que es mi experiencia, aunque la PUCP ha recorrido un camino enorme con una significativa iniciativa institucional para volver más «2.0», la universidad sigue siendo en gran medida una institución casi medieval, muy tradicional y formalista en su enfoque y gestión. Muchos de los cursos y contenidos siguen este mismo patrón, y lo contrario o lo diferente resulta ser la excepción. Entonces, lo que terminamos teniendo son universidades que se maquillan como muy progres, muy 2.0, muy futuristas, pero que después de la fachada publicitaria son realmente lo mismo que vienen siendo hace ya muchos años.

El problema es grave porque juega con las expectativas de las nuevas generaciones que ingresan al sistema educativo superior para desencantarse, una vez más, y pasar por 5 años de nihilismo para luego trabajar en algo. La universidad ha pasado a ser una experiencia gratificante y personalmente significativa, quizás, en la minoría de los casos, lo cual es terrible. Y el que nuevas generaciones empiecen a llegar a la universidad ya formadas y versadas en el uso de herramientas web para gestionar su propia información significa un desafío enorme para las universidades como instituciones generadores y difusoras del conocimiento. La cosa, me parece, es tan complicada como para preguntarnos cuál es la vigencia o validez de las universidades hoy en día. No porque pretenda demolerlas o volverlas obsoletas; sino porque, como instituciones medievales que son y por la función que cumplen y la manera como lo hacen, bien podrían quedar contradictoriamente reñidas con la lógica social del mundo «2.0», o mejor dicho, de los cambios culturales que están generando las nuevas tecnologías. Allí donde la universidad depende de cerrar y proteger espacios, el conocimiento en las nuevas tecnologías se beneficia de abrir y ampliar el espectro. No necesariamente ambas cosas deben poder reconciliarse, pero quizás sí sea posible pensar en algún tipo de hibridación entre una forma tradicional y una forma nueva – que es, finalmente, la manera como hemos venido construyendo nuestra cultura durante cientos de años. ¿Qué sería, entonces, esta forma hibridada? ¿Qué sentido y qué consecuencias tiene que estas universidades se quieren vender como tan innovadoramente tecnológicas?

Atando cabos

En los últimos días he venido publicando en partes un gran resumen de varias ideas que he tenido oportunidad de trabajar en las últimas semanas en clase. Son ideas muy sueltas y esquemáticas y que ameritan mucha mayor discusión y elaboración, pero quería hacer algún tipo de sistematización para poder empezar a trazar más conexiones. Se trata de un muy rápido catálogo de las diferentes transformaciones que están operando sobre nuestros procesos sociales a partir del rápido cambio tecnológico que experimentamos desde el siglo XX, y que estamos experimentando desde la manera como concebimos al mundo hasta cómo organizamos la economía y la política. A manera de resumen, aquí un pequeño «índice» de la cuestión:

  1. Extensiones de nuestros sentidos. Una introducción para dar un poco de marco al asunto a partir de Marshall McLuhan.
  2. La construcción de la cultura. Un breve repaso a los cambios en la cultura de masas a partir de la tecnología del siglo XX.
  3. Reordenando el mundo. Epistemologías para el mundo digital, o repensar cómo pensamos.
  4. Personalidades múltiples. La expresión de la identidad en la vida globalizada.
  5. Una nueva lógica de participación. La nueva economía y los nuevos espacios de organización de la acción colectiva.
  6. Atando cabos (este post). Algunas conclusiones generales.

No es, de ninguna manera, un recuento exhaustivo de todo lo que se podría decir. Es, en el mejor de los casos, un punto de partida que busca rescatar, sobre todo, que para entender mejor estos problemas debemos hacer un esfuerzo particular por no pensar lo nuevo a partir de las categorías de lo viejo, y eso es mucho más complicado de lo que suena. Dice Clay Shirky que es recién cuando la tecnología se vuelve tecnológicamente aburrida que se empieza a poner socialmente interesante: que un montón de chicos universitarios empiecen a experimentar con redes sociales no tiene nada de espectacular, pero cuando el público de crecimiento más rápido empiezan a ser los adultos por encima de los 40 años la dinámica social se vuelve mucho más compleja. Es decir que los efectos sociales de las tecnologías que estamos viviendo hoy aún deben asentarse en nuestro imaginario para poder entenderlos plenamente.

Pero una idea central que hay que rescatar aquí es la idea del desafío que esto nos plantea como cultura. No estamos, y eso resulta ya bastante claro, en una posición en la cual podemos decir «no, gracias» a toda esta transformación y volver a la manera como nos organizábamos y comportábamos antes. Simplemente ya no es una opción. Y al mismo tiempo empiezan a surgir preguntas bizarras: ¿a qué edad es pertinente que un niño tenga un perfil en Facebook? ¿A qué edad y quién y cómo les enseñamos a hacer un mejor uso de todas estas tecnología sociales? ¿Queremos formarlos como consumidores, como productores, tiene sentido incluso hacer la referencia? ¿Cómo es transformador, en el sentido más amplio, formar una nueva generación consciente de su capacidad de producir y de las implicancias de esa capacidad?

Este desafío es, también, que tenemos que recorrer la delgada línea que separa la fe ciega en la tecnología de la resistencia necia hacia sus efectos, sabiendo que ni uno ni otro polo tendrá un modelo que nos sea efectivo. La tecnología no se va a ir; pero tampoco está aquí para solucionar todos nuestros problemas. De hecho, en el camino va a causarnos varios problemas más, y se me ocurren dos que son enormes. Primero, que toda esta gran promesa tecnológica ha venido de la mano de un costo enorme para nuesta supervivencia como especie: el producir todo este mundo de plástico ha significado que no es reciclable, y que la misma lógica que nos ha permitido hacer todo lo que ahora podemos hacer, es la misma lógica que nos está llevando cada vez más rápido al camino de la extinción.

El segundo problema está relacionado. Y es que, al mismo tiempo, toda esta gran promesa tecnológica ha dejado excluido a un enorme porcentaje de la población de este planeta – y además, en gran medida, su crecimiento depende de que este enorme sector excluido se lleve la peor parte del uso y el consumo de aparatos y procesos que nunca aprenderán a utilizar y de los que nunca conocerán beneficios. El gran «desarrollo» de la humanidad ha venido con el costo de considerar «prescindible» a buena parte de la misma. Al mismo tiempo, la brecha que separa a los excluidos de los incluidos se sigue ensanchando cada vez más: a la separación de la alfabetización, ahora se agrega no sólo la alfabetización informática, sino en la era de los medios participativos también la alfabetización mediática, y nuevos subconjuntos de alfabetización siguen apareciendo todo el tiempo para los cuales ni siquiera tenemos idea cómo responder.

Visto gruesamente, si alguna idea general quiero desprender de todo esto es que necesitamos de una nueva lógica para comprender el proceso tecnológico en su dimensión más amplia, como un proceso social a través del cual estamos virtiendo nuestra cultura. La tecnología ya no es más, solamente, aparatos que están allí afuera para responder a nuestra voluntad, sino que son en gran medida la forma de nuestra voluntad, la delimitación del espectro posible de lo que podemos querer. Nuestra capacidad para responder efectivamente a este desafío sin extinguirnos pasará por nuestra capacidad para aprender a coexistir con estas extensiones de nosotros mismos de una manera no ingenua, de una manera que reconozca las singularidades de la época en la que vivimos sin entenderlas como versiones radicales de aquello que ya hemos conocido. Sirva, quizás, esto como un segundo apunte de que tenemos que pensar un poco más en alguna forma de tecnoexistencialismo: la comprensión de nuestra existencia que derivamos a través de y en la tecnología, como la posibilidad de imaginarnos futuros posibles y plantearnos la manera como llegar a ellos.

Tecnoexistencialismo

La tecnología debería ayudarnos a entender mejor nuestra propia existencia, idealmente.

Claro, estamos muy lejos de eso. De hecho, por ahora, nos la complica bastante – nos simplifica muchas cosas, hace que algunas tareas sean más fáciles, que podamos conectarnos más y mejor con más personas. Permite e inaugura un montón de cosas. Pero no sabemos realmente para qué.

Y es que, aunque nuestros aparatos suelen venir con manuales, la tecnología de por sí no lo hace. Como tampoco lo hace la existencia. Así que estamos un poco perdidos tratando de entender ambos.

Así que, idealmente, deberíamos llegar a un punto donde la tecnología nos permite sentirnos más cómodos con quienes somos. No que por eso deje de desafiarnos, claro, pero que no sea ajena a nosotros, que no sea una perversión. Pero no, ni yo mismo sé bien qué significa eso.

Reordenando el mundo

Mientras nuestros canales de información era limitados, había una serie de supuestos que estábamos limitados a tener sobre la información. Pero estos supuestos sobre la información, y sobre el conocimiento, se encuentran inevitablemente limitados por la manera en la que hemos ordenado la información la mayor parte de nuestra existencia, que está, a su vez, limitada por el espacio físico.

Categorías

Desde las primeras bibliotecas medievales se encontró la necesidad de ordenar los manuscritos que se tenían de alguna manera que tuviera sentido, y que nos permitiera encontrar la información de la manera más fácil posible. De allí se desprendió que, durante mucho tiempo, se dieran discusiones interminables sobre cómo estaba mejor organizado el árbol del conocimiento: básicamente buscando capturar en él la estructura misma de la realidad, para replicar siguiendo la misma estructura nuestro conocimiento sobre la realidad. Por una cuestión de espacio, una biblioteca no podía tener todos los objetos ordenados de más de una manera, pues eso habría sido poco eficiente: de tal manera que el orden escogido tenía que ser el más verdadero. Las categorías que usáramos en ese orden eran, por extensión, las categorías mismas de la realidad, y asignamos a cada una de esas categorías diferentes guardianes que distingan entre lo válido y lo inválido, lo verdadero y lo falso, lo que era conocimiento y lo que no.

Así, sólo podía existir un sólo ordenamiento verdadero de la realidad. Una sola verdad, a la cual podríamos acceder si seguíamos el método correcto. Pero lo que esta idea velaba era, primero, que optábamos por un sólo ordenamiento por un tema de limitaciones de espacio. Segundo, que ese único ordenamiento no era “natural”, sino que era una construcción humana, falible y por lo mismo, cuestionable y mejorable.

Cuando aplicamos la misma lógica del texto a la manera como operaban medios como la radio y la televisión, reprodujimos la misma estructura básica sobre el ordenamiento del mundo: lo verdadero y lo falso, los acertados y los equivocados. Conforme el alcance de los medios se ampliaba, el poder de los guardianes se hacía también cada vez más grande, así como la percepción de que, por lo mismo, los medios cumplían la función social de informar a sus consumidores respecto a lo que era la información verdadera. Y de hecho, durante mucho tiempo, profesiones como el periodismo han mantenido la idea de que su labor es reportar la verdad, que pueden tener acceso a las cosas como realmente son y comunicar eso, desprejuiciada y objetivamente, a los espectadores que no están bien enterados de lo que está pasando. Parte de esta noción es la que podemos ver en la película Buenas noches y buena suerte:

Pero aquí, podemos ya empezar a atar cabos. Porque, primero, habíamos visto que la idea de un único ordenamiento del mundo – de una única verdad – derivaba de una limitación física para ordenar la información, que además debía ser preservada y protegida. Sin embargo, si como hemos visto, la introducción de la tecnología digital construye un modelo participativo para la construcción de la cultura, ¿dónde queda entonces el ordenamiento único del mundo?

El asunto es que ya no lo necesitamos, pues cuando dejamos de hablar de átomos para empezar a hablar de bits, las limitaciones que se aplicaban en el mundo físico dejan de tener validez. Cuando la información está distribuida en bases de datos en lugar de estantes, puedo ordenarla de múltiples maneras sin verme limitado por la cantidad de espacio disponible. La diferencia entre uno y otro modelo es la misma diferencia entre ordenar tu correo electrónico en Hotmail o en Gmail – con carpetas o con etiquetas: bajo la primera figura, puedo guardar un correo bajo una, y sólo una categoría. Si tengo categorías para “familia” y “amigos”, un correo de mi primo con copia a un amigo sólo puede ir en una de las categorías, lo cual no es tan efectivo. Con etiquetas, en cambio, puedo marcar el correo bajo ambas posibilidades y encontrarlo buscando desde cualquiera de los puntos de vista. Y puedo construir taxonomías que respondan a múltiples necesidades y propósitos, en múltiples contextos. En otras palabras, puedo dejar de lado los supuestos que aplicaba a la información en el mundo físico, y entonces, como señala David Weinberger, “todo es misceláneo”:

¿Y ahora quién se encarga de ordenar esto?

El problema es que la consecuencia inevitablemente nos da un poco de miedo. Porque significa, básicamente, reconocer que todo punto de vista se da siempre desde alguna posición, en mayor o menor medida, parcializada. Significa que no podemos confiar nunca en los medios plenamente, ni siquiera cuando dicen reportar la verdad y los hechos, porque la manera como ordenan la información responde a una serie de variables contextuales, sociales, económicas, políticas, culturales, incluso psicológicas, que intervienen desde las categorías mismas en las que procesamos la información. Es la manera como hemos aprendido a aprender, los filtros que hemos construido para que la gran maraña bizarra que es el mundo tenga algún tipo de sentido interpretable. Hemos vivido por mucho tiempo acostumbrados a que alguien más, las personas con acceso a la información, se encarguen de filtrar y darle sentido al mundo por nosotros. Pero hoy día, nosotros mismos podemos tener acceso a múltiples fuentes de información, que muestran múltiples puntos de vista. Entonces, ¿a cuál debemos darle la razón?

La respuesta decepcionante es que, a ninguno. Porque ahora podemos entender una serie de cosas nuevas sobre la información y el conocimiento. Y ninguna de las fuentes tendrá la información completa ni el acceso a una supuesta verdad de los hechos. Si no podemos confiar plenamente en lo que recibimos de los medios, y nosotros mismos tenemos acceso a múltiples fuentes de información, eso nos pone a nosotros en la posición de no ser consumidores pasivos de lo que vemos, sino que somos capaces de filtrar, comparar, y discernir nosotros mismos, qué información es mejor que otra, cómo se comparan las fuentes, y demás. Pero no estamos acostumbrados a hacerlo, y es más, probablemente no lo queremos hacer. Y nadie nos vino a preguntar.

Pero eso no quita, igual, que nos encontremos en esta posición. Nuestro rol como consumidores de información ha cambiado: no somos sólo lectores o espectadores, sino que podemos también responder, podemos procesar, criticar, agregar la información de diferentes maneras para formular y comunicar nuestro propio punto de vista. Ésta es la figura del prosumidor, del productor/consumidor, cuyo consumo es transformador de lo consumido. Asumimos múltiples roles en la manera como nos comportamos frente a las fuentes de información. Alcanzar algún tipo de verdad se vuelve menos importante que el proceso mismo por el cual le damos sentido a la información del mundo que nos rodea.

Y esto alcanza múltiples niveles de la manera como formulamos conocimiento.

Inteligencia colectiva

La autoridad respecto al conocimiento, por todo esto, ya no proviene de las mismas fuentes. Porque lo que podemos entender como conocimiento ha variado: de entenderlo como un producto dotado de ciertas propiedades especiales, a entenderlo como un proceso marcado por una serie de características peculiares. La diferencia entre Britannica y Wikipedia ilustra aún más esta distinción: Britannica se concentra en que cada edición sea lo más acertada y fidedigna que sea posible. Wikipedia, al no tener ediciones, es un recurso en constante evolución donde el conocimiento no sólo está en sus páginas, sino también en sus interacciones y en sus foros de discusión.

Y esto es importante, por lo siguiente: en la inmensa marea informativa que nos abruma cada vez más horriblemente, es imprescindible desarrollar estrategias que nos permitan darle sentido a cantidades de información y conocimiento vastamente mayores que nuestra propia capacidad para procesarla toda. De allí que contextos como Wikipedia sean un ejemplo de la manera como se articulan inteligencias colectivas, o lo que es lo mismo, reconocer que la inteligencia y el conocimiento no son producto de la simple brillantez de una persona, sino que el conocimiento surge de las interacciones.

Cada vez más, y sobre todo en línea, participamos de contextos y comunidades en las que estamos permanentemente intercambiando información, recomendaciones, opiniones, y las referencias de las personas con las que interactúo me sirven como los filtros a partir de los cuales empiezo a moldear la información que consumo e intercambio. Lo cual hace que, también, cada vez más el conocimiento fluya por caminos que no necesariamente son los formales, o los que hemos conocido usualmente, sino que se formula en todos aquello lugares en los que hay interacción entre personas.

Esto plantea un desafío enorme – porque no estamos preparados aún para concebir así el flujo de información. Lo digo en el sentido de que no nos concentramos en desarrollar las habilidades, los criterios, la alfabetización mediática que nos permita asumir las responsabilidades que este proceso prácticamente nos impone. Lo cual quiere decir, también, que mucho de la manera como estamos orientando la educación no va por el mismo camino de la manera como las redes sociales de intercambio de información están desarrollando habilidades, especialmente en los jóvenes:

Este cambio nuclear en la manera como construimos conocimiento, y esta nueva necesidad por nuevas habilidades, tiene ramificaciones por todos lados. Se abre la puerta a la multiplicidad de perspectivas a todo aquello que antes era unitario. Y eso tiene también efectos psicológicos en la manera como construimos nuestras identidades y las presentamos a los demás en diferentes contextos. Así como no manejamos una sola idea de cómo es el mundo, no manejamos una sola idea de quiénes somos nosotros mismos.