Política-buffet y activistas digitales (Parte 1)

La semana pasada que escribí sobre la arquitectura de la participación, recibí muy buenos comentarios de parte de Jorge Meneses y Daniel Luna que me han ayudado mucho a esclarecer varios puntos flojos y precisar varios cabos sueltos. Mi experiencia hace un par de días de observar un poco más en la práctica cómo se configura la participación en diferentes espacios y todos los problemas que eso trae también ha sido material interesante, así como muchas de las historias que hemos escuchado en las últimas semanas: Bagua, Irán, Guatemala, y ahora también Honduras, escenarios de tensión política en torno a los cuales hemos visto aparecer, como mediana novedad, la presencia de nuevas tecnologías utilizadas como herramientas para la coordinación espontánea de grupos que adquieren un carácter político.

Revisitando brevemente el argumento como lo formulé antes: la idea básica es que las herramientas tecnológicas, en la medida en que han transformado los costos de transacción asociados a formar diferentes tipo de organizaciones, han inaugurado la posibilidad de que nos sea mucho más fácil que antes vincularnos y agruparnos con otras persona que compartan nuestros mismos intereses, más allá de los límites de nuestra localidad inmediata. La idea, claro, no es mía, sino que es la base de la que parte el buen Clay Shirky en su libro, Here Comes Everybody. Los costos se vuelven tan bajos que podemos hacer espacio para todo tipo de grupos, sin necesidad de priorizar cuáles son los más importantes, lo cual genera una explosión de contenidos; al mismo tiempo, empezamos a asumir roles cada vez más flexibles a medida que vamos saltando de grupo en grupo. Aunque puedo ser el organizador y coordinador en uno, puedo simplemente ser un lector u opinar de vez en cuando en otro, y así sucesivamente. La construcción de nuestra identidad se vuelve un proceso flexible en el que nos adecuamos a diferentes roles, en lugar de llevar una misma identidad a todos los contextos en los que participamos.

La segunda parte del argumento se desprende de lo anterior. Conforme una parte cada vez mayor de nuestras vidas cotidianas se empieza a llevar de esta manera, empezamos a acostumbrarnos a una serie de habilidades y competencias propias del comportamiento en grupos. La instancia más básica de este comportamiento es el compartir, que puede crecer hasta la cooperación y la colaboración. En otras palabras, nos acostumbramos a que sea algo cotidiano velar por los intereses de un grupo en el camino a construir productos, referentes y lenguajes comunes. La parte más interesante es que esta dinámica se traduce fácilmente entre grupos construidos a partir de la misma cultura; es decir, que estas habilidades que desarrollamos son habilidades transferibles que no están limitadas por los conocimientos particulares de una comunidad. Son estas habilidades transferibles las que ayudan a movilizar a individuos aislados y articularlos en torno a todo tipo de grupos, y que, potencialmente, ese convierten en habilidades que pueden también movilizarse con una intención política.

Esto no quiere decir que sean muy buenos candidatos para ser reclutados por un partido, por sus grandes dotes organizacionales. Sus habilidades son potencialmente políticas en la medida en que los intereses que de por sí ya los agrupen, se intersectan con el plano de lo político de tal manera que se convierten en activistas. El caso de la propiedad intelectual es un buen ejemplo: las personas que se encontraron apoyando la causa lo hacían en gran medida porque, en la persecusión de sus propios intereses, se chocaron con una barrera legal y jurídica que requería de un esfuerzo más grande para poder cambiar. De esa manera, encontraron naturalmente que las habilidades que habían desarrollado en el intercambio con sus propias comunidades en línea eran igualmente útiles al aplicarse a la promoción de un contenido diferente.

Por ilustrarlo utilizando otro ejemplo, que ha sido muy estudiado en los últimos meses: la manera como la campaña de Barack Obama aprovechó los medios sociales para difundir su mensaje y movilizar, sobre todo a los jóvenes, a votar. Recuerdo haber mencionado después de las elecciones que era un error pensar que Obama supo juntar sus antecedentes como organizador de comunidades con la tecnología social: era, más bien, que lo primero justamente explicaba y daba pie a lo segundo. El gran logro de la campaña – cuyo antecedente conceptual importante es la campaña demócrata de Howard Dean en el 2004 – fue que simplificó enormemente el costo de transacción que implicaba reorientar las mismas habilidades transferibles a los objetivos de la campaña. Y aunque uno estaría tentado a pensar que esto sólo ocurre desde un lado del espectro político, creo que el gran logro de la campaña de Obama es que su movilización de la ciudadanía subvierte la ideologización tradicional: la significación de su campaña ha hecho que incluso sus opositores encuentren necesario volverse, forzosamente, hasta cierto punto activistas para defender sus intereses en el nuevo panorama político. Lo que empieza a aparecer no es tanto que las masas están, efectivamente, movilizadas políticamente. Lo singular del fenómeno es que cada vez más personas se encuentran en la posición en que pueden, de maneras mucho más sencillas, vincularse a acciones colectivas e incluso iniciarlas allí donde sienten que deben defender, respaldar o promover sus propios intereses.

Hasta aquí, en realidad, la «breve» recapitulación del argumento sobre la arquitectura de la participación: ésta es la estructura sobre la cual se está reconfigurando la actividad política y la acción colectiva. Pero entonces, consecuentemente, el panorama político pasa a significarse de manera diferente, también.

En primer lugar, porque el espectro de los intereses se ha ampliado considerablemente. Aquí tenemos, de nuevo, la economía de la larga cola de la que habla Chris Anderson: cuando antes, por las limitaciones estructurales de los contenidos que podían difundirse masivamente, sólo podíamos tener acceso a un subconjunto restringido de intereses políticos – canalizados y agrupados por partidos de masas -, el cambio en esa misma estructura hace que no estemos necesariamente limitados en nuestros intereses por aquellos que dominan la agenda pública porque involucran a más gente. Es decir, no sólo pueden interesarme más temas que aquellos que son explícitamente tratados, sino que pueden interesarme más posiciones que las que son explícitamente reconocidas. De nuevo, el ejemplo de la problemática de propiedad intelectual es ilustrativo: lejos de ser un tema que convoque el interés de grandes mayorías, es, sin embargo, un tema de gran importancia para una comunidad muy articulada y organizada a nivel global. Los intereses posibles con crecientemente más específicos y granulares: aunque se trate de un tema que sólo es relevante para unos pocos cientos o decenas de personas, es lo suficientemente relevante para ellos que encuentran la necesidad y el incentivo (y el medio) para organizarse.

El resultado neto de este giro es que la unidad granular en torno a la cual se juega la política, cambia. La política ya no se centraliza en torno a las posiciones articuladas de partidos políticos que agrupan diferentes paquetes de intereses dentro de una cierta consistencia interna para negociarlos a gran escala con otros partidos que hacen lo mismo. El rol que cumplen los partidos se ve cuestionado, porque la articulación de las energías de los ciudadanos se concentra en torno a temas que son personalmente mucho más relevantes, aunque colectivamente resulten menos negociables. La política, como tantas otras dimensiones de nuestra vida social, se buffetiza. Es decir, ya no tengo que estar de acuerdo con todo lo que diga el partido A o el partido B, o mejor dicho, no tengo que resignarme a dar mi apoyo a uno u otro partido a pesar de las desavenencias en uno u otro tema, sino que puedo, más bien, configurar mis preferencias políticas de la manera que mejor se ajuste a mis preferencias. En ese contexto, los partidos políticos pierden aún más legitimidad – los clásicos partidos catch-all propios de la cultura de masas simplemente se vuelven incapaces de brindar la misma relevancia que otras formas de organización política ofrecen.

4 comentarios sobre “Política-buffet y activistas digitales (Parte 1)

  1. Esperaré a la segunda entrega antes de comentar en detalle. Me gusta mucho cómo enfocas la crisis de los partidos de masas. Sin embargo, ¿Eso significaría que sería mejor un parlamento sin partidos? Es complicado pensar en cuáles deberían ser las nuevas unidades que conformen un parlamento. Tienes candidatos independientes y, a mi juicio, eso no trae tan buenos frutos como partidos institucionalizados sin caudillismo.

    Claro, la pregunta es si debemos aspirar a tener un sistema de partidos europeo o norteamericano, o si más bien, en el espíritu de la crítica de Marx a Hegel, debemos hacer un salto de siglos para ponernos al día. Porque regresamos al mismo impasse: los partidos catch-all pueden no satisfacer los intereses fragmentados y dispersos de un «ciudadano contemporáneo». Sin embargo, cuánta gente en nuestro país tiene un soporte material suficiente para ser parte de esas «comunidades emancipadas», donde uno participa en el foro por la mañana, twittea por la tarde y revisa su mail en la noche. O mejor: hace todo al mismo tiempo, y, quién sabe si, en el mismo sentido.

    No digo que EEUU no tenga pobres, pero quizá tiene más gente con acceso al canal de youtube de la casa blanca o al twitter de Obama.

    De ahí que los partidos parezcan ser una canalización necesaria.

  2. Dos comentarios rápidos que no son una respuesta completa.

    1. Algo que surgió hoy en clase. No, no quiero decir que nuevas formas de acción colectiva reemplacen o desplacen a las formas existentes. Creo que se aplica la misma lógica de hibridación o convergencia que ocurre con el cambio mediático: las nuevas formas desafían y obligan a las viejas formas a recontextualizarse y redefinirse, a reconquistar su especificidad. Se alcanza en lo político una suerte de convergencia entre múltiples lenguajes.

    2. Aunque no es un contraargumento, considero también que las formas existentes -nominalmente partidos- son grandemente ineficientes para, ellos mismos, alcanzar a enormes sectores marginados. Llevar polos y cocinas a gas antes de las elecciones difícilmente es inclusión y participación. Esto no es un punto a favor de nuevos modelos, sólo uno en contra de los existentes. (Personalmente, creo que esto se debe localmente a lo que señalo en uno de los posts enlazados, que nunca hemos hecho propiamente una apropiación de la idea de partido político.)

    Lo que sí, creo, puede ser un punto a favor, es que las formas de organización alimentadas con nuevas tecnologías pueden tener un mayor alcance y dinámica de manera más accesible. Pero obviamente que para eso se requiere implementar infraestructura tanto técnica como social – un proceso que en sí mismo sería transformador.

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