Luego de las elecciones del último domingo y de las múltiples complicaciones que han aparecido durante el escrutinio y el anuncio de los resultados (cuya versión final aún desconocemos), mucho se ha dicho también respecto al voto electrónico. Lo cual me sorprende y me preocupa al mismo.
Me sorprende porque habría esperado que, a pesar de todo, las opiniones generalizadas estarían mucho menos a favor de implantar este tipo de mecanismos en el Perú. En general, dado que el grado de penetración de diferentes tecnologías digitales sigue siendo relativamente bajo, uno supondría que habría de por medio mayor desconfianza de parte del público. Pero, sobre todo, quizás los que más se opondrían serían los sectores del establishment político, sobre todo dentro de los partidos (no todos ellos, ni todos dentro de ellos, claro), que verían en esto la pérdida de la posibilidad de hacer jugadas en mesa que alteren los resultados electorales. No es que el fraude en votaciones electrónica sea imposible, ni que no puedan suceder irregularidades, pero con un sistema bien diseñado se tienen muchos menos puntos en la cadena del proceso electoral donde las cosas podrían fallar, y por lo mismo, muchos menos puntos donde personeros puedan esgrimir diferentes tipos de leyes y reglamentos que afecten el resultado final.
Pero me preocupa también porque no es algo que deba tomarse a la ligera ni implementarse en un sólo intento. Un sistema que maneje algo tan sensible como una votación nacional debe probarse y probarse hasta que todos estén satisfechos y, sobre todo, hasta que tengamos claramente articuladas las garantías del proceso. De ser mal implementado, lo que tendremos más bien será una caja negra donde entran votos y salen resultados y nadie entiende bien qué pasa, y las complicaciones de esto las hemos visto repetidamente en diferentes procesos electorales en Estados Unidos donde, además, hay todo un tema oscuro respecto a los contratos gubernamentales con los proveedores de los sistemas y las máquinas de votación (Diebold es quizás el proveedor de cajas electorales oscuras del cual más se ha hablado en los últimos años).
Aunque mucho se puede (y se debe) discutir al respecto, quiero mencionar solamente tres nociones que me parecen fundamentales para asegurar la transparencia e integridad del voto electrónico:
1. Rastro de papel. También conocido como el «paper trail», sirve como un mecanismo de respaldo en caso algo ocurriera con los resultados digitales. Simplemente, por cada voto emitido en las terminales digitales, se imprime un comprobante indicando la preferencia del votante. Los comprobantes se preservan y sólo se utilizan como una medida de comprobación: si los votos de una mesa o de un terminal son cuestionados, puede hacerse un conteo manual de los comprobantes en papel para verificarlos. Asimismo, puede tomarse una muestra aleatoria de terminales y revisarse su rastro de papel para garantizar el funcionamiento adecuado del sistema. Es cierto, seguimos matando árboles, pero son menos árboles y además, ya no son centrales al proceso de conteo de votos.
2. Código abierto. Esto es quizás mucho más polémico. El código que corre en los terminales de votación debe ser abierto y de libre revisión por cualquier ciudadano. Esto permite garantizar que se puedan encontrar y eliminar vacíos y problemas en el programa antes de ser ejecutado en las elecciones. De otro modo, y de manera similar a como ocurre ahora, no tenemos manera de saber qué es lo que ocurre, realmente, durante el proceso de conteo. Poder ver el código nos permite ver directamente cómo es que la máquina registra y procesa cada voto. La integridad del programa puede garantizarse asegurando que la versión compilada que ejecutan los terminales posee el mismo hash que las versiones compiladas por observadores y personeros – el hash es un código alfanumérico que sirve como la firma de un archivo digital. Si cualquier parte del archivo cambia, el hash también. Esto garantiza que todos los actores utilizan el mismo código.
3. Personeros técnicos. Ésta es una de esas cosas que me parece que consiguen equilibrar un poco la mesa de juego entre fuerzas políticas grandes y chicas. Dado que todos los terminales corren el mismo código verificado, esto hace menos necesario (pero tampoco innecesario) la presencia de personeros en todas las mesas de votación existentes, dado que la probabilidad de incidentes e irregularidades es mucho menor (porque se tienen menos puntos posibles de falla). Con lo cual un partido político podría concentrar sus recursos en armar un muy buen equipo de personeros técnicos, que no solamente evalúen todo el código abierto del software electoral, sino que además participen de todas las pruebas respectivas y puedan responder rápida y efectivamente a problemas técnicos, ya no solamente legales o procedimentales.
Creo que es importante señalar que no estoy considerando aquí cómo ni por qué el voto electrónico sería una opción mejor para un proceso electoral, a pesar de que creo que lo es, pero eso es materia para otra discusión. Lo que sí es importante señalar es que, como con casi cualquier otra solución tecnológico, no es ningún tipo de bala de plata que arregle todos los problemas: un sistema de votación electrónica bien diseñado no va a dar, mágicamente, elecciones limpias y transparentes, sino que tiene que ser un componente dentro de un diseño institucional y procedimental mucho más grande. Pero sí puede brindarnos garantías y beneficios considerables dentro de este diseño.
Pero es importante que se piense bien en la implementación, asegurando que el sistema utilizado tenga todo tipo de salvaguardas y garantías al voto y al conteo. Debidamente diseñado, no es inverosímil pensar que en algún momento del futuro sea incluso posible votar de manera asincrónica (es decir, no votando todos el mismo día, sino en un rango de tiempo), o incluso votando desde tu casa vía Internet. Podría suceder.