Algunas cosas que vale la pena leer en los últimos días a partir del lanzamiento del tan voceado iPad de Apple, su relación con el Kindle y cómo algunas personas creen que salvará a la industria editorial. Hace unos días comentaba sobre la manera como el iPad impulsaba una noción de tecnología que infantiliza al consumidor al limitarlo a un uso unidimensional, corporativamente determinado sobre cómo debe funcionar la tecnología. Rupert Murdoch piensa que este tipo de entornos cerrados salvarán a los periódicos y a los libros. Clay Shirk señala que esto es poco probable.
¿Qué ocurre entonces con los libros? En su columna de TechCrunch, Paul Carr escribe, más bien, que el iPad tendrá inevitablemente tanto éxito que terminará por colapsar la lectura como la conocemos. A medida que su promesa tecnológica se consolide, los usuarios empezarán a consumir más su lectura en un dispositivo que ofrece muchas otras cosas que hacer al mismo tiempo – después de leer unas páginas encontraremos inevitablemente el deseo de revisar el correo electrónico o conversar por alguien vía web, o lo que fuera. Según Carr esto elimina una idea de lectura como inmersión, como desconexión prolongada en la cual uno se introduce en el universo del libro y se separa un poco de la realidad. Pero claro – Carr parte de una visión idealizada de lo que es la lectura, romantizada en gran medida.
The iPad is emphatically not a serious readers’ device: the only people who would genuinely consider it a Kindle killer are those for whom the idea of reading for pleasure died years ago; if it was ever alive. The people who will spout bullshit like “I read on screen all day” when what they really mean is “I read the first three paragraphs of the New York Times article I saw linked on Twitter before retweeting it; and then I repeat that process for the next eight hours while pretending to work.” That’s reading in the way that rubbing against women on the subway is sex.
El blog IF:Book, en cambio, postula que podemos pensar en el iPad como una evolución del libro más que una evolución de la computadora. En ese sentido, es un dispositivo que replica el entorno cerrado de un libro más que el entorno abierto de una PC, y que debería entendérsele más como una evolución en ese sentido que en otro. Esto me resulta quizás un poco más difícil de digerir, porque es casi como negarle al iPad ninguna transformación cualitativa. Es como decir que hace lo mismo que el libro, pero considerablemente mejor. Lo cual no me parece tan cierto. Si Carr tiene razón en algo central es que un dispositivo tan enmarcado en torno a la lectura, como el iPad, inevitablemente transformará nuestra noción de lo que significa leer o respecto a lo que es el libro.
Otra respuesta desde el mismo TechCrunch me dejó pensando aún más. Cody Brown considera, más bien, que los libros deberían pasar a ser aplicaciones para entornos como el iPhone o el iPad. Claro, obviamente entonces ya no son libros, sino aplicaciones, pero eso no deja de ser interesante – ¿qué podría buscar o conseguir un autor que difundiera sus ideas de esa manera? Es una manera muy diferente para pensar el contenido.
Once you start thinking of your book as an app you run into all kinds of bizarre questions. Like, do I need to have all of my book accessible at any given time? Why not make it like a game so that in order to get to the next ‘chapter’ you need to pass a test? Does the content of the book even need to be created entirely by me? Can I leave some parts of it open to edit by those who buy it and read it? Do I need to charge $9.99, or can I charge $99.99? Start thinking about how each and everyone one of the iPad’s features can be a tool for an author to more lucidly express whatever it is they want to express and you’ll see that reading isn’t ‘dead’, it’s just getting more sophisticated.
Claro, no quiere decir que no hayamos visto ya un poco de esto con la explosión de contenido que ha permitido la web. Sólo que ahora se vuelve portátil, e integrada con varias dimensiones de nuestra vida en línea en dispositivos como el iPad. Brown dice, en pocas palabras, que Carr tiene razón, pero en otro sentido: no estamos siendo lo suficientemente radicales. No es sólo que la lectura como la conocemos desaparece, sino que tenemos que llevar su reinterpretación a sus consecuencias más extremas. Si leer ya no va a significar lo mismo como actividad cultural, entonces tenemos que ensayar todas las posibles reinterpretaciones para ver cuál es la que nos funciona mejor.